sábado, 31 de enero de 2015

De ansias y sosiegos. Último sábado de Enero.


31. El ruido del silencio.

“Cuando hacia Ítaca emprendas el viaje, pide que tu camino sea largo y rico en aventuras y experiencias”.
(Cavafis)


Recalé en Málaga, todavía no sé porqué. Una vez metida en el coche, con un par de maletas y algunas cajas de libros en el maletero, tomé la primera carretera que se me puso a tiro, no me gusta mucho conducir, ni me he preocupado nunca por saber al dedillo la red de carreteras o autopistas, con lo que iba tomando las vías que estaban más a  mano y me provocaban menos nervios.
No era muy experta al volante, Raúl no dejó nunca, o en rarísimas ocasiones que cogiera el coche y la experiencia de conducir hasta el primer centro comercial o a la peluquería no era suficiente.
Y así, tras varias paradas para tranquilizarme o tomarme una cerveza, llegué a Málaga. Al mar.
Faltaban todavía un par de semanas para que comenzara el verano, pero la ciudad me recibió con un abrazo de calor que casi había olvidado. 
Ya anochecía, por lo que me instalé en uno de los primeros hoteles que vi, cerca del puerto.
Mi primera noche del futuro.
Sola.
Subí a la habitación lo imprescindible, el coche, con todo lo que en ese momento contenía mi vida, estaba a buen recaudo en el aparcamiento del hotel.
Me di una ducha larga. En el camino soñaba con pasar un buen rato sumergida en la bañera, con dejarme mecer por el agua, allí, recogida, como en un útero invulnerable y calentito, pensar despacio, lento, en todo lo que había pasado días antes y en lo que podría pasar en los días venideros.  Repasar mi vida, subrayar los errores, destacar los vacíos para rellenarlos cuando pudiera. Parar, detenerme y coger aire.
Pero no tuve paciencia. Dejé que el agua fresca cayera sobre mi cabeza, me abracé con fuerza y lloré mucho tiempo.
Lloré por mi madre, tan lejana ya. Por mi padre, perdonándole al fin. Por mi marido, por si en algún momento pensó honradamente en sacarme del infierno. Por si fue sincero y noble en alguna ocasión. Lloré por mi orfandad vital.
 Me dejé llorar.
Luego me envolví con la toalla grande y blanca del hotel, aparté la colcha, me metí en la cama y apagué la luz.



Tuve un descanso largo y gozoso.
Sin sueños.
(De El ruido del silencio).
Nota. Amigos, nos despedimos de Enero. Fijaos, ya ha pasado un mes desde que, avanzando rápido, casi histérica, con mis zapatillas de huir, el primer dia de este año, me hice el propósito de charlar un ratico a diario. Un mes. Vamos a por Febrero, es más corto, pero también hay cuestas. Y escarpadas.
Acabo de subir una que me ha dejado el cuerpo desmadejado y el alma herida. He estado a punto de romper con todo lo que ahora me trae algo de sosiego y paz y alegría y motivación a mi vida. Porque me he quedado sin ella. Pero después de tomar un café y mirar a los ojos al camino, he decidido continuar. No se debe tirar la toalla. Ya os hablaré algún dia, cuando el dolor sea más liviano, de este recodo traidor que me ha dejado sin aliento.
Pero hay que continuar. Todos. 
Ahora os necesito para caminar juntos un trecho. Luego, poco a poco, os podéis adelantar algo y dejar que avance sola.
"Y es que guardé una tarde de sol, para cuando me hiciera falta".








miércoles, 28 de enero de 2015

De ansias y sosiegos. Los justicieros de la ciudad.

