viernes, 30 de mayo de 2014

Por campos yermos.

                                                                           “A sotavento, vira a sotavento…”


Imagen tomada de la red.  


Hoy he recorrido mi cuerpo despacio,
he rastrillado con  dedos asombrados
mi dos piernas,
abiertas ligeramente,
levemente separadas.

Las uñas de los pies,
pintadas,
semejaban diez petalitos de geranio
granate.
Los muslos indiferentes,
desdeñosos.

A veces olvido mirarme
el pubis,
lo olvido a propósito,
eludiendo disimuladamente
su rencor.
Con las manos amansadas,
evitando la cintura,
asciendo a los pechos,
niños mimados,
mascarón herido que, altivo,
surca el mar
ignorando el oleaje,
los malos vientos,
sin tierra ni puerto a la vista.

El cuello se doblega
manso,
todavía predispuesto
a las caricias.
Las manos, interrogantes,
cobardes,
se han varado rumbo al rostro,
a los labios,
a los ojos túrbidos,
al cabello desolado.

Y contemplo, en el espejo,
los pecios del naufragio.  

domingo, 25 de mayo de 2014

Algo de mi.




     Estaba tumbada, arrebujada en una manta gozosa de color púrpura, leyendo un libro que me regalaron el día anterior y con la televisión conectada, pero callada, gesticulante sólo.
     Daban un programa de recuerdos, de tiempos felices, nostálgico. Una de las veces que miré a la pantalla, quizá porque el libro no conseguía captar toda mi atención, te vi.
     Has cambiado mucho, como yo tal vez, pero el hombre que yo recordaba, los ojos que tenía archivados en algún lugar de mi armarito de la vida, ha regresado de nuevo.
     ¿Qué año fue?, ayúdame,  tuvo que ser el 74 ó 75. Y Mayo, eso sí lo recuerdo.
     —Dentro de unos días es mi cumpleaños— me dijiste, para que te dejara invitarme al café con porras que me estaba tomando.
     No sé de dónde saliste, el bar en aquella mañana lluviosa estaba casi desierto, entré empapada, no amenazaba lluvia cuando salí de casa y no tuve la precaución de coger un paraguas. Desde la parada del autobús hasta la cafetería me cayó toda la lluvia del mundo y me decidí a entrar incapaz de continuar hasta la oficina, dos calles más arriba.
     Yo era entonces una chica de 19 años y trabajaba como secretaria en una empresa aeronaútica, tenía novio, era muy delgada y con una melena morena y lisa.
     Tú, por seguir con las descripciones, eras alto, delgado, de manos finas y dedos interminables, con un pellizco de Dios en la barbilla y una melena morena y de rizos apretados.
     Sentí un calor de vergüenza en la cara porque imaginé mi pelo ensopado por la lluvia, el rimel desparramado por las esquinas de los ojos y mi vestido bautizado por lugares inconvenientes.
     Pero sonreías, tenías unos labios perfectos y una risa blanca y buena, recuerdo que ésa fue la palabra que  me vino a la mente cuando te reías: “es un hombre bueno”.
     Lo único que me inquietaba eran tus cejas, se elevaban en los extremos y componían un trazo algo diabólico.
    —Venga déjame que te invite por mi cumpleaños, estoy de paso en Madrid y no tengo con quién celebrarlo.
     Y nos sentamos.    
Acogiéndome, por primera vez, a la flexibilidad horaria en mi trabajo, me concedí unos minutos.
     No te conocía entonces. Te presentaste como cantante, me hiciste un esbozo de tu biografía, que estabas alojado en un hotel cercano, en la misma plaza de Conde de Casal, que tu representante había tenido un problema personal y tenías unas horas libres y vacías… “hasta que te he encontrado”,— eso me dijiste en aquel español preñado de cadencias extranjeras y fascinantes.
     Fui al lavabo una vez a ahuecarme mi pobre melena, a alisarme los tablones de la falda y a revisar que los dientes no estuvieran mancillados por algún rastro miserable y, cuando señalando el reloj te dije que tenía que irme, me cantaste, susurrando, un trocito de una canción que, con la magia del momento, olvidé. Me dí cuenta cuando llegué a la oficina, me senté con las piernas temblonas, dejé el bolso en el suelo y fui incapaz de recordar la melodía, la busqué en la memoria durante todo el día, como quien intenta recordar dónde ha dejado las llaves de la casa, o el monedero con todos los documentos importantes, pero no lo conseguí.    
Meses más tarde la oí en unos grandes almacenes y me quedé parada, con unos pantalones en la mano, el corazón galopando y  el olor de la lluvia en todos los rincones de la boca. 
     Me acompañaste hasta la puerta de la cafetería, había dejado de llover. No quise que me siguieras hasta la oficina y allí mismo nos despedimos. 
     Al día siguiente me llamaste al trabajo y al descolgar el teléfono, (una compañera me pasó la llamada), sólo tarareaste el comienzo de una canción “Algo de mí” antes de despedirte para siempre.
     La canción era de Camilo Sexto y nunca, nunca la he olvidado, como tampoco he conseguido olvidar, a pesar del tiempo transcurrido desde entonces, tus ojos alegres y buenos tan cerca de los míos cuando, al separarnos, nos besamos, en aquella acera mojada por la lluvia de la calle Doctor Esquerdo de Madrid, una mañana mágica del mes de Mayo. 
  
