viernes, 29 de abril de 2016

Crónica de un camino anunciado. Primero de siete.


    A punto de emprender nuestro viaje a Ítaca, nuestro séptimo camino de Santiago, me pedís, pequeños saltamontes, que rememore el primero. Pues aquí está, para recordar, para volver a pasar por el corazón.



EN EL CAMINO DE SANTIAGO 
DEL 16 AL 23 DE MAYO DE 2010 
 
Desde Leganés…. se hace camino al andar. 
 
“CAMINAR ES BESAR LA TIERRA CON LOS PIES”. 
CAMINO DE SANTIAGO, LA CALLE MAYOR DE EUROPA.


Desfilan por las tierras de Galicia: 
 
Andrés Fernández 
Carmen  Ferreras 
Virtudes Ferreras 
Andrés García Díaz 
Benito Carrascosa 
Mª Carmen Adán 
Antonio Vargas 
Mª Ángeles Carrillo 
Juani Orellana 
Vicky Suárez 
Pilar Félix 
Montserrat Félix 
Antonio Gutiérrez (Guti) 
Loly Rubio 
Andrés Lupión (Lupi) 
Pauli Barbado 
Maribel Rodríguez 
Eloísa Pardo Castro.
 
     Después de varias reuniones y de algunos domingos entrenando en nuestro parque de Polvoranca, moldeando las botas recién compradas y calibrando la nueva compañía para el viaje a Santiago, para nuestro bautismo, llega el momento de la partida. 

En el camino busco.

Aún quedan seis días.

La semana se recrea,

las horas se enredan

en mi cuello,
se meten por la nariz,
no veo nada
todavía.   
 
       Unos se van el domingo 16 por la mañana en coches particulares, cinco nos quedamos preparando el nido y salimos en un tren nocturno, como mujeres tímidas y excitadas ante la inminente libertad.
 
La estación nos recibe
con dudas,
escéptica,
cinco hambres,
cinco deseos de encontrar.
Nos recibe
como la madre al hijo
que trasnocha.
Y cierra las puertas.
Y partimos.
Sólo nos quedan
las ventanas.
     Las hermanas Félix, Vicky y yo, nos citamos en la estación de Zarzaquemada y en Atocha nos reunimos con Juani, ya somos cinco y tras una cervecilla, subimos al tren, que, largo como una culebra, nos hace andar un buen trecho hasta encontrar nuestro vagón, como preámbulo al camino.
     El tren sale a la 22.30 h. 
     Hasta las 6.30 que llegaremos a SARRIA, nos espera una noche eterna, anquilosadas en asientos rígidos e incómodos. Dormitamos a ratos, las hermanas Félix simulan estar en casa: manta de leopardo, cojín multicolor y antifaz excitante… ni por ésas, no hay descanso posible y en ese estado enhebramos la noche.
     Al bajar del tren nos esperan los amigos, han madrugado para que, al llegar, no nos sintiéramos huérfanas de calor. Amanece con una capa de humo en el horizonte.
     Es lunes 17.
     Niebla discreta, Galicia nos recibe con su cara más lúdica, misteriosa y escéptica… ¿conseguiremos el objetivo?
     Después de un desayuno de iniciación, a las 8 de la mañana comienza la marcha y llegamos a PORTOMARÍN a las 15 horas, después de andar unos 26 kms.

     En el trayecto se han aglutinado los grupos, los encuentros, ora un pelotón en cabeza, ora en cierre de comitiva, ahora hablan unos, después el silencio les da un respiro.
     Arriba, el sol.
    Alrededor, color verde, agua, pizarra, estiércol y vidas añejas, estancadas, sorprendidas y felices. El paraíso.
     Los bastones con el eco de su ayuda ponen la música. Todos teníamos hambre y la boca seca. Algunos se lavan los pies en el agua helada del Miño;  la subida ha sido brutal, en lo alto, el albergue nos mira y la iglesia de San Nicolás nos quiere contar su historia.
     Comemos con avidez blanda, bebemos y tenemos el descanso dibujado en las pupilas. Una cama, una superficie llana, horizontal, apoyar el cuerpo y abandonarse.
      Mientras esperamos el postre, les pregunto a Vicky y a Maribel: ¿por qué el camino? Las dos coinciden. Por estar con vosotros, con todos, por alejarnos del entorno habitual, por pensar, por poner orden en nuestra vida y colocar las fichas extraviadas en el hueco que les pertenece, o para dejar el puzzle incompleto si así fuera necesario.
      Aunque alegremente agotadas, despreciamos la siesta y damos una vuelta por el pueblo. Fotos. Compramos recuerdos para la gente que nos aguarda. Cerveza y más fotos. Y la cena. Unos comparten pizzas, otros quieren bocadillos. Algún cigarrillo, deshacer las maletas, duchas y a descansar. Cerramos el día.
       Durante la noche una veintena de literas acoge a unos peregrinos infantilmente ilusionados. Unos roncan suavemente, se escuchan risas, otra, en sueños,  habla algo que le produce placer porque sonríe entre un saco de dormir y el anhelo de la llegada.
      Se levanta el segundo día, martes 18 y después del desayuno, se inicia la marcha. A Montse no le gusta la ruta y me dice que lo apunte en mi cuaderno, se queja de que hay mucha carretera, mucho asfalto; Andrés García, se coloca un momento de “saudade” en su bastón viajero y, al verle un poco serio, intento hacerle reír: vamos maestro, mira, allí se sella; con la epifanía del sello me quedo, ahora todos me incitan, mira un bar, vamos a sellar  Eloísa, a sellar, bueno pues a sellar y me doy cuenta que, igual que a mí, a todas y a todos les hace la misma ilusión.
    Andar, andar…, es el camino. Algún restaurante se resiste a darnos comida y reanudamos la marcha. “EL TURISTA EXIGE, EL PEREGRINO AGRADECE”.
     Nosotros pedimos comida con la humildad del cansancio, nos la negaron con la soberbia del que se siente seguro, la mesa ocupada. Nos dio pena de su error y del perro que se abandonaba al sol del mediodía, olvidado, y nos fuimos a respirar otros aires. Acertamos, porque al final de algún recodo comimos todos juntos y lo celebramos con unas copitas de orujo.

