lunes, 30 de enero de 2017

Esas personas especiales que se encuentran en el camino de la vida.



Toñy Gaitán y yo. 

Ella no se lo cree.
Ella no es una persona con defectos.
Ella es especial.
Un manojo de sentimientos a flor de piel. Un eterno pálpito. 
Ella goza. Con todo.
Ella me conoció y yo la conocí. Y gané. No sé si es plural.
Ella es única. Y bella. Y dulce. Y buena. Y solidaria. 
Y lunática.
Ella no sabe lo que es. Yo sí.
A través de su sonrisa blanca y de sus escritos.
De su empeño y de su humildad.
Ella es mi amiga. Es escritora. Es sutil. 
Geisha del lenguaje. Bonsai. 
Golondrina apresada.
Frasco de perfume intenso. Contenida.

Ahora emprende un sendero techado de paraguas de colores y cuentos de príncipes y hadas. Con olor a infancia y a campo abierto.
De noche volverá a mirar la luna.
No puede. No debe cambiar.
Sabe que existe la zona oculta.
La poesía.

En un taller de palabras hay un corro de mujeres que la esperan. 
Con la canción detenida.
Con el abrazo suspendido y la boca en susurro.
Siempre abiertas a sus ojos limpios.

*A Toñy Gaitán, a quien tanto quiero, a quien tanto queremos las mujeres del taller de escritura, mujeres de ojos ávidos y llanto sonriente. 
De sonrisas húmedas y relatos antiguos. 
Vivas.
Locas.
Enamoradas. 
Eternas.

Alrededor de tu cuello, Toñy, nuestros besos.
Que la suerte te acompañe siempre.
Pura vida.




domingo, 29 de enero de 2017

Relato para el taller.

Doctor, permítame, le veo muy interesado en cortar la hemorragia y en intentar salvar la vida de este hombre.
Yo lo entiendo, es su trabajo y, por lo que les oigo decir a sus ayudantes, debe ser usted bastante competente. Noto que se lo toma en serio. Bien, doctor, como debe ser.
Sus compañeros de quirófano le están diciendo que hay pocas esperanzas,  y usted no se da por vencido.
Tiene un corazón fuerte, insiste. Pues gracias por la parte que me toca. Sí, claro que soy fuerte, he tenido que serlo para aguantar el trote que me ha dado este individuo. No le tengo mucho cariño, como puede ver.
Se ha quedado parado doctor, sus ayudantes, sobre todo esta belleza de enfermera que está a su derecha se ha detenido y le mira, sin entender qué le pasa.
Sólo me puede oír usted, ¿verdad?, pues sí, soy yo, el corazón de este bastardo.
Disimule, siga trajinando y haga como que no pasa nada.
Doctor, nadie le va a culpar si muere aquí, en la mesa de operaciones y con el pecho abierto, sus colegas ven que está muy grave. No luche. Se lo pido por favor, no sabe cuánta maldad acumulo por culpa de este hombre. Desde pequeño ya era un ser malvado y cruel. No ha tenido ni un segundo de piedad en toda su vida. Doctor, no le salve, hágame el favor, quiero morir, descansar, he intentado varias veces pararme, pero yo solo no lo he conseguido nunca.
Sin escrúpulos, de verdad, sin cargo de conciencia, déjele, déjeme morir. Su familia lo agradecerá. ¿Ha visto acaso a alguien esperando en la sala, paseando de arriba abajo, nervioso, impaciente por recibir buenas noticias?
Doctor, no me haga contarle todos los crímenes que ha cometido, no quiero recordar más. Y éste último ha sido el peor. Nunca cambiará. Amo esta bala perdida que tuvo a bien alojarse en mi sufrido cuerpo.
Gracias, doctor Navarro, la guapa enfermera le ha llamado, tocándole con cuidado en el brazo.
Gracias, ya veo que me hace caso. Gracias.
Y no lo piense demasiado cuando diga “lo hemos perdido”, de verdad doctor, de verdad le digo que hoy ha cumplido con su deber.
Habrá hecho justicia.





