domingo, 31 de enero de 2016

Escapada al lugar de la Mancha...


Crónica de una salida anunciada.
Echaba de menos el pueblo. A mi Villa Favorita, a los amigos y al olor del empedrado y del saludo.
Y después de elegir cuidadosamente el trajecito de Haro: -No vayamos a repetir modelo mama, me dijo-, enfilamos, carretera y manta, al Lugar de la Mancha: Villanueva de los Infantes.
A pasar el día.
Caprichoso como siempre, a mi perro, sobre la marcha, se le ocurrió desviarnos un poco a ver jirafas. 
Os dejo una muestra fotográfica.
Nos encontramos, ya reanudado el camino oficial, a D. Miguel de Cervantes y posó para nosotros.
Le felicitamos.
Y llegamos a Villa Favorita.

Abrimos, lo primero, todas las ventanas de la casa, dejamos las puertas abiertas al ruido de la paz y del sosiego y nos lanzamos a la calle.
También me puse el sombrero.

Y nos cundió.
Tomamos café con Mª Ángeles, nos paseamos la calle hermosa y el museo, hablamos de la próxima presentación de mi libro, de los detalles, del refrigerio, de las palabras.
Visitamos la Casa de los Estudios para ver a nuestros amigos de Calambur Experience, expendedores de la historia y los rincones del pueblo. Responsables de todas las rutas que existen y de las ocultas.
Tomamos un quinto café con Teresa Sánchez, Tesala, que siempre que nos sabe allí, dirige su coche y su cámara a nuestro encuentro.
Nos regaló su cariño y sus "risas con la palabra".
Paseamos con el ruido de nuestras miradas y el chisporroteo alegre de las instantáneas: ora la plaza desierta, ora la impresionante iglesia, aquel rincón en penumbra...
Y se hacía lentamente de noche.
No se podía estirar más la gracia.
Cerramos todas las ventanas de la casa, entornamos la puerta para acelerar el regreso y volvimos a Leganés.
Haro, me sugirió hacer un pequeño desvío para charlar con unos amigos esquimales.
Esta vez, no le hice el menor caso.
Está enfadado.
Nos tomamos, al llegar, un vaso calentito de leche y nos arrebujamos entre edredones de sueños para esperar este domingo último de Enero.
Irrepetible.
Soleado. 
Sed felices.
Que pronto será oro el membrillero.

A risas con la palabra.


Mi chico de estreno. Los Reyes de su tía Mari Carmen.

Celebrando aniversario.

Me dio recuerdos para ti.
África, majestuosa, como siempre.


Con Mª Ángeles Jiménez.


Con Teresa Sánchez.


Y Teresa me dejó su impronta y su cariño en mi cuaderno loco.


Ayer se fue, mañana no ha llegado;
hoy se está yendo sin parar un punto:
soy un fue, y un será, y un es cansado.
Quevedo.

martes, 26 de enero de 2016

Nieve.

“No fue un sueño, lo vi: la nieve ardía”
(Angel González)




Cuando desperté
la nieve ya llevaba horas inundando los cristales
de sueños.
Una colcha blanca había escondido,
sigilosamente,
los árboles del jardín y
hermoseaba los tejados
de la fealdad de las cubiertas desvencijadas,
vencidas por el  arrase del tiempo.

Mi perro olía la belleza en las esquinas
y se detuvo extasiado
cuando salimos al milagro.
La nieve nos acarició ¿recuerdas?
con copos de vida;
yo reía y tú
me golpeabas los hombros con bolas
de inocencia y besos.

Me pasé todo el día con los ojos
imantados en la blancura,
en el prodigio,
sonaba música suave en algún rincón de la casa
 y mi perro escuchaba conmigo
el silencio de los dioses.

La función  se rindió al final de la tarde.

Mañana pondré el pie en otra alfombra,
se levantará otra luna
y pensaré en ti
y me tocaré el hombro
 con la huella,
todavía,
de aquella bola de nieve
con la que me ofrecías,
sin palabras,
un extenso manto albo,
plateril,

donde  labrar nuestras huellas.