29. Mi tienda china de ultramarinos.

     Hace un año, más o menos, al lado de la cafetería donde a veces desayuno, abrieron una tienda de alimentación, aunque a mí me gusta más llamarla de ultramarinos, es una palabra que me lleva en volandas por mi infancia y me ocupa la nariz con olores olvidados.
    La tiendecita la lleva un matrimonio joven. Son agradables, educados, simpáticos y tienen una niña pequeña, muy despierta y alegre, que, a veces, se sienta en un rincón del local para dibujar. 
Son chinos.
      Algunos días, en la cafetería, cuando tengo mi momento con un café y el periódico, al lado de un ventanal en primera línea de sol, llegan “el chino” y su hija a desayunar. La pequeña se acerca y me llena de preguntas y sonrisas. El padre cabecea levemente, disculpando a la niña y se van los dos con el café y el cruasán para tomarlo en la tienda.
     Bajo de vez en cuando a comprarles alguna caja de leche, la barra de pan que falta o un par de latas de cerveza para alargar la noche.
   El lunes, cuando paseaba con mi perro, vi mucha gente alrededor de la tienda, una ambulancia esperando y al dueño de la cafetería explicando algo a la policía.
    Se habían confirmado mis temores. Siempre pensé, cuando se hicieron evidentes su cortesía y amabilidad, que sufrirían algún robo. No falla. La vida es así. El toro no contempla si al que embiste con fiereza es vegetariano, si es alguien al que disgustan las corridas. La vida no espulga hasta ese punto.
   Le vi con el labio partido, dos dientes rotos y una mirada de incomprensión dirigida al suelo. Tomaron datos, buscaron huellas, ensuciaron aún más la tienda. Puro trámite.
     Al día siguiente la mujer intentaba recomponer el destrozo. Dejé a mi perro vigilando en la puerta y la ayudé a archivar bolsitas de patatas y la lluvia de chucherías que alfombraban el suelo.
    Ella lloraba e intentaba describirme el sinsentido del atraco. Que un par de chicos llegaron y, sin mediar palabra, golpearon a su marido con una piedra en la cara y que, aprovechando su estupor, consiguieron llevarse algo de dinero y botellas de licor. Pero que, antes de irse, tiraron la caja registradora al suelo y el contenido de algunas estanterías. Me preguntaba por qué. Pero yo no tenía las respuestas.
      Estupor y temblores.
   
   Ya ha regresado el chino a su tienda. Cuando voy, siempre me encuentro con la misma sonrisa y amabilidad en su saludo, pero una sombra muy sutil en el fondo de sus ojos, en la pequeña cicatriz del labio, refleja que aún no ha resuelto la incógnita.
    Desde entonces, tres veces al día, cuando bajo a pasear con Haro, doy vueltas y vueltas alrededor de mi tienda de ultramarinos. Vigilando. Si vuelven, si osan arrojar su odio y su mezquindad sobre este hombre discreto y bueno, mi perro y yo nos lanzaremos, como ávidos justicieros, sobre sus huecas cabezas.



    Esta mañana, al pasar por la tienda en mi ronda habitual, han salido los dos, el padre y la niña. Mientras la pequeña acariciaba a mi perro, él me ha dado un papel.
   - Es su nombre en chino- me dice, “escritura china complicada, no sé hacer bien, pero más o menos así”, continúa tímido.
    Yo, sin saber leer chino, lo he visto perfecto.
    Y me he sentido, por un instante, reconciliada con la vida.



    
    Y ahí seguimos Haro y yo.
    De vigilantes, de justicieros de la ciudad.
    Defensores de la ley y el orden.
    Guardaespaldas entregados.

    Míngtiān jiàn


De ansias y sosiegos. Dia libre.

30. Le métèque.

Me he despertado esta mañana, no sé porqué, tarareando una canción de Moustaki. Y he pensado que, en lugar de la historia que tenía pensado endilgaros, no vendría mal una sesión musical. Que, (he seguido pensando), no estaría mal refrescar, cada quince días, este pequeño punto de encuentro con canciones.
¿A que no es mala idea?
Vale.
Pues comienzo con la canción con la que he amanecido: "Le métèque", del inolvidable Georges Moustaki, cantautor políglota de origen griego, nacido en Alejandría, ciudadano de lengua francesa, admirador de Brassens y Edith Piaf, para la que escribió, entre otras, la letra de la canción "Milord".