(Relato de esta semana para el taller de ludolingüística. El tema: un corazón que, durante una operación, le habla al cirujano).

*Imagen tomada de la red.

sábado, 28 de enero de 2017

Poema-homenaje de un amigo.

Quiero dejar aquí, guardadito, este poema entrañable de mi amigo Manuel, que me hizo y leyó, con motivo de mi presentación del poemario Pronto será oro el membrillero. En él se ve, lo profundo de nuestra amistad y su bonhomía y elegancia.



Con el poeta y amigo Primitivo Oliva a mi derecha; a mi izquierda, Manuel Herrera, autor del poema y Enrique Sánchez (Gandhi)



Hablar del  libro yo quiero
con emoción y decoro
de que “Pronto será oro
el fruto del membrillero”.
Por su madre fue parido
como un niño pequeñito,
yo con gusto lo he leído
y me parece bonito.
Es según mi parecer,
de manera subjetiva,
el alma de una mujer
que se muestra en carne viva.
Una mezcla indescifrable
de gozo y de sufrimiento,
que refleja el sentimiento
de una persona admirable.
Un alma que está luchando
por encontrar su destino
y las piedras del camino
con tesón las va salvando.
Que se siente confundida
creyendo que está desnuda
ante el dolor de la vida
y el azote de la duda.
Que vive comprometida
y a los otros entregada,
de forma tan abnegada,
que de lo suyo se olvida.
De la madre, que diremos
que no lo sepa la gente
en la fiesta aquí presente,
pues todos la conocemos.
Aunque pasa de sesenta
(según cuenta en el librito)
con su cuerpo tan bonito
ni  siquiera te das cuenta.
Son sus ojos sonrientes,
la carita muy graciosa,
la sonrisa luminosa
y como perlas, los dientes.
Lo que digo es comprobable
a ojo de buen cubero,
decir más cosas yo quiero
de mujer tan admirable:
De años pasa los veinte
que gozo de su amistad
y os lo digo de verdad,
es bastante buena gente.
Y no sé por qué lo digo
que de sobra lo sabéis,
pues todos la conocéis
y de ella sois amigos.
Prueba clara y evidente
y fácil de comprender,
ha venido tanta gente,
que no cabe un alfiler.
Con una sola intención
de demostrarle cariño,
por haber parido un niño
tras penosa gestación.
No es todo color de rosa
aplausos y bambalinas,
a mujer tan generosa
no le faltan las espinas.
Siempre vive preocupada
por sus muchos quehaceres,
de la clase es de mujeres
continuamente ocupadas.
Una labor que la engancha
y da puntos para el cielo:
su meritorio “currelo”
donde Castilla-La Mancha.
Con más de veinte señoras
y sus ganas de aprender,
que suele corresponder
echando a la cosa horas.
Cuando el mes finalizamos
en esta casa nos vemos
y muy felices leemos
los versos que preparamos.
Es el alma del cotarro
en cuestión de poesía,
ni siquiera un mal catarro
la hizo faltar un día.
Y promueve la cultura,
con esfuerzo e ilusión,
dando clases de escritura
en el Santiago Amón.
En casa el ordenador
ella suele reventarlo,
si tiene que presentar
a escritora o escritor.
Sus palabras son sinceras,
profundas y meditadas,
aunque ella no lo quiera,
está muy solicitada.
Es un hecho demostrado
y por demás repetido,
si por ella es presentado
es el libro más vendido.
Con esta vida de prisas
yo te quiero preguntar,
por si quieres contestar:
¿cuándo duermes, Eloísa?
En el canto yo lo meto
porque es bueno y lo parece,
porque él se lo merece,
a su esposo Diego Nieto.
Porque suele suceder,
un dicho muy repetido:
detrás de una gran mujer,
siempre hay un buen marido.
Hombre amable y sonriente,
en el trato muy humano,
que ocupa un segundo plano,
escondido entre la gente.
Bien pudiera darse el pisto
de su mujer tan famosa,
con ella, una sola cosa,
según manda Jesucristo.
Que me da la sensación
por la forma que la mira,
además de que la admira,
la quiere de corazón.
Esto a mi me ha sugerido
este libro pequeñito
tan profundo y tan bonito
por Eloísa parido. 