*Imagen tomada de la red.

  



sábado, 16 de enero de 2016

Gamberras en el taller de escritura.

El pasado lunes en el taller de escritura propuse, como trabajo de ratos perdidos,  un relato en el que se incluyeran las palabras armario, tejado, jardinero, beso y miedo.

Estoy en ello.
Un relato-historia de un par de tres o cuatro folios con los consiguientes introducción, nudo y desenlace.
Pero hubo un momento que me despisté, me fui por los cerros de Úbeda, me puse a soñar con ese viaje a Tombuctú que tanto deseo y a pensar en comerme todos los bombones de licor que me esperaban en la nevera.
Total, que, durante media hora, divagué con las palabras.
Me puse a hacer minis.
Algo así como:

Le dí un beso al jardinero en el tejado. Me dio miedo y me escondí en el armario.

Me besó el miedo, el jardinero estaba en el tejado, me metí en el armario.

Me dio un beso dentro del armario. El jardinero. Me dio tanto miedo que me subí al tejado.

Aquel beso me dio miedo. Fue cuando subimos el armario al tejado. Me he enamorado del jardinero.

Tengo al jardinero en el armario. Tiene miedo. Eso le pasa por no darme un beso en el tejado.

Tengo un armario y un jardinero. Me da miedo subirme al tejado. Dame un beso.

Le doy un beso al miedo. Me subo al tejado mientras mi jardinero me desarma un armario.

Dejo el miedo en el armario. Al jardinero en el tejado. Te beso.

Mi jardinero ha salido del armario. ¿Y el beso que me dio en el tejado? Miedo me da.

Tengo unos doce ejemplos más. Una locura.
Me acabo de comer el último bombón. Otra.
Voy a acabar el relato como dios manda.

Se viene alguien conmigo a Tombuctú?



Os echo de menos.
Me aburro.
Namasté.

viernes, 15 de enero de 2016

Tarde oscura de Enero. Sin luna.


El oleaje se eleva, descomunal, con el rugido y la ira de los dioses con ojos de fuego y manos crispadas.
Animales devoradores. El color de la angustia y la mueca de la asfixia. La cercanía. El olor.
El agobio de las paredes que ofrecen un muestrario de lentas agonías.
Lunas menguantes, continuas y tercas. Unas manos que provocan escalofríos y dudas. Las ansias por partir. Un collar demasiado estrecho. Y falso.
La náusea.



Me ahogaba escuchando tu respiración
y me fui al centro comercial,
con el pretexto de comprar un regalo atrasado.
Necesitaba oír la luz y ver música en todos los rincones.
Ubicarme.
Te pareció bien.
A mí me daba igual lo que te pareciera.
Tuve que andar unos cuatro kilómetros hasta el lugar.
Caminaba rápido, respirando ansiosa,
con la boca abierta, boqueando con las ansias
del pez atrapado en las tablas ásperas
del barco.
No compré nada.
Sólo quería colocar en su lugar los pensamientos,
catalogar recuerdos,
etiquetar las nostalgias,
tragar los pecios una vez más. Con calma.
Escudriñar un futuro.
Me senté en  una cafetería y pedí dos cervezas.
-¿Dos?-, me preguntó el chico uruguayo.
-Sí, dos-, contesté alzando la barbilla.
Y me dediqué a mirar.
Me dediqué a burlarme mentalmente de la gente que pasaba:
Sonriente, mirando el móvil, cargada de bolsas de colores mentirosos y ajena al murmullo de la muerte.
Exentos al miedo. Creyéndose felices.
Luego le ví.
Y durante los tres metros escasos que abanicaban nuestro campo visual, entre un cartel de ofertas  y otro de rebajas, nos miramos detenidos.
Creo que su paso dudó un instante.
Yo intenté demorarlo con la mirada.
Atrapar la tabla en mar abierto.
Tres metros, quizá menos.

Volví despacio.
Todo lo lento que pude.
Compré en el camino un cucurucho de castañas asadas.
Y buscaba, inútilmente, la luna.



martes, 12 de enero de 2016

Me regalan!