..."avec ma bouche qui a bu, qui a embrassé et mordu sans jamais assouvir sa faim".

Gracias Georges, extranjero.
Vagamundo.
La elegancia.

De ansias y sosiegos. Miércoles 28

28. Una historia en espera.

Tengo una historia que contar.
La tengo escrita, con letra pulcra y apretada, en un cuaderno de tapas floreadas y brillantes, atadito con una cuerda fina pero fiel, para que las palabras no escapen de su obligado retiro.
Lo guardo en un cajón, al lado de mi cama, oculto debajo de un alboroto de medias y sostenes.
Allí duerme mi historia el sueño del olvido.
De vez en cuando, alguna mañana desconocida y temblona, lo saco y leo enteras algunas páginas. Luego, vuelvo a dejarlo en su reposo.
Hace mucho que no deseo recordar.
Pasan meses enteros sin que sienta su peso.
A veces pasan años.

Tengo una historia que contar. Está escrita con letra apretada y menuda.

Algún día.
Mientras tanto, sigue acercando tu mano a mi rodilla cuando miramos al horizonte al anochecer.
Mientras tanto, sigue protegiendo mi cuello de la lluvia que nos sorprende.
Mi historia sabe esperar.



Esta mañana temprano, como siempre, con las zapatillas de huir, he recorrido todos los parques que hay en mi ciudad.
Me acompañaban los olores de otros días.
Me ayudaba a continuar el presagio de volver a encontrarlos.
    

lunes, 26 de enero de 2015

De ansias y sosiegos. Un martes sin e.

27. Lipograma.


     Ayer, en los talleres de escritura creativa, leímos tautogramas y notas de diario. También charlamos de lo divino y lo humano, por lo que se nos quedó en el tintero jugar al binomio fantástico. Para la próxima cita.      Tenemos pendiente los trabajos de mail-art y los mensajes en la botella. Todo se andará. Nos sobran las ganas.


  Lo que tienen atado y bien atado mis chicas son los lipogramas.
  Se disfruta. Y mucho. Escribiendo. Consumiendo cuadernos a ritmo de vértigo. Viviendo una doble vida.
  Y hablando de lipogramas, mirad uno:

       "Un otoño inusual acaricia mis manzanos, mis olivos. Un sol glorioso  saluda a los amigos alocados y bulliciosos al pasar junto al camino, dibujado con guijarros color playa, avanzadilla hacia la barbacoa ya tranquila, adormilada y pasiva.
Hoy la luna dará paso a un sábado con olor a tabaco y a golosinas. La locura acabó.
Mi hijo ha subido al ático buscando una nota o un diario antiguo y olvidado, algo para mirar un pasado ajado y nostálgico.
Su novia saluda con la mano como un abanico laminado, con los ojos como música sorda y amorosa.



Ahora lo miro todo con otro color,  con otro cristal; hubo un día un hogar dichoso y fotografiado a disparos calmosos y almibarados con un zoom arcaico y alumbrado por muchos otoños con lluvia caída, para atrapar las risas rotas y minúsculas a mis niños rubios, a mi niña, a mi añorada mascota, a mi marido. Gritaban:— ¡Ya falta poco para Navidad!... Ya falta poco. Y miro ilusionada un árbol gordo y altivo suplicando adornos.  Acomodar sus hojas con piñas, con blancas cintas, los cirios dorados, los lazos amarillos y rojos;  colgar la Navidad, las risas, la música, los villancicos, la vida.
Mi hijo siguió hablando…” una isla, montañas, voluntariado, una zona abandonada,  larga lucha,  la  India…”
A última hora, mi corazón corría, avanzando rápido y ansioso con la noticia.
La casa aguantó la larga jornada y muchas más: un matrimonio marchito, un futuro pasivo, lacio y abatido.

La luna barría la ruta y los guijarros con su alma dormida".


Si te apetece, te invitamos a formar parte de nuestros grupos.