Composición sobre el poemario, de mi amiga, la poeta de Valdepeñas, Teresa Sánchez Laguna. 


Y yo, no sabía qué ponerme y, con tanta suerte, me puse feliz.

Gracias Manuel.
Gracias amigos.
Pura vida. 



miércoles, 25 de enero de 2017

Reseña de Alicia González.








"Eloísa Pardo parte de ese topoi literario tan cervantino de los manuscritos encontrados, para redactar un catálogo de voluntades que no fueron sino presagios de lejanía juntados en cuadernos gastados que ya no se comparten y se leen a solas. Con los años las casas se remozan, se pueblan de hendiduras, los hijos se van y sólo las mecedoras viejas parecen entender esa alegría rescatada. Poemas de una despedida a alguien que no está, pero también a ese ser “desvalido y triste”, amigo de escuchar a Oliverio Girondo y dejar galopar a los suyos. Aún, reconoce, le queda tiempo para organizar estantes quejosos, admirar la belleza y depositar la palabra adecuada. Mientras, la desnudez del alma supo comprender “la tierra, húmeda de silencio” en su trazado de la certeza como deseo incumplido, si bien tan poseedor de ese ruido que es desorden y grito contra la jaula del otro.
Los paisajes del hogar configuran en el libro de la escritora de Tomelloso un osario de recuerdos olvidados donde se mezclan la sequedad del miedo y la humedad de la lluvia, paridora en este caso de malas noticias, en tanto “afuera luce el sol”. Una confabulación de espacios íntimos con la poeta que le permiten abrir resquicios con los versos en la vida y despertar a los durmientes que han borrado la nostalgia del mordisco al membrillo en ese cuento oriental, guardando la sonrisa confidente para la amiga a la que rinde homenaje con este poemario".




Preciosa y certera reseña en la revista Leer, de la escritora y periodista Alicia Gonzálezhttps://jaberbock.wordpress.com, sobre mi poemario Pronto será oro el membrillero.

Agradecida.








domingo, 22 de enero de 2017

Tres en uno.


I.


Déjame recordarte mansamente,
con el mar de mi cuerpo sosegado,
el dolor dormitando en mi costado,
la mirada perdida, indiferente.

Las tinieblas han bajado de repente
su gris telón, la función ha terminado:
ya no tengo ni futuro, ni pasado,
como una enamorada adolescente.

Cual si fuera un okupa desalmado,
al invierno ya lo tengo de inquilino,
¡vive Dios!, hasta el día de mi muerte.

Por mis venas corre agua de la fuente,
por mis ojos pasa el tiempo muy deprisa,
pero la paz llegará... soy muy valiente.

II.


Estoy sentada aquí en este prado
con lápiz y papel, entre amapolas,
con este mar de trigo haciendo olas
y un calor en mi pecho aposentado.

En el aire tu olor, que huele a nardo,
a violetas, a sol y a caracolas,
me envuelve como un manto si estoy sola
mientras llegas a mí y yo te aguardo.

Haré un poema de frescos manantiales,
de un bosque de pinos, de un hayedo
o un millar de cerezos y rosales.

Pájaros cantarán si tengo miedo,
serpentean los ríos torrenciales,
se escurre la poesía entre mis dedos.


III.

Me dijiste que me fuera y ya me he ido,
que no quiero que por mi vistas tristeza,
que finjas, si me ves, falsa extrañeza,
lo nuestro era, lo sé, un sin sentido.

En este juego desigual, yo no he perdido,
tu vida terminó, la mía empieza
con el recuerdo de aquel amor y la belleza
que te di de beber y no has bebido.

Sediento, rememoras el pasado,
yo sin sed, porque bebí con desmesura
y te amé como nunca te han amado.

Te llevaré enredado en mi cintura
y, aunque sé que estuviste enamorado,
elegiste el pedestal a la escultura.







jueves, 19 de enero de 2017

Haro y Chewie.