    Esa tarde, EN PALAS DEL REY, recalamos en un albergue escondido detrás de varios senderos, agazapado en el corazón de un bosque, abrazado por un arroyo invisible y con un aire misterioso y anterior.
      Al llegar, mientras descargamos las mochilas de los coches, veo a un "asesino en serie" tumbado en una enorme hamaca que, mirándonos con aires de premonición, parece decir: “No sabéis lo que os espera esta noche”. Lo digo. Se ríen. No captan la malicia en la mirada del chico de la hamaca. Cedo. Me gusta el aire bucólico del lugar, me gana y olvido el temor. Pero decido afrontarlo, ser valiente y me acerco al hombre… es la pareja de amigos que conocimos en el bar del expreso de medianoche: Diego e Isabel, dos personas tiernas y amables que han decidido hacer el camino para conocerse mejor, son de Arroyomolinos.      Cenan con nosotros en la maciza y ancestral mesa de madera oscura del salón, compartimos lentejas y albóndigas, él es alto, tímido y buena persona, lo supe cuando le descubrí llamando a su abuela: -que estoy bien, no te preocupes, venga que te quiero-, y eso me gustó; y ella es dulce, pecosa y morena como un hada de los bosques que dibujan en los libros.        Volvimos a verlos en Melide, la catedral del pulpo.
        Por la noche, bajo un cielo desconocido y nuevo, se cuentan chistes antes de descansar para continuar camino. A Guti le gustó especialmente esa noche de palabras.
      Gonzalo, el dueño del albergue, antes de irse a dormir, nos pide que, al día siguiente, ayudemos un poco a su mujer Ana a preparar los desayunos. Nos cuenta que está pasando un mal momento, que espera un veredicto y se enfrenta a una decisión vital que no depende de ella. Ayudamos todos y les dejamos un mensaje de cariño y apoyo en el libro de visitas. Algunos les prometen volver, todos les deseamos suerte. De corazón.
     Salimos con buen ánimo porque a mitad de camino, nos espera MELIDE y el aroma del pulpo nos empuja y pone alas a los bastones. Es miércoles 19.
     En Furelos nos sellan y el Cristo de San Juan de Furelos nos ofrece su mano caída y nos dice: “ánimo, levanta”.



     En el restaurante A. Garnacha decidimos detenernos a degustar el deseado pulpo, descartando al famoso restaurante  Casa Ezequiel, por consejo de los lugareños. Durante la comida, (pulpo, pimientos de Padrón dulces, albariño y ribeiro, postres varios), llama Mari Mar, desde Leganés. Mari Mar no ha podido venir, pero quiere estar y está. Pregunta qué tal vamos y le decimos la verdad y lo que ella desea oír. Que todo va bien, que se desarrolla como estaba previsto, que lo vamos a conseguir y que la echamos de menos.
      Continuamos la ruta con el peso añadido de la gula satisfecha y pronto un grupo valiente se adelanta.
       Seis nos quedamos cerrando la comitiva: Guti, Virtudes, Antonio Vargas, su mujer, Mª Ángeles, Pauli y yo. Hablamos.
       Guti, ese hombre grande y templado me habló de sus cuitas, de su familia, de lo feliz que se encuentra con el grupo, hace calor y en un trecho umbrío y flanqueado de eucaliptos, respira, se emociona y llora un segundo, no se permite más. Sólo agradece. Camino con él unos cuantos kilómetros aún y se me hacen paseo.
       El tiempo de caminar se completa con las charlas de la dulce Virtudes, con la vitalidad de Pauli y con el gracejo de Mª Ángeles y “el Vargas”, su marido, apoyándola siempre. Me gusta esta pareja.
      Virtudes acompaña a su hermana Carmen, forman parte de una familia extensa y heterogénea. Ellas son diferentes pero con un fin común; las dos, sin embargo, son afables, comunicativas y hemos hablado en muchos y gratos momentos durante las caminatas.
       Y acaba otra jornada, la tercera, en el albergue Don Quijote, de Arzúa. Hay partido de fútbol y los gritos se mezclan con la lechuga y el huevo de las hamburguesas, más tarde en una mesa, a lo fresco, nos regalamos una charla y unos licorcitos.
      Como todas las noches durante el camino, remedamos la gran familia. Unos leen, repasan sus notas, llaman a la familia; alguno tiene que ir al baño de nuevo y otros miran la oscuridad buscando el sueño que se ha detenido en algún rincón del albergue, enredado entre las literas. Poco después, los ruidos de cremalleras buscando prendas conocidas, el jabón, la toalla, otra camiseta.
      Hay que enrollar y guardar el saco.
     Y todo listo. Vamos chicos, que ya queda poco.
     Enhebramos la cuarta jornada. Jueves 20.