*Lipograma.  (Escrito omitiendo la letra e)







De ansias y sosiegos. Último lunes de Enero.

26. En paliativos. 

Imagen tomada de la red.

Hoy comienza la primavera. Me lo ha recordado Merche, la enfermera de las mañanas, cuando ha arrancado la hoja del calendario, un gran taco colgado cerca del televisor y que me ofrece todos los días, — ¿La quieres Marcela?
— ¿Qué dice la frase?— le pregunto.
—“Comete tres veces el mismo pecado y acabarás por creer que es lícito”, — es un proverbio judío.
—Vaya, no está mal. Llévatela tú hoy.
Se la guarda en el bolsillo del uniforme. Nos repartimos las hojas según nos guste la cita que figure en ellas o el tipo de pasatiempo que haya en el reverso.
Es una mujer de casi cincuenta años, grande, con el pelo muy corto teñido de naranja y con todos los dedos llenos de sortijitas.
— ¿Y qué tal estamos hoy Marce? ¿Te has terminado el desayuno? ¿Te duele algo? ¿Nos bañamos?
Así es ella, todas las preguntas seguidas, correlativas, sin esperar ninguna respuesta.
Ya se ha ido.
Me doy la vuelta y miro la ventana, los cristales, las ramas del magnolio que conversa conmigo todos los días y las copas de otros árboles que no sé de qué tipo son.
Y las nubes. Y el cielo azulito y limpio. Insensible. Inconmensurable.
En la repisa, dos jarrones pequeños con unas rosas amarillas en uno y un capullito blanco de mentira en el otro. Las rosas me las trajo Julián y el capullo de mentira mi amiga Pilar que vino ayer a las siete y a las siete y cuarto seguro que ya estaba cogiendo el autobús. Visto y no visto.
Reconozco que no es agradable visitar a alguien que se está muriendo y que lo sabe.
¿Qué se dice en estos casos? ¿De qué se habla?
Miro la bandeja encima de la mesita todo uso del hospital, me he dejado un par de galletas del desayuno y, entre la servilleta, deliberadamente arrugada, he escondido la pastilla de las mañanas. Hoy no me apetece tomármela.
Y no, hoy no me baño. No me lo pide el cuerpo.

Con el mando de la cama elevo un poco el cabecero y me acomodo la almohada en la espalda. Tomo el libro que espera junto a la bandeja.
Memorias de Adriano. Tellus Stabilita: “Mi vida había vuelto al orden, pero no así el imperio. El mundo que acababa de heredar semejaba a un hombre en la flor de la edad, robusto todavía aunque mostrando a los ojos de un médico imperceptibles signos de desgaste y que acabara de sufrir las convulsiones de una grave enfermedad”.

Ya viene otra vez Merche.

(De mi novela El ruido del silencio).







sábado, 24 de enero de 2015

De ansias y sosiegos. Sábado 24.

24. Haro y yo.

“Creo que podría transformarme y vivir con los
animales. ¡Son tan apacibles y dueños
de sí mismos!
Me paro a contemplarlos durante tiempo y más
tiempo.
No sudan ni se quejan de su suerte,
no se pasan la noche en vela, llorando por sus
pecados,
no me fastidian hablando de sus deberes para
con Dios.
Ninguno está insatisfecho, a ninguno le enloquece
la manía de poseer cosas.
Ninguno se arrodilla ante otro, ni ante los congéneres
que vivieron hace miles de años.
Ninguno es respetable ni desgraciado en todo
el ancho mundo”.
Walt Whitman.




“El perro sabe, pero no sabe que sabe”
Teilhard de Chardin.