Hoy me he levantado recordona.
Para aliviar el peso de las tareas y para cambiar el color del día, he puesto música. Música de tiempos más tumultuosos y brillantes. Chewie, esta preciosidad que me acompaña últimamente, se ha prestado a bailar conmigo una canción especial.
Antes la bailaba con Haro, mi perro, y él lo sabe.
Nos vio.
Se quedaba quieto, prudente y tímido, mientras mi chico y yo dábamos vueltas de gozo y felicidad.
Ahora he cambiado de pareja.
La vida. 
Aunque, infiel, cierre los ojos y piense en el otro.
La vida.
Ten paciencia, querido Chewie. Deja pasar el tiempo.
El tiempo. 
Todo locura.



lunes, 16 de enero de 2017

Epistolario. Tareas en el taller de escritura.

Este lunes, en el taller de escritura, nos hemos intercambiado cartas. 
Ha resultado un popurrí de misivas, diferentes y personales, originales y sorprendentes.
Una hermosura y un recuerdo a tiempos pasados. Lo hemos disfrutado.
Seguiremos hasta componer un epistolario lleno de momentos y secretos que aún no nos habíamos contado.
Como muestra, una, la que le he escrito a Angelines, la preciosa mujer de la foto.


     Querida Angelines:
   Ya sabes que las ideas me llegan sin avisar, se me aparecen en cualquier pared que tenga enfrente y me obligan a verbalizarlas.
    Me pasó  el lunes: María dijo de repente que tenía que irse y se me atropellaron en la cabeza las ideas. Pensé: se va a perder la lectura de poemas, no tengo planteado que trabajo hacer durante la semana, no quiero que se vaya… y en la pared de enfrente se dibujó la palabra “carta”. Se repartieron las posibilidades y, después  del cruce correspondiente, mi  carta sería para ti.
     Y aquí me hallo, yo, que tengo tanta sed de correspondencia, que os he referido varias veces aquella frase de Elias_Canetti:  “Nadie es más solitario que aquél que nunca ha recibido una carta”.
    Como yo, porque también os confesé que tengo una caja preciosa y vacía esperando contener un manojillo de sobres rasgados y atados con alguna cinta de cualquier color, al que acudir en las tardes lluviosas. Pero nadie me escribió nunca y ahora, al atardecer de mi vida, quiero remediar aquella carencia, ahora, quizá a destiempo.
     Querida Angelines, es bonito esto de escribir y recibir cartas, además es un trabajo perfecto para el taller, los epistolarios son también parte del programa. Y ahí vamos.
       He tenido una semana de perros y el tiempo se me ha escatimado, por lo que mi carta es rápida y sólo roza la superficie de todo lo que podría decirte.
     Pero no puedo acabarla sin dejar constancia de tu alegría, de tu desparpajo; de tu sentido de la familia y de esos encuentros eternos que sabes me dan tanta envidia cuando nos lo cuentas, en esos huecos del taller en que nos relajamos hablando y luego me queda un sentimiento de culpa; de tu placer al leer. ¿Te has puesto en serio con la poesía? Poesía es eso que experimentas cuando, con las manos gozosas, simulas el vuelo de las golondrinas, sí, en ese instante en que comienzas el relato de tus experiencias. Escritora de la experiencia, eso es lo que eres, narradora de lo cotidiano, ojos que escrutan, que se sumergen en todo lo que hay a tu alrededor para luego recolocarlo con mimo en tus hojas en blanco.
     Escribiremos más cartas próximamente, es un buen ejercicio. Y pergeñaremos  mensajes en las botellas y nos regalaremos algún acróstico anónimo, como un amigo invisible del otoño y nos inventaremos historias interesantes que, no nos ocurrieron, pero que merecemos.
     Querida Angelines la carta no debe ser demasiado larga, ya sabes que luego el tiempo se escurre y se nos queda encogida la tarde, me voy a despedir con el deseo de que la escritura y la lectura te acompañen siempre y de que tu viaje a Ítaca sea largo, lleno de aventuras, que muchas sean las mañanas de verano, que no apresures el viaje, mejor que dure años y atracar enriquecida de todo cuanto ganaste en el camino.
      Un beso amiga.

