miércoles, 31 de julio de 2013

FELICIDAD CLANDESTINA de Clarice Lispector.

Ella era gorda, baja, pecosa y de pelo excesivamente crespo, medio amarillento. Tenía un busto enorme, mientras que todas nosotras todavía eramos chatas. Como si no fuese suficiente, por encima del pecho se llenaba de caramelos los dos bolsillos de la blusa. Pero poseía lo que a cualquier niña devoradora de historietas le habría gustado tener: un padre dueño de una librería.
No lo aprovechaba mucho. Y nosotras todavía menos: incluso para los cumpleaños, en vez de un librito barato por lo menos, nos entregaba una postal de la tienda del padre. Encima siempre era un paisaje de Recife, la ciudad donde vivíamos, con sus puentes más que vistos.
Detrás escribía con letra elaboradísima palabras como "fecha natalicio" y "recuerdos".
Pero qué talento tenía para la crueldad. Mientras haciendo barullo chupaba caramelos, toda ella era pura venganza. Cómo nos debía odiar esa niña a nosotras, que éramos imperdonablemente monas, altas, de cabello libre. Conmigo ejerció su sadismo con una serena ferocidad. En mi ansiedad por leer, yo no me daba cuenta de las humillaciones que me imponía: seguía pidiéndole prestados los libros que a ella no le interesaban.
Hasta que le llegó el día magno de empezar a infligirme una tortura china. Como al pasar, me informó que tenía Las travesuras de Naricita, de Monteiro Lobato.
Era un libro gordo, válgame Dios, era un libro para quedarse a vivir con él, para comer, para dormir con él. Y totalmente por encima de mis posibilidades. Me dijo que si al día siguiente pasaba por la casa de ella me lo prestaría.
Hasta el día siguiente, de alegría, yo estuve transformada en la misma esperanza: no vivía, flotaba lentamente en un mar suave, las olas me transportaban de un lado a otro.
Literalmente corriendo, al día siguiente fui a su casa. No vivía en un apartamento, como yo, sino en una casa. No me hizo pasar. Con la mirada fija en la mía, me dijo que le había prestado el libro a otra niña y que volviera a buscarlo al día siguiente. Boquiabierta, yo me fui despacio, pero al poco rato la esperanza había vuelto a apoderarse de mí por completo y ya caminaba por la calle a saltos, que era mi manera extraña de caminar por las calles de Recife. Esa vez no me caí: me guiaba la promesa del libro, llegaría el día siguiente, los siguientes serían después mi vida entera, me esperaba el amor por el mundo, y no me caí una sola vez.
Pero las cosas no fueron tan sencillas. El plan secreto de la hija del dueño de la librería era sereno y diabólico. Al día siguiente allí estaba yo en la puerta de su casa, con una sonrisa y el corazón palpitante. Todo para oír la tranquila respuesta: que el libro no se hallaba aún en su poder, que volviese al día siguiente. Poco me imaginaba yo que más tarde, en el curso de la vida, el drama del "día siguiente" iba a repetirse para mi corazón palpitante otras veces como aquélla.
Y así seguimos. ¿Cuánto tiempo? Yo iba a su casa todos los días, sin faltar ni uno. A veces ella decía: Pues el libro estuvo conmigo ayer por la tarde, pero como tú no has venido hasta esta mañana se lo presté a otra niña. Y yo, que era propensa a las ojeras, sentía cómo las ojeras se ahondaban bajo mis ojos sorprendidos.
Hasta que un día, cuando yo estaba en la puerta de la casa de ella oyendo silenciosa, humildemente, su negativa, apareció la madre. Debía de extrañarle la presencia muda y cotidiana de esa niña en la puerta de su casa. Nos pidió explicaciones a las dos. Hubo una confusión silenciosa, entrecortado de palabras poco aclaratorias. A la señora le resultaba cada vez más extraño el hecho de no entender. Hasta que, madre buena, entendió al fin. Se volvió hacia la hija y con enorme sorpresa exclamó: ¡Pero si ese libro no ha salido nunca de casa y tú ni siquiera querías leerlo!
Y lo peor para la mujer no era el descubrimiento de lo que pasaba. Debía de ser el horrorizado descubrimiento de la hija que tenía. Nos espiaba en silencio: la potencia de perversidad de su hija desconocida, la niña rubia de pie ante la puerta, exhausta, al viento de las calles de Recife. Fue entonces cuando, recobrándose al fin, firme y serena, le ordenó a su hija:
-Vas a prestar ahora mismo ese libro.
Y a mí:
-Y tú te quedas con el libro todo el tiempo que quieras. ¿Entendido?
Eso era más valioso que si me hubiesen regalado el libro: "el tiempo que quieras" es todo lo que una persona, grande o pequeña, puede tener la osadía de querer.
¿Cómo contar lo que siguió? Yo estaba atontada y fue así como recibí el libro en la mano. Creo que no dije nada. Cogí el libro. No, no partí saltando como siempre. Me fui caminando muy despacio. Sé que sostenía el grueso libro con las dos manos, apretándolo contra el pecho. Poco importa también cuánto tardé en llegar a casa. Tenía el pecho caliente, el corazón pensativo.
Al llegar a casa no empecé a leer. Simulaba que no lo tenía, únicamente para sentir después el sobresalto de tenerlo. Horas más tarde lo abrí, leí unas líneas maravillosas, volví a cerrarlo, me fui a pasear por la casa, lo postergué más aún yendo a comer pan con mantequilla, fingí no saber dónde había guardado el libro, lo encontraba, lo abría por unos instantes. Creaba los obstáculos más falsos para esa cosa clandestina que era la felicidad. Para mí la felicidad siempre habría de ser clandestina. Era como si yo lo presintiera. ¡Cuánto me demoré! Vivía en el aire... había en mí orgullo y pudor. Yo era una reina delicada.
A veces me sentaba en la hamaca para balancearme con el libro abierto en el regazo, sin tocarlo, en un éxtasis purísimo. No era más una niña con un libro: era una mujer con su amante.