Mirad lo que me han regalado!
Estoy loca!
Maupassant!
Todo!



   El 5 de Agosto de 1850 nace René Albert Guy de Maupassant en el castillo de Miromesnil en el distrito de Tourville-sur-Arques, según la versión oficial. Algunos biógrafos albergan dudas al respecto, dado que es posible que sus padres  inventaran esta localización porque ambos aspiraban a la gloria de una nobleza bastante dudosa.
      Su padre, Gustave Maupassant era descendiente de una familia lorenesa establecida en Normandía desde el siglo XVIII. Su esposa Laure Genevieve  Le Poittevin, nació en Rouen en 1821. Ésta, hija de armadores, pertenecía a la alta burguesía normanda y era un tanto neurótica con grandes delirios de grandeza, hasta el extremo que no accedió a casarse con Gustave mientras no le fuese reconocido el "de" que precede al apellido Maupassant.  Laure y su hermano Alfred  habían sido amigos de infancia de Gustave Flaubert, hecho decisivo en la posterior andadura de Guy en el terreno literario. Laure se casó con Gustave Maupassant en 1846.  Ambos provenían de familias acomodadas y vivían de las rentas de la herencia de él y la dote de ella.
    La  infancia de Guy se desarrolló en un ambiente familiar presidido por la discordia entre un padre adúltero y una madre neurótica. Es posible incluso que el niño hubiese tenido la oportunidad de asistir a escenas de marcado carácter violento entre sus progenitores que lo marcarían de por vida. En 1856 nace  Hervé  y en 1862, ante lo insostenible de las relaciones conyugales, el matrimonio se separa "amistosamente". Laure de Maupassant siempre luchó, en detrimento de Hervé, por conseguir que Guy fuera un hombre de éxito, lo que produjo en el hermano menor cierto complejo de inferioridad que lo convertiría en un muchacho indomable hasta su prematura muerte en un centro psiquiátrico (preludio de lo que le ocurriría a su vez a  Guy).
      Estudios, vagabundeos y borracheras, lecturas y descubrimientos. La adolescencia del escritor estuvo conformada por estas fecundas contradicciones y, poco a poco, Flaubert representará en la imaginación del adolescente y más tarde, del escritor, el papel de padre.  Lenguas maledicientes llegaron a afirmar que Flaubert era el padre biológico de Maupassant. 
     Maupassant  trabajó como empleado en el ministerio de Marina. La vida de oscuro funcionario y la atmósfera kafkiana del ministerio le inspirarán una de sus obras maestras L'Heritage. Odiaba el trabajo rutinario del Ministerio y repartía su tiempo libre entre la creación literaria bajo la guía de Flaubert y las excursiones a lo largo del Sena en compañía de jovencitas fáciles y remeros.  En este ambiente fluvial llegó a tener un grupo de amigos con los que compartía su afición por el remo y las muchachas. Esta vida inspiraría su relato "Mosca. Recuerdos de un remero".
    En 1876 y merced al padrinazgo de Flaubert, Maupassant comienza a colaborar en diversos periódicos y revistas con el seudónimo de Guy de Valmont. Se hace construir una casa donde fueron representadas privadamente algunas de las obras de teatro que escribió en esta época, de carácter marcadamente erótico y libertino.
    Famoso por sus aventuras amorosas en las que nunca puso sentimiento, tan solo instinto animal, estaba orgulloso de sus conquistas y de su potencia sexual, llegando a presumir de que podía realizar el acto sexual diez veces seguidas en un lapso corto de tiempo. Amigo de prostitutas y a la vez de damas de alta sociedad, Maupassant frecuentó ambos mundos indistintamente. Su apetito sexual lo conducía a las primeras, mientras que el afán de destacar socialmente y cierto deleite intelectual lo dirigía a las reuniones de las otras. Sus cuentos contienen la fiel descripción de ambos mundos.
    