     Andrés, el jefe de la expedición, nos graba y se queja, con toda la razón, de que en el reportaje él brillará por su ausencia. Tomo la cámara y le enfoco, hago lo que puedo, que me parece que no es mucho. Pero por lo menos, le veremos luego cuando, ya en casa, visionemos el camino y volvamos a sentir de nuevo las emociones; su cara, en todo momento, ha sido de relajo y satisfacción.
       Otra pareja la componen Benito y Mari Carmen Adán, actores, me consta que muy buenos, de la compañía del Teatro Estable de Leganés. Ella, guapa y elegante, con su pasito menudo y tenaz, suele ir siempre en cabeza del pelotón, casi parece que pasea junto a su marido. A veces, para equilibrarse sobre el camino medieval, se toman de las manos.
       El otro día, al amanecer, vi a Benito despertarla y pensé que todas las mujeres del mundo desearíamos que nos despertaran de ese modo.

     ¿Ya he contado que todo el camino está regado de estrellas?
    Diminutas, brillantes, plateadas, diseminadas por todo el recorrido, en el suelo. Los peregrinos llevamos los ojos caídos, observando el esfuerzo de las botas y de las flechas de los bastones, quizá esa alfombra de estrellas nos susurren la riqueza que encontraremos todos cuando divisemos las torres de la catedral desdibujando el horizonte de Santiago.
 

Cierro los ojos

sólo un instante,
para ver.
 
    Alguien nos llama para alguna consulta  y para preguntar qué tal nos va. En ese momento íbamos Juani y yo subiendo una cuesta empinada y caliente, a mediodía, hablamos las dos con él y agradecimos oír una voz amiga que espera en trincheras.
       Maribel, una tarde, nos hace unas trencitas y otra se lamenta que olvidó su manzana. Montse se compra un cayado tardío y quiere que le escribamos todos algo. Pilar se encuentra varias veces durante el camino con su arcángel san Gabriel; yo, con un jesucristo canario de pelo largo y torso desnudo que caminaba con su madre y una perrita negra e incansable.
       En Arca O Pino, conocimos a José Manuel, el cura de la Iglesia de Santa Eulalia y, después de sellarnos la credencial, nos cuenta anécdotas y nos regala consejos para el final del camino. En el altar, una concha gigante de madera blanca nos arropa.
        Aquella tarde, en una cafetería, ocurrió lo de los sándwiches mixtos, la reclamación de las peregrinas ante lo exiguo del festín y la lógica compensación. Doble ración de todo y copitas pal  disgusto. Y, como diría Pilar Félix, sin ponernos colorás.
       Vuelta al albergue no sin antes atracar una discoteca y hacernos fotos bajo el foco de la pista desierta.
       Y aquí viene la historia del alemán errante, de la pareja de desconocidos que, como intrusos, compartían la habitación de todos nosotros, de la desconfianza que nos produjo la beodez de uno de ellos y la mirada de búho pertinaz del otro.
       Llegamos contentas las chicas descarriadas y nos relatan alguna batallita y cunde el pánico. Afloran los miedos ancestrales, las inseguridades y nos reconocemos dependientes. Al final, recolocamos tropas, repartimos alguna manta de cariño y todo queda en una anécdota. A la mañana siguiente, con el alivio del sol, se descubre que uno de ellos se fue a su peregrinaje en silencio y el otro resultó ser sólo un ser humano señero y desvalido.
 
¡El Monte del Gozo!... 21 de Mayo, viernes. 
Albergue multitudinario. Caseta 30. 
      Uno de los voluntarios del albergue, un lituano de ojos color imposible, me invita a compartir su mesa ante mi pregunta de un salón tranquilo donde escribir algo. Se llama R. Z. y “sólo” se puede comunicar con los peregrinos en 5 idiomas, yo le dije que podíamos hablar en castellano o en francés. Pero francés no sabía.
     El grupo, después de comer, se envalentona y quiere proseguir ese mismo día a Santiago.
     Y lo hacemos, con fuerzas encontradas en el fondo de nuestras mochilas y con la alegría olvidada e infantil de colgarle cuanto antes al santo nuestros deseos. 
“Bienaventurado eres, peregrino, si tu mochila se va vaciando de cosas y tu corazón no sabe dónde colgar tantas emociones”. 
     Recuerdo que un grupo nos adelantó a la meta y tuvo sus emociones, Vicky se me descolgó en algún momento y no pude compartir sus ojos a la llegada.
     Lo hice con Juani, la tuve al lado al volver la esquina y contemplar la Plaza del Obradoiro, con el vientre lleno de peregrinos, rebosante de esperanzas y de sueños.
     Habiamos llegado.
     No lo olvidaré nunca.

     Después de recibir la Compostela, el diploma con el cum laude de nuestra peregrinación, nos fuimos a festejarlo y nos adueñamos de un bar en una callejuela cualquiera de Santiago.
      Fue ese día cuando hablé más largamente con Loly y su marido Andrés, (Lupi), otra pareja que ha compartido esta semana y de la que guardo un buen recuerdo. Él, aprendiendo a saborear su reciente jubilación y que ha querido acompañar a su mujer en el camino. Ella,  para realizar el proyecto, tantas veces aplazado por los problemillas que surgen en la vida. Fue peluquera, es coqueta y me dice que añora otros tiempos y otros rasgos. Como todas, querida Loly, como todas. Y  nos deseamos suerte.
        Ese atardecer, en el albergue inmenso y permisivo,  ante lo esquivo del sueño, salgo a la noche de cuarto creciente y escribo algo en el cuaderno.