      Pura vida.



 Este verano, escribiendo y leyendo en cualquier parte. 

Con Toñy a mi derecha; a mi izquierda, Elvira, Rosa y María. 

miércoles, 11 de enero de 2017

No me esperes.

Hoy no voy.
Hoy voy a respirar el olor de los melocotones tempranos y la cuadratura ovalada de las aceras anónimas de mi calle.

Hoy me pide el cuerpo vivir.

Me voy a pintar las uñas de lumbre y me colocaré tacones de baile.
Voy a sentarme en las primeras piedras del camino y llevaré luego a mi perro a mearse cerca del horizonte.

Hoy calcularé las coordenadas exactas de las nubes para que todo el agua caiga sobre mis hombros descubiertos, para que se me corra el rimmel, para parecer ignorante.

Hoy no voy.





La eterna sospecha.






Lo primero que miro cuando llego son sus ojos.


Diga lo que diga D. Ramón, yo creo que se alegra cuando me ve.

—Lucía, soy Lucía, tu mujer— le recalco varias veces.
Y él sigue andando, siempre un paso por delante, con la cabeza terca y formando extrañas figuras con las manos, haciéndolas bailar.

—Los chicos te mandan un beso—, le informo— vendrán a verte el fin de semana.
Y Antonio se enzarza ahora en buscar algo entre los botones de la chaqueta.

Después de un breve paseo por los jardines de la residencia, volvemos al comedor.
Es la hora de la cena.

Le acomodo en su sitio, le sujeto el babero y es, al despedirme, cuando fija en mis ojos su ausencia de alzheimer.
—Hueles a otro puta— babea, mientras clava con furia el tenedor en el hule floreado de la mesa.

Y salgo hacia la noche recordando otros tiempos.

sábado, 7 de enero de 2017

Empezando el año con buen pie. Historias de Asiole.






     Después de aparcar el coche me fui derechita al bar de mis amigos, Las Cíes, al lado de mi casa. Necesitaba tomar algo. 


     Había ido al hospital a visitar a un amigo y la visión de lo frágiles que somos, de cómo podemos estar, esperando un desenlace fatal, así, de golpe y porrazo, sin avisar, me había dejado destemplada. Rara, dolida y bastante descolocada ante la vida.

     Llevaba media caña cuando llegó. No le conocía del barrio. Pidió una cerveza y cogió el periódico del bar que yo acaba de dejar.

     Un tío guapote. Alto, de mediana edad y moreno a rabiar. Llevaba una gabardina detectivesca.

     Fíjate que, de repente, y por lo que te he comentado, me entraron como unas ganas locas de ligar, de entablar conversación y lo que surgiera.  
    Ganas de alguna emoción, de un empujón contra la valla electrificada, de un desboque. Sed.
     Como hace siglos.

     Metí la tripa todo lo que pude, me coloqué el pañolón azul que llevaba estratégicamente para estilizar la figura y le miré con esa mirada que hay que poner en estos casos. Mi sombrero ayudaba algo.
     Él comentó con Trini, la dueña del bar, el buen tiempo que hacía a pesar de estar en Enero. Tengo que decir que odio que la peña hable del tiempo. Me parece ridículo y absurdo. 
      Pero no se lo tuve en cuenta. 
     Seguí mirándolo y dejé de hacerlo cuando ya se dio por enterado de mi interés. 
     Me sonrió y continuó el parte meteorológico conmigo, mientras Trini y su marido Floren, atendían a nuevos parroquianos que habían entrado.
     Hablamos de la película que estaban poniendo en la televisión, de la lotería, de los próximos carnavales y de su trabajo como veterinario.    Encantada de la vida, yo le hablé de Haro y de Chewie, mis perritos. 
     Y seguía con la tripita reprimida y con el foulard azulón entre las piernas.
     Me dijo que tenía 43 años. No me preguntó mi edad ni yo se lo dije.
   Le conté que era escritora y le adelanté algo de la trama de mi próxima novela. Hablamos de poetas y de poesía.
    Estábamos acabando la segunda ronda de cervezas que pidió él.
    Iba a pedir yo otra cuando llegó.