     No he podido ver el programa entero, he escuchado un par de canciones de tu próximo disco, lo compraré, lo escucharé y lo guardaré con todos los discos tuyos que he ido comprando a lo largo de los años, pero no he tenido fuerzas para seguir mirándote, comprender lo lejos que queda aquella mañana,  y adivinar cuántas gotas de lluvia han mojado nuestros labios desde entonces.

"Eres como una espinita que se me ha clavado en el corazón".


(Para A. H. por los lazos eternos que genera una mirada en un cruce de caminos).

Abandono.





Imagen tomada de la red.


Tengo una historia que contar.
La tengo escrita, con letra pulcra y apretada, en un cuadernito de tapas floreadas y brillantes, atadito con una cuerda fina pero fiel, para que las palabras no escapen de su obligado retiro.
Lo guardo en un cajón, al lado de mi cama, oculto debajo de un alboroto de medias y sostenes.
Allí duerme mi historia el sueño del olvido.
De vez en cuando, alguna mañana desconocida y temblona, lo sacaba y leía enteras algunas páginas. Luego volvía a dejarlo en su reposo.
Hace mucho que no deseo recordar.
Pasan meses enteros sin que sienta su peso.
A veces pasan años.
Tengo una historia que contar. Está escrita con letra apretada y menuda.
Algún día.
Mientras tanto sigue acercando tu mano a mi rodilla cuando miramos al horizonte al anochecer.
Mientras tanto sigue protegiendo mi cuello de la lluvia que nos sorprende.
Ámame lo que puedas mientras tanto.
Mi historia sabe esperar.

sábado, 24 de mayo de 2014

Soledad y silencio.

Imagen tomada de la red.




Se queda sola a la hora del aperitivo, su gente acude a otras voces. Hasta media tarde se le ofrece como un regalo imprevisto su soledad. Tan amada. Tan esperada. Amante siempre virgen. Pone música suave, pero se obliga al silencio al instante, mejor saborear esas horas cómplices sólo con el silbido ancestral de la llama tímida de una vela azul y casi extinguida, como su deseo. Se pierde en propósitos, en codicia de aprovechar, en ansias de disfrute, tan negado. Comienza un paso de baile, obedeciendo a una melodía que cosquillea en la punta de sus dedos. Busca. Intenta escribir un poema, siluetea un perfil en su cuaderno de dibujo, acaricia la cabeza de su perro, balancea la copa de vino, bebe. Mira varias veces el reloj, celosa, impaciente. El tiempo, el tiempo. La vela boquea y se extingue. Como su anhelo, como su vida. Silencio.

jueves, 22 de mayo de 2014

Explosión.





Imagen tomada de la red.



Paco se llama.


Lleva viviendo un par de años en el bloque, hemos coincidido varias veces en el ascensor, pero de un saludo correcto o un comentario sobre el tiempo no habíamos pasado.

Ayer, en el ascensor precisamente, me miró de forma insistente. Cuando me abrió la puerta de la calle me rozó innecesariamente el brazo y cuando se puso a mi lado, camino de la puerta de salida al jardín, me tocó con descaro en el hombro.


-Me gustas mucho Tere, me dijo, bajando astutamente la voz. Desde siempre, desde que llegué al bloque y te vi. Tengo una necesidad imperiosa de besarte en los labios. Tomamos café?

Yo le miré, me temblaban ligeramente las piernas, no podía hablar.

¿Desde cuando no me decían esas cosas? ¿Desde cuando no me susurraban?

Pensé en negarme. En salir corriendo levantando con dignidad la barbilla. Pero le miré a los ojos y allí vi algo que aún no puedo entender.

Bajé la cabeza, sumisa y le seguí hasta la cafetería de la esquina.

lunes, 19 de mayo de 2014

Caminando entre ruinas susurrantes.









Uno de los momentos mágicos del camino fue descubrir las ruinas del convento de San Antón en Castrojeriz. Mi amigo Andrés me iba relatando su experiencia en aquel lugar con un canto gregoriano como banda sonora.

Me iba contando su pasado glorioso.
La carretera nos llevaba de la mano por debajo de los dos arcos del pórtico. Nos hicimos fotos del grupo de peregrinos mientras las almas de los monjes antonianos nos daban agua y consuelo.
En algún rincón de piedra se escuchaba el canto de una pequeña codorniz. Pero no pudimos verla.
Y continuamos. 

domingo, 18 de mayo de 2014

En el camino de Santiago.







Quinto camino de Santiago superado. 
De Burgos a León, remontando Hontanas, el espectacular convento de San Antón, Itero, acompañando un rato al canal de Castilla, Frómista, Carrión de los Condes, Mansilla de las Mulas... muchos kilómetros diarios, muchas conversaciones, muchas cervezas, sellando la credencial, durmiendo juntos y amarrando entre las literas las ganas renovadas para continuar el camino al amanecer.

Adictos a las amapolas, adictos al horizonte, al barro, al ruido de las pisadas, al esfuerzo, a los petroglifos, adictos a las estrellas.

Gracias, desde aquí, a mis quince compañeros. Sin ellos esta semana fantástica y diferente no existiría en mi diario.


jueves, 8 de mayo de 2014

Tardes de poesía y rosas.


 Detalle del escenario. 
El calor de la llama.
 La rosa descansa en el poema.



Mi amigo poeta, trovador y showman Rafa Dedi.
Y donante de rosas.