   “Luna bruja, deshilachada entre los gigantes eucaliptos, bañada por los tímidos riachuelos, galopando en los lomos de las vacas y de los caballos tordos, enganchada a la vida. Luna sabia”.
      Andrés Fernández está contento por el éxito del camino, por la ausencia de incidentes, por el esfuerzo de todos y, como un padre orgulloso, nos aprueba con la mirada.
     El otro Andrés, nuestro niño mimado, también está contento de culminar otro año más su peregrinación, a veces solo, acompañado otras, dice que repetirá otro año, quizá con el nieto, quizá por otros motivos, él lleva siempre uno dentro de su corazón, bien escondido. Ha sido en el camino nuestro cicerone, rodrigón de la cuadrilla.
     El sábado viene su mujer, Cathy, a reunirse con el grupo, llega con Mónica, la hija de Juani y las esperamos para la comida del domingo, después de oír la misa del peregrino y oler el incienso que se derrama sobre nuestras cabezas al compás del balanceo majestuoso y gondolero del inmenso botafumeiro.
      Comemos en El Tránsito de Gramáticos. Bacalaos y solomillos. Maribel, como un hijo pródigo, regresa acompañada por Rafael, el peregrino perdido por causas laborales. Huyó Maribel, con nocturnidad y alevosía, de su litera, para celebrar la Nochebuena con antelación.    
      Tarde libre, terrazas, -allí vemos al Zapatones-, segundo bautismo de pulpo y vuelta al hotel del Monte del Gozo en un taxi con derecho a despedida a la catedral iluminada.
      Los dos pares de hermanas, más sibaritas, han regresado a sus vidas en el tren, aprovechando la noche.
      El resto, después de un desayuno con vistas,  nos acomodamos en los coches y nos citamos en Astorga, donde comemos, visitamos la ciudad y nos abastecemos de la bollería típica. 
      Cerca de la U.P.L., en la última parada ya, nos despedimos todos y nos repartimos las mochilas, las maletas, los bastones. Yo, además, me llevo, porque no la quiere nadie, una tos que me durará seis días. 
ME ACUERDO:
De la emoción y los nervios al salir de casa.
De la llegada a Sarria y ver a nuestros amigos esperándonos.
Del primer sello en la credencial.
Del bordado de niebla que delimitaba el horizonte el primer día.
Del verde, en todos sus matices, en todos los tonos imposibles.
De las comidas en grupo.
De las llamadas a mi madre.
De Ana, la dueña del albergue bonito y su tristeza.
Del color atlántico de los ojos de Juani.
De los pensamientos de Vicky.
De la emoción de Guti.
De la protección de Andrés.
Del pantalón que me calcé, TALLA “S”… ¡Gracias Vicky!
Del pilot rojo que encontró Juani en el camino, sucio y abandonado, le curó las heridas, lo limpió y me lo regaló para que escribiera esto que ahora leéis.
De la tarjetita con la frase “Prohibido no estar feliz” que me regaló Montse.
De la perrita vestida de peregrina al pie de la Catedral.
De la pelea de alguien nervioso en la Oficina del peregrino.
Del olor de los altivos eucaliptos.
De la Iglesia de San Nicolás, desmontada piedra a piedra.
De la linterna mágica y sonora de Pilar Félix.
De la conversación sobre la bolsa y los dividendos con Pauli.
Del vicio de cerveza que adquirimos, o aumentamos, durante el camino.
De las entrañables impresiones escritas a la espalda de los billetes del autobús que tomamos el viernes 21 para regresar desde Santiago al Monte del Gozo. 
De todo.


El Camino de Santiago ha sido declarado por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad; Itinerario Cultural Europeo y ha recibido el título honorífico de Calle Mayor de Europa.

2010 es Año Jacobeo, circunstancia que se produce cuando el 25 de Julio, día de Santiago, coincide en domingo. Se abre la Puerta Santa, entrada lateral que da acceso a la Catedral y que permanece cerrada el resto del tiempo.


Gracias a todos. Fue EL CAMINO, nuestro camino. 
Eloísa Pardo, agradecida.

miércoles, 27 de abril de 2016

Y diez.

       Se me está dando de lujo esto de escribir mis memorias. Si lo sé lo hago antes. Anda que no llevaba yo tiempo pensando en poner por escrito mis andanzas.
     Bajé ayer al chino y he cargado con un par de paquetes de folios, porque creo que la pizpireta de la Lupe me ha calado. De hecho cuando subo con alguna excusa a su casa, no veo ni una cuartilla por ninguna parte.

     Hablando del rey de Roma, hoy mi vecina  Maribel ha bajado a tomar café. Ha traído unas pastas, lo que quiere decir que viene con tiempo, que viene con algún chisme, a sonsacarme algo o a cotillear de alguna vecina. 
     Hoy le ha tocado a Elvira, la vecina del  B, que es un cielo de mujer, dulce, amable y siempre dispuesta a ayudarte y a regalarte un pañito de ganchillo; a mi, desde que se enteró del día de mi cumpleaños y santos varios, nunca me ha faltado el pañito; me pregunta, a veces, cuándo hace los años el Nicolás, pero descuida  que me lo va a sacar, aunque me torturen; yo, hábil, cambio de conversación enseguida.
     Tengo pañitos hasta en las plantillas de las playeras.