     Maupassant no parecía un hombre genial. Apenas de estatura media, era robustísimo y guapo; la frente alta y cuadrada, el perfil griego, la mandíbula fuerte y sin dureza, los ojos gris-azulados profundamente hundidos, el bigote y el pelo casi negros. Tenía modales perfectos, pero al primer momento parecía reservado y poco propenso a hablar de sí mismo o de sus obras.
        
 El éxito obtenido con sus primeras obras le permitió no sólo vivir de la pluma, sino también poder realizar sus sueños: el lujo, la inagotable actividad amatoria, los largos y solitarios viajes por mar en su yate Bel Ami y el ingreso en la buena sociedad de Cannes y de Paris, donde se ganó una fama de seductor inveterado. 

    Era deportivo, practicaba el piragüismo y estaba orgulloso de su fuerza. Solía decir: "Dentro del buen animal encontramos al buen hombre". Su vigor físico era increíble y aseguraba que después de un día de piragüismo por el Sena, todavía podía remar la noche entera. Le atraían los ejercicios violentos aún cuando llevara la peor parte.

    Con la publicación de Mademoiselle Fiif, Maupassant se convierte en el escritor de moda,  lo que hoy llamaríamos un autor de best-sellers, y sus derechos de autor le proporcionan muy buenos ingresos, y, en el giro de unos años, una verdadera fortuna: tiene por esos años un piso en París -más un apartamento para encuentros clandestinos con mujeres-, una casa de campo en Etretat (La Guillette) y un par de residencias en la Costa Azul, amén de su yate Bel Ami. Son también años de frecuentes viajes -Italia, África, Inglaterra...
     En 1883 nace su primer hijo, Lucien,  fruto de sus relaciones con Joséphine Litzelmann, una judía alsaciana.  Guy tendría otros dos hijos con la joven, pero nunca quiso reconocerlos, aunque sentía por ellos mucho cariño y siempre se preocupó de atender a sus necesidades materiales.  Hay biógrafos que curiosamente no mencionan este extremo.
    Hacia el final de su vida, la adulación de la aristocracia le confirió un ligero tinte de esnobismo y dice la leyenda que en el interior de su sombrero sus iniciales iban presididas por una corona de marqués y que ni siquiera tenía derecho a la preposición con la que hizo preceder siempre su apellido.  Sus cartas tenían un membrete regio.
    Su actividad literaria, por otra parte, no conoció desmayos.
En el final de su carrera, una buena cantidad de cuentos está inspirada por la idea fija del suicidio, la obsesión de lo invisible, la angustia. Ya había cumplido con negar a la Providencia y considerar a Dios como "ignorante de todo lo que hace". También había cumplido con describir una ruta de pesimismo, diciendo que el Universo es un desencadenamiento de fuerzas ciegas y desconocidas, y que "el hombre es una bestia escasamente superior a las demás".
    La noche del 1 de enero de 1892, intentó por tres veces abrirse la garganta con un cortaplumas de metal, tras otro intento previo de suicidio disparándose con su revólver.  Sus amigos y el fiel Françoise Tassart, lo trasladaron a París; allí fue internado el 7 de enero en la clínica del doctor Blanche, donde moriría al cabo de dieciocho meses -el 6 de julio de 1893-, periodo que transcurrió en una inconsciencia casi total, aunque con periódicas crisis violentas que obligaban a los enfermeros a ponerle la camisa de fuerza, padeciendo de fuertes delirios, ora de grandeza, ora de persecución. Llegó incluso a gritar: "Soy hijo de Dios. Mi madre se acostó con Cristo"...
     Su funeral, en el que sus padres no estuvieron presentes, se celebró bajo un calor sofocante que no impidió que un emocionado Zola diera un breve discurso en su honor.  Hoy puede visitarse su sobria tumba en el cementerio de Montparnasse Sud, en París. 


Desde aquí, gracias totales a las personas que me han regalado la pluma, el libro, el vino, las flores, los abrazos.
Dicen que es por el logro del blog y por el poemario publicado.
Yo digo que es porque son hermosos, por dentro y por fuera.
Y yo con esta suerte...

jueves, 7 de enero de 2016

Busco.


