jueves, 25 de agosto de 2016

Apurando Agosto en Villanueva de los Infantes.



I.

Se contonea  Agosto,
alejándose para siempre
entre  las esquinas del pueblo dormido.
Se detiene unos instantes bajo los soportales de la plaza augusta,
atento  al balanceo de las campanas,
alborotadoras  y ajenas.
Doce avisos.
Luego, con dignidad y en silencio,
sube la calle empedrada
camino del final, del destierro.
Roza la Cruz del Siglo
y continúa hacia los olivares,
hacia el pasado,
hacia el recuerdo.
Y, en la oquedad de la noche,
un Septiembre tímido abre su capa, lento,
para descubrirnos una promesa 
de otoños nuevos.

II.

Y me tiemblan las calles y las horas
en este caldo añejo en que braceo.
Es lenta la agonía.
No amanece.
Y oigo el susurro del mar, tan lejano,
entre las sábanas húmedas y agotadas
y me hundo más en la desgana.

Y  lanzo la esperanza hacia la anchura.
Y respiro vencida.

Y no amanece.



miércoles, 24 de agosto de 2016

Escribir, escribir, escribir.

"El escritor escribe con su vida, con su mirada, 
con sus días de otoño y sus cicatrices".

"Un adulto creativo es un niño que ha sobrevivido".


     Se van alejando los dias ociosos. Ya hemos descansado bastante. 
     Y hemos vivido con intensidad y hervor. Mucho hervor. 
     Ahora toca escribirlo, hacer una historia de nuestras experiencias, troquelarlas, cambiarles el color y la textura. Reírnos de nuestros descuidos.
      Nos reuniremos para jugar con las emociones y los fracasos. En el encuentro literario. En las clases de ludolingüística. En las clases de crecimiento y de algarabía. 
     De quitarnos el corsé y las horquillas.
     Chicas, chicos, os esperamos en Octubre.
     Escuela de ludolingüística de Asiole Dorpa.
     Yo, Eloísa Pardo, quiero abrazaros. 

     Traed cuaderno y boli.
     Nada más.
 


(Para unirte al grupo guapo que ya tenemos puedes llamar al teléfono de la Universidad Popular, enviarme un mensaje privado o comunicarte con un comentario en el blog. Lo que quieras. Nos vamos a divertir, seguro. Es lo que tiene jugar con las palabras y la imaginación).




martes, 23 de agosto de 2016

Poema XIII





Y caí.
Caí como esos edificios
desahuciados,
que implosionan hacia
su culpa.
Caí, como la viga,
podrida y quebrada
por la carcoma
del olvido.
Caí como la madre
que mira vencida
la espalda del hijo,
alejarse,
sordo al recuerdo.
Caí, como la lágrima
retenida durante
aquel invierno.
Caí como una mentira
hueca,
como la noche.
Caí y fue imposible,
créeme,
retomar el vuelo.

(Del poemario Ansias y sosiegos)







Imagen tomada de la red.
El grito, de Edvard Munch.

viernes, 5 de agosto de 2016

"Algo de mi". Historia de un encuentro.

  I remember.


  Estaba tumbada, arrebujada en una manta gozosa de color púrpura, leyendo un libro que me regalaron el día anterior y con la televisión conectada, pero callada, gesticulante sólo.
     Daban un programa de recuerdos, de tiempos felices, nostálgico. Una de las veces que miré a la pantalla, quizá porque el libro no conseguía captar toda mi atención, te vi.
     Has cambiado mucho, como yo tal vez, pero el hombre que yo recordaba, los ojos que tenía archivados en algún lugar de mi armarito de la vida, han regresado de nuevo.
     ¿Qué año fue?, ayúdame,  tuvo que ser el 74 ó 75. Y Mayo, eso sí lo recuerdo.
     —Dentro de unos días es mi cumpleaños— me dijiste, para que te dejara invitarme al café con porras que me estaba tomando.
     No sé de dónde saliste, el bar en aquella mañana lluviosa estaba casi desierto; entré empapada, no amenazaba lluvia cuando salí de casa y no tuve la precaución de coger un paraguas. Desde la parada del autobús hasta la cafetería me cayó toda la lluvia del mundo y me decidí a entrar incapaz de continuar hasta la oficina, dos calles más arriba.
     Yo era entonces una chica de 19 años y trabajaba como secretaria en una empresa aeronaútica, tenía novio, era muy delgada y con una melena morena y lisa.
     Tú, por seguir con las descripciones, eras alto, delgado, de manos finas y dedos interminables, con un pellizco de Dios en la barbilla y cabello oscuro y de rizos apretados.
     Sentí un calor de vergüenza en la cara porque imaginé mi pelo ensopado por la lluvia, el rimel desparramado por las esquinas de los ojos y mi vestido bautizado por lugares inconvenientes.
     Pero sonreías, tenías unos labios perfectos y una risa blanca y buena, recuerdo que ésa fue la palabra que  me vino a la mente cuando te reías: “es un hombre bueno”.
     Lo único que me inquietaba eran tus cejas, se elevaban en los extremos y componían un trazo algo diabólico.
    —Venga déjame que te invite por mi cumpleaños, estoy de paso en Madrid y no tengo con quién celebrarlo.
     Y nos sentamos.
    