      Elvira es viuda, el marido se murió al poco de casarse, de un infarto creo y ella se quedó ya embarazada de su Julián, superjoven y sola, sin familia ni nada, porque ella era huérfana y la familia del marido nunca la aceptó, por el eterno tema de que ella era, según su suegra, muy inferior a su hijo.
     El caso es que Elvira  trabajó muchísimo para sacar a su hijo adelante y prosperar en la vida. Su hijo estudió una carrera, abogado, que era la ilusión de Elvira y desde hace unos seis años trabaja en un bufete muy importante en Gandía.
     Elvira vive con una pensión moderada, su hijo viene a verla muy a menudo, le ayuda en todo lo que puede, está muy pendiente de ella y el año pasado se presentó con un par de gatos persas, Mozart y Beethoven, para que le hiciesen compañía. Esto, unido a lo buena persona que es, a su pasión por el ganchillo y a su buena salud, hacen de Elvira una viejita feliz.
   Yo la aprecio mucho. Incluso en alguna ocasión he bajado a desahogarme con ella por algún problemilla con Nicolás y siempre me ha dado muy buenos consejos.
     Maribel, para no extenderme en circunloquios, lo que quería con las pastitas rancias, era que yo intercediera o preparara o dispusiera los mecanismos necesarios para que, en la próxima visita de Julián, el hijo de Elvira, entablara contacto con ella o con su hija Lupe.
     En una palabra, y por si no habéis caído en la cuenta, os aclaro que las dos, la madre y la hija universitaria desean enganchar al abogado, sin rivalidad, si es la madre la que gane el premio, se llevaría un marido un poco más joven que ella, y si es la hija, un marido con casi veinte años de ventaja; pero ya digo, todo este complot, sin fisuras, uniendo sus fuerzas para que, sea como sea, ese chollo de hombre entre en el  A.
     Yo, que no me quiero calentar la cabeza, le he dicho a todo que sí, mientras pensaba en el próximo capítulo de mi vida biográfica; no me quiero meter en andurriales, porque, como yo digo siempre, amigos, pero el borrico a la linde, como se dice en mi pueblo.

     Creo que el próximo capítulo lo dedicaré a contar lo del carnet de conducir del lince de mi Nicolás. A cuadros os vais a quedar. Que jodío mi esposo.



*Imagen tomada de la red.

martes, 26 de abril de 2016

Memorias de mi existencia. Nueve.

 Capítulo nueve.

      He dejado por un momento de escribir, porque en la calle se han puesto a tocar Paquito el chocolatero  y yo, cada vez  que se instalan los gitanos con el organillo a tocar esos pasodobles, es que parece que me dan cuerda, dejo automáticamente lo que esté haciendo y me pongo a bailar como una posesa. Cierro los ojos y giro y giro por la casa, por el pasillo, con los brazos estirados a lo alto, todo lo que puedo, las manos entrelazadas detrás de una nuca imaginaria, de un hombre imaginario, morenazo y alto y, llega un momento en que me visualizo en una gran sala, con tres o cuatro lámparas de araña iluminando el circulo que formamos él y yo, mi vestido flotando al aire y los doscientos o cuatrocientos asistentes al baile mirándonos embobados y aplaudiendo cuando terminamos. Ya sé que el pasodoble que estoy escuchando hoy mismamente en la calle o el de otros días no es propicio para esta clase de ensueños, pero los sueños, son sueños y sueños son, como dijo aquel poeta.

        Os decía que los domingos por la mañana vamos al bar de Luis a tomar el vermut. Y también los domingos mi Nicolás, no recuerdo cómo comenzó todo, cogió la costumbre de llevarme el desayuno a la cama,  yo, la verdad, me costó un poco al principio esa mariconada, pero luego constaté que me daba gustirrinín y me dejé hacer, que he visto que tanto sacrificio de las mujeres para con los hombres, tanta atención, para que al final pase lo que pasa; así que los domingos, chica, yo despatarrada en la cama, sujetando la bandeja con las rodillas y sorbiendo el café tan ricamente con los ojos cerraícos. Incluso  hay domingos en que, al pasar por el salón, debe de darle una inspiración y coge una rosa de plástico del jarrón y me la coloca en oblicuo en la bandeja, como Arguiñano con el perejil, pues igual.
     Luego, se va a comprar el Marca y yo me lío con el cocido y a recoger la casa, y a las dos más o menos, me llama al telefonillo con el toque personal de él mismo, pero que creo que es el toque personal de todo el mundo varonil: pi, pi,… pipiripi,… pipiripipi pipi.
    Y yo bajo, arregladita, a tomar el vermut.
   Luis, el dueño del bar tiene una gata, se llama Gilda y ni un domingo, fijaos bien, ni un solo domingo se puede decir que no nos regala, a todos los parroquianos, con la visión de los genitales de su niña, como llama a esa cosa jaspeada, gorda y con mala leche que se pasea por el bar como si tal cosa; la jodía gata se le sienta a un parroquiano en las rodillas, o se ovilla tan pancha entre los tacones de  alguna clienta y, de repente, como una exhalación, sale el Luis, arrebatao,  agarra a la gata y le suelta a cualquiera, al que esté más cerca en ese momento, acercando el culo de la felina a la cara del interfecto:    Mira, mira que coño tiene mi gata! Que la verdad, yo creo que no son formas.
    Dioni, la mujer de Luis, encajonada  en esa ventanilla cuadrada que comunica con la cocina, no dice nunca ni mu.  Allí la veo siempre, solo la cabecilla y parte del nudo del delantal, de derecha a izquierda, de izquierda a derecha, un busto mudo e inmutable, que yo, observadora nata, mientras me tomo mi cervecita pienso que se parece a esos patitos blancos o amarillos que se van  deslizando por un raíl en las casetas de las ferias, tan obedientes, en fila, esperando que les tumben de un bolazo escupido por una escopeta disparada por el novio de turno, para conseguir el peluche gigante a su chica, y a ver si esa noche pilla.