Se resiste la mujer a la pérdida.
A la nostalgia de los deseos que no encontraron hueco.
Al tren huido.
Al murmullo del odio.
Al rechinar del tacto en la garganta.





Busco en tu espalda
todas las tardes vacías,
en el hueco de tu axila
los miedos,
en la nuca,
esos deseos repentinos
que aún revolotean
por las esquinas de los días
feriados.

En las manos abiertas,
las promesas olvidadas.

Busco, entre las cortinas
lívidas de la alcoba,
marcas delatoras entre los muslos,
quimeras en los ojos,
certezas.

Busco un lunes que me entregue
el cáliz.

La panacea.






*Imagen tomada de la red.

miércoles, 6 de enero de 2016

Alas.



De cuando me escondo en el estudio.
De cuando me ovillo.
De cuando el olor a tinta me lleva a donde quiere.
Del bruxismo del papel en blanco.




Mira cómo está la mañana.

Recortada en el horizonte,
amplia en las esquinas
y sumisa bajo la ventana,
danzarina hacia el cielo.

Lúdica.

Me abraza desde la espalda
y borra interrogantes
y esperas.

Bate las alas. 
Lo noto.

Ese dolor tenue,
ese escozor que aumenta
cada día.

Ese ansia y ese ardor
que crece.
Que me asusta,
porque es imparable.

Que galopa
incesante.
Esa añoranza
añeja.

Ese miedo
al cambio.

Irremediable.







*Imagen tomada de la red.

viernes, 1 de enero de 2016

De ansias y sosiegos cierra por traslado.

Feliz año nuevo amigos.
Vamos a procurar que el 2016 se nos quede grabado en oro en nuestro libro de la vida. 
Con lentejuelas y fuegos artificiales.
Con música de fondo.

Decíamos ayer que la cuenta atrás acabaría hoy.
Y aquí estamos. Cerrando el círculo. Bien cerrado.
Atado y bien atado.

Decíamos ayer...
Mirad, esto es lo que escribí el primer día del año pasado. Un 2015 que prometía.
Hoy es jueves, 1 de enero de 2015.
"Me he levantado temprano, teniendo en cuenta que anoche, tras la celebración de la nochevieja y brindis posteriores y reiterativos, me acosté bastante tarde.
Tenía prisa por levantarme. Por ver el cielo del primer día del año. Del primer día del resto de mi vida.
Desde el ventanal de mi estudio contemplo una mañana luminosa, soleada y caliente a la altura de los ojos y la parte inferior con un aspecto un tanto gélido: los coches aparecen con una cofia de escarcha. Ha debido ser una noche bastante fría.
Ni una nube. Limpio el cielo. Al fondo se divisa la sierra con una coronita de nieve.
Me acerco la taza de café al pecho. Y me siento en el rincón de la paz.
Retomo las historias de Alice Munro, pero, de repente, se me abalanzan el desasosiego y la conciencia sobre los hombros, uno a cada lado. Ansias.
Se me clavan las uñas de ambos con avaricia de loco. Me levanto.
Me calzo las zapatillas de huir y me lanzo a la calle.


La luz del ascensor parpadea terco, tiene trabajo en los pisos inferiores. Bajo andando. Vivo en el piso trece. A buen paso, ora caminando, ora con un trotecillo, recorro los pequeños parques que rodean mi bloque. 
Un año más. Un año menos.
Ansias.
Miro a mi alrededor. Los árboles, el césped, el cielo... "contemplando/cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte/ tan callando".
Me está costando.
Me está costando encajar el paso del tiempo.
De ansias y sosiegos.
Después de una media hora de moverme, huyendo, 
vuelvo a casa.
Evitando el ascensor, subo los trece pisos.
   Llego sin aliento.
         Tan callando".

Y ahí fue cuando pensé en hacer una entradita diaria a mi blog. 
Entre otros proyectos.
Ha sido un placer.
Os deseo lo mejor para este año. 
Que cumpláis algunos sueños, que viváis todos los días y, desde aquí, os 
enviamos, Haro y yo, nuestros mejores deseos.
Gracias, gracias, gracias.



2016. El mejor año de nuestra vida.