Es lo primero que veo cuando despierto por las mañanas.
Abro los ojos y veo los suyos fijos en mí, cariñosos y expectantes.
—¿Qué, dispuesta al paseo?—parece querer decir… y sonrío.
Lo primero que hago al despertar y verle  es sonreír.
Y eso me gusta.
Si dudo, si vuelvo a cerrar los ojos o cojo el libro, me calzo las gafas y me dispongo a leer un rato, él se acomoda, pegadito a mi costado, da un profundo suspiro y se duerme de nuevo.
Todavía no es hora, supongo que pensará.
Yo pospongo ese momento, por puro placer.
El vientecillo de primera hora de la mañana pasa sin obstáculos, en línea recta y me refresca los pies; leo un par de hojas del libro sin dejar de sentir el contacto de mi chico, su respiración tranquila, regular, con suspiros más largos y victimistas, como recordándome que no me demore demasiado en pamplinas porque necesita aliviarse, salir y pasear al final de la correa, seguro del control de su amiga, a la que esperará en algún recodo del camino cuando escape a su campo visual, convencido de que ella no le quita ojo durante el paseo, orgullosa y complacida, hipnotizada ante la dulzura y el poderío de su cuerpo de algodón, plateril, del andar cadencioso y chulesco de sus patitas de perro con pedigrí añejo, del movimiento enloquecedor del rabillo cuando se cruza con alguien que le produce gozo.
—Haro— le llamo de vez en cuando, porque necesito pronunciar su nombre, por ver si se reconoce mío. Y él vuelve la cabecilla como si fuera un resorte programado y yo le regalo un te quiero que asume con total dignidad e indiferencia y prosigue su camino con la cabeza un poco mas erguida, más chispero si cabe, seguro de su poder ante la mujer que sujeta la correa, la que se supone que manda, pero que sólo es la más rendida sierva, agradecida y sumisa, ante el que cada mañana, al despertar, le provoca un sonrisa que le ilumina el mundo.

En tus ojos se enreda todo,
las mañanas, las caricias,
la palabra vamos, el camino,
la luna y los suspiros.
En tus ojos me vuelco
cuando todo gira,
cuando no encuentro
el objeto.
En tus ojos ha crecido
una almohada
de plumas
y yo apoyo en ella
 mi alma perdida,
mis manos desnudas,
mis desvelos.



(De mi libro de relatos Haro y yo).
Vamos a por el sábado, amigos.

De ansias y sosiegos. Domingo. Me acuerdo.

25. "A la busca del tiempo perdido".



"Je me souviens" es un librito maravilloso de recuerdos del escritor francés Georges Perec, que recogió la idea del libro del estadounidense Joe Brainard, "I remember".



     Me he levantado temprano. Después del café, me pongo las zapatillas de huir y bajamos, mi perro y yo, los trece pisos. Una vuelta, no muy grande, lo reconozco, porque tenía prisa por llegar a casa y darle caña al periódico.
    Subimos andando, alguien se ha dejado la puerta abierta del ascensor y no puedo esperar. Festina lente.
  Mientras subía, despacio, me he acordado de Perec. De sus "me acuerdos".
  Y, ante un segundo café y relegando (ansias), el periódico para más tarde, rescato algunos recuerdos, pellizco alguna esquinita del tiempo perdido, para olerlo de nuevo, para que la boca se me llene de nieve. 
Mira:

Me acuerdo del olor a tierra regada de las tardes de domingo, jugando con las hormigas.
Me acuerdo de las manos de mi abuelo.
Me acuerdo de mi colección de cuentos troquelados y de las novelas que me inventaba.
Me acuerdo de mi muñeco "de carne" y de cómo le daba el biberón.
Me acuerdo de mi grillo Pepe, dentro de un bote, aquel verano.
Me acuerdo de mi acerico llenito de bonis de colores imposibles.



Me acuerdo de los pololos para hacer gimnasia.
Me acuerdo de mi colección de falditas escocesas y del enorme imperdible dorado que las hacía púdicas.
Me acuerdo del amor a primera vista que sentí por Burt Lancaster cuando le vi en Trapecio a los siete años. (Siete años yo, no Burt Lancaster).