        ¡Una de gallinejas, Dioni!
        ¡Marchando unos zarajos, Dioni!
        ¡Dos de bravas, Dioni!
        Le tiene el nombre gastao.
       Le va bien el negocio a Luis, los domingos sobre todo, el suelo del bar presenta una capa gorda y espesa, como una argamasa formada a conciencia por los estratos de los residuos de todos los días de la semana, desde el martes al domingo: serrín, huesos de aceitunas, palillos, cabezas de gambas fosilizadas, trozos de servilletas, etc, etc, todo junto y además revuelto, hasta el lunes, que es el día en que descansan  Luis, Dioni y los genitales de la gata. 
      Se cierra por descanso del personal, reza un cartel en el cierre metálico de la puerta, pero ese día lo deben de pasar teta raspando el suelo del establecimiento, si no es que tienen que llamar directamente a los bomberos.
     Por lo demás, bien, hay que reconocer, para ser justos,  que con las cañas el Luis pone buenos aperitivos, no se corta un pelo, hasta el punto que, algunos domingos, ni el Nico ni yo nos comemos el cocido.



      En el  B que es el piso que se ubica encima justo del nuestro, hará más o menos un año que se mudó una parejita de recién casados; como trabajan los dos, casi nunca los veo, he mirado sus nombres en el buzón, se llaman Enrique y Victoria.
     De ellos, por la coyuntura que os acabo de mencionar, no tengo nada que decir. Algunas noches, en el silencio de la ídem, me quedo sin respirar para ver si escucho jadeos o algo por el estilo, dado lo reciente de su unión, pero por el momento no he tenido resultados positivos, también es verdad que las posibles ondas del sonido se ven interceptadas por los ronquidos de mi querido esposo, que por mucho que, en mis momentos de espía, le de con el codo repetidas veces, no logro que mengüen en intensidad.

      A veces le dan apneas, a mi Nicolás digo, que es una cosa que es que se queda un instante con el corazón como parado, me lo dijo el médico y dijo también que podía ser peligroso a largo plazo si tenias muchas apneas de ésas. Yo, cuando se queda así, como traspuesto y en silencio, chica como que disfruto de ese instante de paz y cuento, cuento uno, dos, tres, cuatro, cinco, y ya, cuando voy llegando al diez, me acojono y le doy un codazo para que reviva, porque sería muy fuerte que se quedara en una de ésas y yo contando tan pancha hasta el alba.





     Hoy me he extendido más de la cuenta. Se me ha echado la tarde encima y los boquerones sin freír. 
     Creo que voy a fingir un dolor de cabeza y unos vértigos. No tengo ganas de entrar en la cocina.
     Que coma lo que pille por ahí. Oye, que no se puede estar en misa y repicando.

domingo, 24 de abril de 2016

Capítulo ocho de la historia de mi existencia.

     


Capítulo ocho.

     Todo el mundo tiene manías. Yo también. Además, no creo que sea una manía propiamente dicha, es más bien un escape a mi creatividad.
    Tengo una gran colección de pinzas de tender la ropa, cientos: de madera, de plástico, largas, cortas, de todos los colores posibles o imposibles, de diversas formas, muchas. Aparte de las que he ido comprando, tengo la costumbre de ir, de vez en cuando, sobre todo cuando estoy un poco decaidilla, a darme un paseo por los alrededores, con una bolsa del Carrefour y con los ojos imantados al suelo, de tal manera, que, con paciencia y un poco de suerte, vuelvo a casa con un verdadero botín de pinzas huérfanas y desahuciadas.
     Pues bien, cuando tiendo la ropa, lo que hago es una composición cromática con las pinzas.
     Un día, intercalo pinzas de madera, con otras de plástico. Otro, utilizo sólo pinzas de color rojo; el siguiente, por ejemplo, pongo una fila de color verde, otra de un amarillo fosforito y la última de un rosa chicle. La ropa interior mía, sobre todo los tangas que me regala Nicolás en mi cumpleaños y en Reyes, los mimo con pinzas de colores suaves y, lo último que he conseguido es formar, con los distintos colores, las iniciales de nuestros nombres. Es una actividad que tiene multitud de posibilidades, sin  parangón, y yo a veces me quedo extasiada ante el conjunto; con la cabeza un poco ladeada, los ojos entrecerrados y una sonrisa irremediable en los labios. Talmente como si estuviera viendo un Caravaggio, si algún día lo viera. El arte que me se sale por todos los lados.