martes, 30 de julio de 2013

Hace ya quince años.

¿Es que no os dais cuenta
vosotros que decís amarme?
¿No veis que perdí la luz
en los ojos,
que mi risa ya no acompaña 
mis palabras,
que mi voz se quiebra
en cada sílaba,
que es flojo el abrazo,
parca la conversación,
rápido el beso?
¿No os dais cuenta
vosotros que me amáis?

Miradme bien y veréis
que del infierno vengo.


(Quince años ya y aún te despierta en la noche
el recuerdo, a veces agradecido, de su sombra)

sábado, 27 de julio de 2013

Mis bodas de jade.

Versión 1:  Ayer fue mi aniversario de boda, 38 años, las bodas de jade, no se acordó ni dios.  Rebotada, me fui con mi hija y nos dimos un homenaje con una mariscada y unos tanteos con sidra.

Versión 2:  Mi marido, al despedirse temprano, hizo como que no se acordaba, luego, a media mañana, recibí un ramo de 38 rosas amarillas, mis preferidas.
Por la tarde fuimos a la joyería de un amigo y me regaló una fruslería, yo a él un abrecartas antiguo de jade, como nuestro aniversario.

Versión 3:  Ésta la dejo para otro día, cuando me recupere.





Ciento volando.

Soy aquella niña
de vaqueros desgastados,
de trenzas arriesgadas,
eternamente ocupados los brazos
con libros subrayados con urgencia
y un noviete detrás
resignado y paciente.

Soy aquella muchacha
ansiosa y alocada,
que bajaba escaleras sin peldaños,
de semanas desdentadas,
de tartas sin velas
y futuros sin preámbulos.

Soy aquella mujer
que ya era,
soy incesante reloj,
ciento volando.

miércoles, 24 de julio de 2013

COMO UN MÁSTIL DE PIEDRA


PIEDRA Y LADRILLO
CASTILLO DE CALZADA DE CALATRAVA

El castillo se alza sobre la montaña,
potente,
     prepotente,
domeñando horizontes,
oteando desde el perfil de sus tres
recintos amurallados.
Fortaleza codiciada desde los inicios,
piedra dormida, sabia, 
                       reflexiva.
La lluvia baña sus recuerdos,
disimula su llanto,
mujer despechada que evoca
amantes árabes, novios cristianos,
que hormigueaban entre sus puertas
atravesando el foso con pensamientos impuros,
ebrios por poseerla.
Cuartel, cárcel,
                 paraíso.
A veces, 
se oye el rumor de unos postigos
cerrándose en la noche,
intentando guardar con más celo el bagaje de los años,
miles de años,
miles de sueños,
reina milenaria, matrona,
matriz de una historia
en el mar apacible y quieto de la llanura manchega. 
Aún hoy, mirarla, provoca descender los ojos,
orantes,
ante el estruendo de sus voces
que se derraman por la ladera,
como lava renuente y lasciva.