Me acuerdo de mis cuadernos de taquigrafía. 
Me acuerdo de los chicles Bazooka.
Me acuerdo de la estanteria roja que me hizo mi tio ebanista para contener mi incipiente colección de libros. Mi tesoro.
Me acuerdo de la niña que murió atropellada por la camioneta, delante de mí. Aquella tarde.
Me acuerdo de aquel hombre malo.
Me acuerdo de mis trenzas.
Me acuerdo de algún desengaño y de los deseos que no tuve.
Me acuerdo de tardes tristes.
Me acuerdo de sueños que nunca llegaron a cruzarse en mi camino.
Me acuerdo de aquel chico, butanero, que se parecia a Little Tony.
Me acuerdo de las cajas de zapatos albergando todas las colecciones de tebeos del mundo, debajo de mi cama.



Me acuerdo del agua de litines y de los boniatos.
Me acuerdo de mis álbumes de dibujo.
Me acuerdo de muy pocas cosas.
Me acuerdo de mi amiga Laly.
Me acuerdo que empezaron a gustarme tarde los Beatles.
Me acuerdo de mi historia con Albert Hammond.
Me acuerdo de Al Alba y de los pañuelos hippies.
Me acuerdo de mi primer viaje a París.
Me acuerdo de ansias y desasosiegos. 

"A veces la infancia me envía una tarjeta postal".

Buen domingo.

viernes, 23 de enero de 2015

De ansias y sosiegos. Viernes 23.

23. Las tardes.

"El amor gusta más que el matrimonio, porque las novelas gustan más que la historia".



(Nicolás de Chamfort, moralista francés, 1741-1794).

Microrrelato:

"Cierto hombre pasaba desde hacía 30 años, todas las tardes en casa de la señora X.
Un día la esposa de este hombre falleció.
Todos creyeron que se casaría con la otra, hasta le alentaron a hacerlo.
Él se negó.
-No sabría dónde pasar mis tardes-, dijo".  

"Algunos matrimonios acaban bien, otros duran toda la vida".

"En vivant et voyant les hommes, il faut que le coeur se brise o se brouze".


     Hoy ha tocado recordar al Nicolás, miembro de la academia francesa y a los 221 años de su fallecimiento y hacer alguna reflexión.

Pues eso.

jueves, 22 de enero de 2015

De ansias y sosiegos. Estaba escrito.

22.  Maktub.





     Los monjes zen, cuando quieren meditar, se sientan ante una roca:    "Ahora voy a esperar a que esta roca crezca un poco", piensan.
 Dice el maestro: Todo a nuestro alrededor está cambiando constantemente. Todos los días, el sol ilumina un mundo nuevo.
   Aquello que llamamos rutina está repleto de nuevas propuestas y oportunidades.
   Pero no notamos que cada día es diferente al anterior.
   Hoy, en algún lugar, un tesoro te espera.
  Puede ser una pequeña sonrisa, puede ser una gran conquista, no importa.
   La vida está hecha de pequeños y grandes milagros.
  Nada es aburrido, porque todo cambia constantemente. El tedio no está en el mundo, sino en la manera en la que vemos el mundo.


Imagen tomada de la red.

  Como escribió el poeta T.S. Eliot: "Recorrer muchas carreteras, volver a casa y verlo todo como si fuera la primera vez".

(Esto me lo contó mi maestro espiritual a mí, su pequeña saltamontes).

(También figura en el libro Maktub de Coelho).


miércoles, 21 de enero de 2015

De ansias y sosiegos.. Miércoles 21.

1. Mañana de lavandería.


     Había que lavar la ropeja de la familia.
     Sigo con la lavadora rota y sin la más mínima intención de llamar al técnico.
     Me he enviciado en evadirme una hora. Me voy a la lavandería, que la tengo a unos diez metros de casa, me llevo un libro, mi libreta, mi móvil y una hora para mí sola, mientras la ropa da vueltas y vueltas, contenta con su día de fiesta, con su excursión al extranjero.  




