sábado, 3 de enero de 2015

De ansias y sosiegos. Día 3.


3. Homicidio voluntario.

Se repite la mañana luminosa y clara.
Sin atisbo de tsunamis ni lluvias monzónicas.
Hoy no me calzo las zapatillas de huir.
Me quedo aquí, en la retaguardia, completando el puzzle, reorganizando el caos.
Es temprano y mis vecinas limpian los cristales del sudor de la noche o sacuden las sábanas.
La más hacendosa, L, insiste en la tortura de la cristalera.
Es muy simpática y agradable. No tiene culpa de que su exceso de celo abrillantador me exaspere un poco.
Hace tiempo que me la quité de enmedio. En un relatillo. Mirad:

"Ya está otra vez limpiando los cristales de la ventana de la cocina.
Su cocina obliquea mi estudio, un ángulo de noventa grados perfecto entre los dos bloques.
Tararea, impúdica, una canción de moda.
Ayer también limpió los cristales. En realidad todos los días les da un pequeño repaso.
Y la canción me taladra el oído izquierdo.
Ahora está subida en un taburete y, de puntillas, imagino, por el esfuerzo que denoto en su voz cantando el estribillo, desea ardientemente llegar al último reducto dela cristalera.
Yo tengo mi ventana abierta.
Ella pelea con la suciedad imaginaria del rinconcillo.
Obedeciendo a un deseo ya antiguo y remozado, cierro el libro de un portazo y la ventana con un golpe seco.
El estruendo que provoca, hace que mi vecina, sobresaltada, desprevenida, se descuelgue por fin al vacío.
Desde el piso trece".

Lo he pensado mejor. Voy a correr.
Me ha parecido ver las sombras de la confusión y el desasosiego al fondo del pasillo.
Y a mí, hoy, no me pillan.










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