      Voy a desarrollar este capítulo en hablaros de la Dolores, su marido el mirón (creo que en plan fino se dice voyeur), y de su hijo cabezón.
    Viven en el piso de enfrente del nuestro, en el 2º A, y ella lo  que colecciona son enfermedades, que es por la razón que os comenté de soslayo, en un capítulo anterior, lo bien puesto que llevaba el nombre.
    Un día la ves y le duele la cabeza, otro, es una contractura con lo que se ha levantado de la cama, y al siguiente son los huesos que los tiene desgastados. Cólicos nefríticos, dolor de pies, visión borrosa o ataques de ansiedad son otros de los partes de salud con los que deleita a los vecinos o conocidos que tienen la desgracia de coincidir en sus coordenadas.
    Su marido tiene también tiene un problema y es que le escuece bastante la vista: le mira las tetas y el culo a toda hembra que se cruce en su camino, incluso a las que van por la acera contraria; y luego, que tiene la costumbre de ir desnudo por su casa y oye, cada uno en su casa hace lo que  quiere, pero es que la ventana de su dormitorio da a un patio interior, donde casualmente también da la ventana del mío. ¿Y tú sabes el trago que me supone verle con todo el  mondongo al aire?
   La escalera, como somos pocos vecinos, pues la fregamos nosotros, cada uno su tramo de escalera, alternándonos.
     Yo, que ya sabéis lo limpia que soy, pues en lugar de la fregona, que no es lo mismo, frego mi tramo de escalera y el portal, cuando me toca, de rodillas.
    Y venía observando desde tiempo inmemorial que cuando estoy en esas labores, Mariano, el marido de Dolores, salía y entraba de su casa por lo menos un par de veces, hasta que hace unos días y después de mucho pensar, en una de esas salidas me he percatado de sus intenciones:- Sigue, sigue Pilila- me decía, que yo espero, que no te quiero pisar. Y se quedaba detrás de mí, el jodio; y yo que soy de natural más inocente que el asa de un cubo, sin caer en la cuenta de que mis bragas eran objeto de sus lujurias eróticas. Pues hasta aquí hemos llegao, le dije en su cara, tirando con muy mala leche la bayeta, a partir de ahora voy a limpiar la escalera con la fregona y me da igual como quede… y así todo oye.
      Tienen un hijo, Juanito, pero al pobre el diminutivo no le alcanza a la cabeza, porque tiene un torrao que no me explico como puede el angelito sobrellevar semejante peso encima de ese cuello tan delgaillo, yo creo que el señor que inventó el chupachus, tuvo que cruzarse con él un día y de ahí la idea del caramelo en cuestión que tanta fama le dio.

     La verdad es que no debe ser tonto, porque en el colegio saca muy  buenas notas, aunque no me lo puedo explicar porque cada vez que voy al video club, o paso por allí, le veo sentado detrás del mostrador con la boqueja abierta y con su tito Ángel como le llama él, porque el cabezón debe relacionar la palabra primo con otro de su misma edad, y Ángel se la dobla (la edad).

    Mañana es domingo y mi marido me ha dicho que ha quedado con los amigos para ir a tomar el vermú.
    O sea que no hago comida que luego llegamos hasta las cencerretas y ahí se quedan los garbanzos muertos de risa.
     Aprovecharé ese tiempo en adelantar varios capítulos de mi libro.
     Que me estoy acordando de cada cosa!



Y ya son siete los capítulos! Se lo ha tomado a pecho.

    
     Aquí sigo, amables futuros lectores de ésta la Historia de mi existencia, he tenido una vida mazo interesante: mi infancia, mi casi nula adolescencia, mi juventud y mi casamiento con el Nicolás, que no podría calificar si ha sido cosa buena o mala. Casi por eso me he decidido a escribir mis memorias, para aclararme yo misma este punto fundamental de mi vida.
       Y es que ha habido de todo en estos quince años que llevo con mi compañero semental como dice la Toñy, que no soporta a mi marido.
      He ido a MI VIDEO-CLUB,  no es mío, es que se llama así, y le he dicho a Ángel, el chico que despacha las películas, digo -A ver Ángel, dame una buena. Siempre le digo lo mismo y él, la verdad, es que me aconseja muy bien.
      El pobre es un poco tartaja y me contesta- de qué la la la la quieres.
    -Hombre-, le digo, -que sea  romántica, sentida, que me pellizque  un poco el corazón, que hoy estoy sensible; o bien le pido una de acción porque ese día  le toque elegir a  Nicolás; o le digo: dame una guarra, que hoy elegimos los dos, (esto suele ocurrir los sábados).
     Es muy majo este Ángel, yo nunca le pido que me haga una sipnosis del argumento porque por su problema me pueden dar las tantas, pero es un gran entendido del cine y yo me fío muy mucho de su criterio. 
     Es sobrino de mi vecina de enfrente, Dolores, que no he conocido nunca una persona que le hayan puesto el nombre tan acertadamente, ya os contaré.
    El chaval, Ángel, quiere hacer un corto el día de mañana; está constantemente viendo películas en el video-club (y haciendo copias, dicho sea de paso) y, la verdad, desde que el dueño de la tienda lo contrató hace más o menos año y medio, el negocio ha ido subiendo como la espuma. El dueño, un empresario sin muchas luces, tonto del culo, pero de ésos que tienen suerte en la vida y se creen los más avispados del mundo empresarial, si, de ésos que se sacan el dinero del bolsillo a puñaos, de ésos; pues al principio se mostró un poco reticente a contratar al chico por su pequeño problema, pero ahora, está más contento que unas castañuelas y le ha hecho un contrato indefinido.             Viene al video-club de vez en cuando y se queda con las manos en los bolsillos y una sonrisa de oreja a oreja mirando todos los cartelitos de ALQUILADA que Ángel mete entre las carátulas de las cajas de las películas.




