sábado, 24 de enero de 2015

De ansias y sosiegos. Sábado 24.

24. Haro y yo.

“Creo que podría transformarme y vivir con los
animales. ¡Son tan apacibles y dueños
de sí mismos!
Me paro a contemplarlos durante tiempo y más
tiempo.
No sudan ni se quejan de su suerte,
no se pasan la noche en vela, llorando por sus
pecados,
no me fastidian hablando de sus deberes para
con Dios.
Ninguno está insatisfecho, a ninguno le enloquece
la manía de poseer cosas.
Ninguno se arrodilla ante otro, ni ante los congéneres
que vivieron hace miles de años.
Ninguno es respetable ni desgraciado en todo
el ancho mundo”.
Walt Whitman.




“El perro sabe, pero no sabe que sabe”
Teilhard de Chardin.



Es lo primero que veo cuando despierto por las mañanas.
Abro los ojos y veo los suyos fijos en mí, cariñosos y expectantes.
—¿Qué, dispuesta al paseo?—parece querer decir… y sonrío.
Lo primero que hago al despertar y verle  es sonreír.
Y eso me gusta.
Si dudo, si vuelvo a cerrar los ojos o cojo el libro, me calzo las gafas y me dispongo a leer un rato, él se acomoda, pegadito a mi costado, da un profundo suspiro y se duerme de nuevo.
Todavía no es hora, supongo que pensará.
Yo pospongo ese momento, por puro placer.
El vientecillo de primera hora de la mañana pasa sin obstáculos, en línea recta y me refresca los pies; leo un par de hojas del libro sin dejar de sentir el contacto de mi chico, su respiración tranquila, regular, con suspiros más largos y victimistas, como recordándome que no me demore demasiado en pamplinas porque necesita aliviarse, salir y pasear al final de la correa, seguro del control de su amiga, a la que esperará en algún recodo del camino cuando escape a su campo visual, convencido de que ella no le quita ojo durante el paseo, orgullosa y complacida, hipnotizada ante la dulzura y el poderío de su cuerpo de algodón, plateril, del andar cadencioso y chulesco de sus patitas de perro con pedigrí añejo, del movimiento enloquecedor del rabillo cuando se cruza con alguien que le produce gozo.
—Haro— le llamo de vez en cuando, porque necesito pronunciar su nombre, por ver si se reconoce mío. Y él vuelve la cabecilla como si fuera un resorte programado y yo le regalo un te quiero que asume con total dignidad e indiferencia y prosigue su camino con la cabeza un poco mas erguida, más chispero si cabe, seguro de su poder ante la mujer que sujeta la correa, la que se supone que manda, pero que sólo es la más rendida sierva, agradecida y sumisa, ante el que cada mañana, al despertar, le provoca un sonrisa que le ilumina el mundo.

En tus ojos se enreda todo,
las mañanas, las caricias,
la palabra vamos, el camino,
la luna y los suspiros.
En tus ojos me vuelco
cuando todo gira,
cuando no encuentro
el objeto.
En tus ojos ha crecido
una almohada
de plumas
y yo apoyo en ella
 mi alma perdida,
mis manos desnudas,
mis desvelos.



(De mi libro de relatos Haro y yo).
Vamos a por el sábado, amigos.

4 comentarios:

  1. Harito que suerte tienes mi amorrrrrre. Y buen modelo de fotos. No puedo evitar buscar el sonido de tus curiosos respiros por detras de la puerta siempre q espero el ascensor. Elo, me embeleso con tus relatos. Un beso grandote, tu siempre vecina del "A".

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  2. Un beso gigante querida Gioconda de parte de los dos. Te echamos de menos. Te deseamos lo mejor de lo mejor, porque te lo mereces. Cuídate.

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  3. Pronto, en Mayo, Haro saldrá a recibirme, tras un largo camino de ocho días. Haro, Elo y yo.

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  4. Es lo que más me duele del camino de Santiago, estar separada de mi chico. Buen camino.

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