Acogiéndome, por primera vez, a la flexibilidad horaria en mi trabajo, me concedí unos minutos.
     No te conocía entonces. Te presentaste como cantante, me hiciste un esbozo de tu biografía, que estabas alojado en un hotel cercano, en la misma plaza de Conde de Casal, que tu representante había tenido un problema personal y tenías unas horas libres y vacías… “hasta que te he encontrado”,— eso me dijiste en aquel español preñado de cadencias extranjeras y fascinantes.
     Fui al lavabo una vez a ahuecarme mi pobre melena, a alisarme los tablones de la falda y a revisar que los dientes no estuvieran mancillados por algún rastro miserable y, cuando señalando el reloj te dije que tenía que irme, me cantaste, susurrando, un trocito de una canción que, con la magia del momento, olvidé. Me dí cuenta cuando llegué a la oficina; me senté con las piernas temblonas, dejé el bolso en el suelo y fui incapaz de recordar la melodía, la busqué en la memoria durante todo el día, como quien intenta recordar dónde ha dejado las llaves de la casa, o el monedero con todos los documentos importantes, pero no lo conseguí.
    
Meses más tarde la oí en unos grandes almacenes y me quedé parada, con unos pantalones en la mano, el corazón galopando y  el olor de la lluvia en todos los rincones de la boca.

     Me acompañaste hasta la puerta de la cafetería, había dejado de llover. No quise que me siguieras hasta la oficina y allí mismo nos despedimos.

     Al día siguiente me llamaste al trabajo y al descolgar el teléfono,  sólo tarareaste el comienzo de una canción “Algo de mí”, antes de despedirte para siempre.
     La canción era de Camilo Sexto y nunca, nunca la he olvidado, como tampoco he conseguido olvidar, a pesar del tiempo transcurrido desde entonces, tus ojos alegres y buenos tan cerca de los míos cuando, al separarnos, nos besamos, en aquella acera mojada por la lluvia de la calle Doctor Esquerdo de Madrid, una mañana mágica del mes de Mayo. 



     No he podido ver el programa entero, has cantado un par de canciones de tu próximo disco, lo compraré, lo escucharé y lo guardaré con todos los discos tuyos que he ido comprando a lo largo de los años, pero no he tenido fuerzas para seguir mirándote, comprender lo lejos que queda aquella mañana,  y adivinar cuántas gotas de lluvia han mojado nuestros labios desde entonces.

"Eres como una espinita que se me ha clavado en el corazón", me has susurrado bajito, infinitas veces, muchas, a lo largo de toda una vida.



(Para A. H. por los lazos eternos que genera una mirada en un cruce de caminos).


https://www.youtube.com/watch?v=bfRQwAtHslw


https://www.youtube.com/watch?v=ztch5DcLK7A


martes, 2 de agosto de 2016

Besos de nitroglicerina en el corazón.

 "Llegó un momento en que el riesgo de permanecer apretado en el capullo de la flor era más doloroso que el riesgo de florecer".
Anäis Nin.





1 de Diciembre, martes


Querido diario:

Esta mañana ha bajado el frío 
a la calle.
No me di cuenta cuando me levanté,
los cristales engañaban.
Había cierto calor en la alcoba,
como un residuo del pasado,
como una esperanza.
Un hilo fino pero terco,
que aún resiste
el ansia que me incita
a bajar los brazos y parar.
Pero  afuera, en la calle,
en las baldosas sucias de las aceras,
mojadas de un color triste,
se esparcía el desconcierto.

En las copas de los árboles huesudos,
se demoraba, despreocupado, el sol.

Yo percibía su lucha en el pecho,
en la lengua sedienta
 y en el comienzo de los muslos.

Bajé lento por la alameda,
pero me detuve en el recodo de la fuente,
allí donde te vi por última vez.
Me detuve, digo,
y volví a recorrer el camino de la casa.
Desandé  la mañana
para volver al amparo.

Me  dí cuenta después,
tarde,
que el sol ya se había extraviado
tras la memoria.

¿No sabes que estoy muerta?

  

2 de Diciembre, miércoles.

¿De dónde sacan el impulso final
los suicidas?
¿Cómo es el momento en que avanzan
hasta el abismo?
¿Qué hora prefieren?
He pasado la noche escribiendo rencores que me disculpen.
A tus ojos, digo.
Para que perdones la huida,
para que no te muerda la culpa.

Mientras acudo al salto, escribo.
Las palabras me sujetan el ansia,

el olor de la tinta
me detiene.