Y ahora,
a sus pies,
apoyan la espalda devotos de su pasado,
como cancerberos de su honra,
                          que no socava el tiempo.


Imagen tomada de la red.

Para mis amigos Andrés y Cathy.

LA LUJURIA DEL SOL.

Y fuimos al carnaval cruzando el parque.
Era domingo y el sol nos llevaba de la mano,
nos habíamos puesto una mantilla de sonrientes
algazaras
y en los ojos, horizontes cercanos,
inminentes anhelos.
Era domingo y el sol nos guiaba
y cruzamos la calle y el guardia
nos brindó el paso.
Sonreía también,
con el carnaval imantado en sus pupilas,
con la sonrisa de un actor de cine,
atrevida y galante,
chulesca y cortés.
-Es el carnaval- pensamos,
es la lujuria del sol,
la voluptuosidad de esta mañana,
la borrachera de vida que nos envolvía,
con el eco de unos tambores lejanos
al final del paseo.
Durante horas vimos desfilar el mundo,
la alegría,
la pasión de existir
y el miedo a la muerte.
Bailamos al son de músicas,
nos zambullimos en pachangas febriles,
en zambras agotadoras,
en risas incongruentes.
Lloramos incluso, 
echándole la culpa al sol.
Volvimos del carnaval
cruzando el parque,
todavía con el ritmo en los hombros,
todavía con la risa estancada en las esquinas de la boca,
aún con los ojos brillantes,
todavía con el miedo enredado en el alma.

Era domingo y el sol nos llevaba de la mano.


Domingo de carnaval. 
Leganés. Domingo de amigas.

lunes, 22 de julio de 2013

DEL MANOJO DE RELATOS "HARO Y YO"


A mi perro le gustan
los documentales de la 2,
la música de cámara de Schubert,
oírme recitar.
Mira atengo los bañistas de Cézanne
y el Guernica.

A mi perro le gusta caminar por el otoño,
su trajecito de halloween,
oler el perfume de las librerías de viejo,
la Venus de Milo.

A mi perro le gusta llegar a casa,
(es un noveno),
sin tomar el ascensor,
ladrar en tres idiomas
y los bordes de las pizzas.

A mi perro le gustan mucho mis silencios,
cuando hago una bola con ellos
y se la lanzo muchas veces
por el parque.


La Querencia


El mejor lugar de encuentro de San Martín de Valdeiglesias, dirigido por un poeta y un torero.


"Lucia miró a su marido dormitar en un sillón. Despertaba a ratos, la miraba y sonreía como desde otro mundo. En una de esas pestañadas ella le dijo con toda suavidad: -¿Sabes? Cuando uno de los dos se muera yo me voy a ir a Italia".

Ángeles Mastretta.

domingo, 21 de julio de 2013

HAIKUS SACADOS DE "HORMIGAS POR EL MUNDO"

"No será el miedo a la locura lo que nos obligue a bajar la bandera de la imaginación". André Breton, primer manifiesto surrealista.


Haiku para mis asados:

En las marismas

del estuario del río,
la sal de Maldon.

Para Haro:


Ánima mundi,

los ojos de mi perro,
negros luceros.


En el camino:


Chales de niebla,

camino de Santiago,
en Roncesvalles.


QUÉ ANSIA DE VER EL MAR.

¡Oh, qué cansada estoy de estar cansada,
de no ser la que era,
de abrir ventanas sin paisaje
por las mañanas,
de cerrarlas , por las noches,
sin un alivio!

¡Qué cansada y qué hueca en la mirada,
qué nadería en la palabra,
qué pena sin remedio,
qué torpeza de piernas
y de besos!


¡Qué ansia de ver el mar,
por si me habla,
de esperar que el mar me hable,
al menos!




Imagen tomada de la red.