   Una preciosidad de mujer, para que lo vamos a negar, tan alta como él, algo pelirroja y creo que sin necesidad de meter la tripa ni utilizar el pañuelo para fines extraoficiales.
    Se besaron, ella se disculpó por el retraso, pidió una coca cola y yo fui, poco a poco, relajando mi cuerpo y replegando velas.

    Me despedí y no sé por qué, al salir, me acordé de aquella fábula: “No le quiero comer… no está maduro”.


    Y eso.



Imagen tomada de la red.

El ruido del silencio.

En paliativos.

Hoy es miércoles y viene Aurora, la mujer del rebab. Llegará, se sentará en el rinconcito de siempre, de espaldas a la ventana y dulcemente, muy despacio, se acomoda el instrumento y ofrece su sonido relajante durante un buen rato. Es un instrumento muy curioso, con una caja de resonancia pequeña, casi redonda y un mástil muy largo.



—Es el antepasado del violín— me explicó la primera vez que vino. Es voluntaria y su manera de colaborar es poniendo un poco de música en estas habitaciones habitadas por el dolor y la resignación.
Lo utilizan como terapia complementaria, las diferentes tonalidades musicales del rebab parece que influyen positivamente en las emociones, en los pobres órganos del cuerpo y en la mente.  En Oriente saben mucho de eso y la buena de Aurora, con su paz, sus ademanes tranquilos, su sonrisa tímida y su forma de andar, como si se deslizara sobre las baldosas rojizas, añade a la musicoterapia una eficacia que agradecemos.
Es una mujer muy morena, demasiado delgada para mi gusto y los amplios vestidos que lleva siempre acentúan aún más extrema delgadez.
Me ha comentado Celia, la enfermera de noche, que Aurora se casó con su maestro sufí.
Luego, cuando se va, después de tocar un par de piezas, siempre mirándonos, atenta a nuestra reacción, se acerca a la cama o al sillón y nos acaricia la frente y el cabello y se despide con una voz tan dulce como la música que nos trae cada miércoles.
Lo he comentado con otros pacientes de esta ala del hospital y todos esperamos el día de la música y sus palabras suaves.

Los miércoles también viene a visitarnos Lydia, la psicóloga. Da unos golpecitos en la puerta y pide permiso para pasar. Pregunta cómo nos encontramos y observa. Nos mira directamente a los ojos mientras disimula, tocándonos las piernas o las manos. Observa cómo va anidando en nuestras pupilas el temor, para los que sabemos, o la esperanza y la impaciencia para el que aún no ha llegado a ese punto del juego en el que ha descubierto claramente las reglas.
Ella, si no se le pide, no descubre nada.
Yo también la miro hoy directamente a los ojos.
Ya la veo mejor.
Ha tenido unos meses difíciles, me han dicho que su novio la ha dejado después de bastantes años de relación. Estuvo una semana sin hacer la ronda.
Parece que las aguas, poco a poco, vuelven a su cauce.
Yo le digo que me encuentro bien, hablamos de libros, de la película que ponen en la televisión por la noche, me pone al corriente del informe de la doctora y me pregunta si hace mucho que no ha venido Julián a verme.
 —Sólo puede venir los fines de semana—, le explico. Acaba de abrir la tienda de vinos y anda bastante agobiado.
Me aprieta un poco el brazo, me sonríe, bucea de nuevo en mis ojos y se va.
Me traen la comida. Sopa de calabacín. Pollo con puré. Manzana y yogur de fresa. Y un vasito de vino. Lo pedí a la doctora y no ha visto inconveniente.
 Lógico.


Un capítulo más de mi paciente novela El ruido del silencio. La visito poco, está algo enfadada y cuando me acerco a ella, orgullosa, se me resiste.
Tendré que tomarme más en serio las visitas.
A ver si en este año...
Tantos propósitos.
Y con tanto que leer!

Los primeros títulos para leer de este año.