     ¿Sabéis un truco que utiliza  cuando una película es mala, malísima y no tiene salida? Yo me quedé loca cuando me lo contó en confianza. 
     Os cuento: pone la película cerca de la caja, en un sitio bien visible y con el cartoncito de “Alquilada” varios días; la peña se da cuenta de que la película en cuestión nunca está libre y, como el ser humano es de esa manera, pues desea fervientemente alquilarla y Ángel les promete que hará lo posible por conseguírsela.  El cliente contento, agradecido y la peli alquilada por fin. ¡La vida es bella!

     Que dice mi Nicolás que me va a regalar un perro para mi cumple.
    Y que le digo yo que ya tengo uno hace quince años y que no quiero otro.
    Y mi esposo, que es más corto que las mangas de un chaleco, se ha encogido de hombros y me dice que le vaya buscando nombre. 
    Y le iba a contestar  algo más gordo, pero ya se había quedado dormido.

    Voy a recoger la cocina y a hacer un poema, que me acaba de entrar la inspiración y no puedo dejarlo para luego.
     Me encanta  este rollo de la poesía!





sábado, 23 de abril de 2016

Capítulo sexto de la historia de Pilila Fernández de de Blas.

     Está Asiole en casa de su tía, me la he encontrado cuando venía de comprar la chapata y un cartón de vino para mi Nicolás.
     Le he dicho que, a parte de los capítulos de mis memorias, le voy a dar, para que me los eche un vistazo, unos poemas que he hecho. Los primeros de mi vida, le he advertido, pero que creo que me han salido de lujo. Muy emocionantes.



     Ahora dejo aquí el
capítulo sexto:

     "Ya he referido que vivo en la ciudad de Parla, en la calle Sal nº 13; es un inmueble de cuatro plantas, sin contar los bajos que lo ocupan una frutería, un laboratorio fotográfico y un local hecho vivienda donde vive la Toñy, la tía de Asiole.
     Mi Nicolás y yo ocupamos el 2º B,  y la Maribel y su hija Lupe, la universitaria, viven en el 3º A. Ya os iré presentando a los demás inquilinos de la finca, os adelanto previamente  que no requieren un gran interés para vuestra posible curiosidad y morbo.
     No tenemos coche. Por unas cosas y otras, Nicolás no se ha sacado nunca el carnet de conducir y me he dado cuenta que es inconcebible y deprimente que no dispongamos de semejante objeto; es humillante que hoy por hoy cualquiera de nuestras amistades tengan su buen coche, con lo muertos de hambre que están algunos, que lo sé de buena tinta.
     Así que el otro día me pasé por la auto-escuela que abrieron hace poco en la calle del mercado y le hice la matricula. La auto-escuela se llama EL FITIPALDI y la carpeta de plástico blanco y azul que me dieron con la copia de la matricula y los libros de la teoría se la planté al Nicolás en la mesa, al lado del plato de la sopa de menudillos.
      Estuvo un rato reacio porque dice que lo de estudiar nunca ha ido con él, pero yo le hice ver, con grandes dosis de paciencia y diplomacia, que no podíamos seguir sin vehículo. Tendremos mucha libertad de movimientos y podremos ir a ver a tu madre más a menudo, le engañé, y rematé mis argumentos con una palmada en la mesa, al tiempo que le decía- y andando que es gerundio-, esta frase no se por qué pero siempre me ha resultado muy efectiva.
      Yo, por mi parte, ya le he echado el ojo a un coche, lo llevo viendo creo que desde siempre, aparcado delante de mi  mismo portal: es un Ford Fiesta rojo y es de  Marcelo, el frutero; dice que se va a comprar un Mercedes y tiene el Ford en venta. El viernes pasado fui a comprar unas acelgas para la cena y le pillé con la lengüecilla fuera y un rotulador en ristre haciendo el cartel de venta. Deja el rotulador Marcelo, que  si llegamos a un acuerdo, me quedo yo con el coche, le dije.



      Me empezó a decir que estaba impecable, que nunca había tenido un golpe serio y que siempre había dormido (el coche) en garaje. Yo le contesté que desde que abrió la frutería, un par de años después de estar yo viviendo en dicha finca, o sea unos trece,  llevaba viendo el coche aparcado delante del portal y es más, continué impertérrita, llevo años intentando ver la tapicería de cuero de la que tanto hablas y todavía no he podido, y no es porque los cristales de las ventanas sean tintados, (a buen entendedor), pero como no me fío de su capacidad de entendederas le advertí: quiero el coche limpio antes de hacer la transferencia.
     Cuando se lo conté al Nicolás me dijo que fue mi carácter fuerte lo que le enamoró hace años. (Esto se lo restregué por el morro meses después, cuando me enteré de lo que me enteré)".


Le he llevado todo, memorias y poesías a Asiole y me ha prometido que las corregirá en cuanto tenga un hueco en la portería. También me ha dicho que tiene una amiga, Eloísa, que acaba de publicar un poemario y que vendrá la próxima vez para conocerme. El poemario de marras se titula Pronto será oro el membrillero. A cuadros me he quedado. Se habrá quedao descansando la poeta con el título.
Me ha invitado la Toñy a un café y unas pastas. 
Que estaban, todo hay que decirlo, un poco ranciejas.