     Suelo ir cuando, he comprobado, no hay nadie, y allí, sentadita, con un oblicuo rayo de sol cruzándome la espalda, como una banda de honor, como si hubiera resultado la reina del lavado y secado en la semana blanca; allí, digo, leo un buen puñado de páginas del libro, anoto alguna idea para el proyecto "365 días", o envío wasaps pendientes.
     En alguna ocasión ha entrado un padre separado con las sábanas del fin de semana de los niños o una mujer para secar el edredón de plumas, porque en casa no hay manera. Unos se quedan hojeando una revista, otros se van a hacer recados mientras el tiempo que dura la operación.
     Yo no. Yo me quedo.
     Tan ricamente.
     Sola.
     Con mi rayo de solecico y mis lecturas. No me entra azogue ni ná.
     Sin recochura.
    Si es verdad que, en calefacción, no se gasta mucho la empresa. Esta mañana me he dirigido a las dos cámaras que vigilan a ambos lados del local y les he dicho que, si pueden, le den un tiento al programador porque no podía ni pasar la página del libro. Estaba como amortajá.
     Que me dio un gusto de muerte doblar luego la ropa, tan calentita, después de revolcarse a sus anchas en la secadora.
    Me acuerdo, siempre que voy, de la frase de Julio César: veni, vidi, vici.
     O sea, que llego, lavo y me voy con la ropa dispuesta al uso. Vici.
     Un triunfo.
     Pero como, de puro buena, soy tonta, por la noche lavo algo a mano y lo tiendo con mimo, más que nada para que no digan las vecinas y para que mis pinzas no se sientan inútiles, jubiladas.
     Que para jubilado, ya tengo uno.
     ¡Ay, Virgen del amor hermoso!

Imagen tomada de la red.

martes, 20 de enero de 2015

De ansias y sosiegos. Dia 20.


20. Mariano José de Larra y José Zorrilla.

«Por grandes y profundos que sean los conocimientos de un hombre, el día menos pensado encuentra en el libro que menos valga a sus ojos, alguna frase que le enseña algo que ignora». J. de Larra.

     El 13 de Febrero de 1837 Mariano José de Larra recibió la visita de Dolores Armijo, su amante, anunciándole el fin de la relación. Larra, instantes después, apuntó su desengaño hacia la sien derecha y disparó.




    Dos días más tarde, el 15 de Febrero, durante su funeral, un joven poeta, José Zorrilla, subido en una lápida del cementerio de Fuencarral, recitó un poema, pergeñado durante la noche, como elegía a Fígaro y como carta de presentación.

Ese vago clamor que rasga el viento
Es la voz funeral de una campana:

Vano remedo del postrer lamento

De un cadáver sombrío y macilento

Que en sucio polvo dormirá mañana.

Acabó su misión sobre la tierra,
Y dejó su existencia carcomida,
Como una virgen al placer perdida
Cuelga el profano velo en el altar.
Miró en el tiempo el porvenir vacío,
Vacío ya de ensueños y de gloria,
¡Y se entregó a ese sueño sin memoria,
Que nos lleva a otro mundo a despertar!

Era una flor que marchitó el estío,
Era una fuente que agotó el verano;
Ya no se siente su murmullo vano,
Ya está quemado el tallo de la flor.
Todavía su aroma se percibe,
Y ese verde color de la llanura,
Ese manto de yerba y de frescura,
Hijos son del arroyo creador.

Que el poeta en su misión,
Sobre la tierra que habita
Es una planta maldita
Con frutos de bendición.

Duerme en paz en la tumba solitaria
Donde no llegue a tu cegado oído
Más que la triste y funeral plegaria
Que otro poeta cantará por ti.
Ésta será una ofrenda de cariño
Más grata, sí, que la oración de un hombre,
Para como la lágrima de un niño,
¡Memoria del poeta que perdí!

Si existe un remoto cielo
De los poetas mansión,
Y sólo le queda al suelo
Ese retrato de hielo,
Fetidez y corrupción,

¡Digno presente, por cierto,
Se deja a la amarga vida!
¡Abandonar un desierto
Y darlo a la despedida
La fea prenda de un muerto!

Poeta, si en el no ser
Hay un recuerdo de ayer,
Una vida como aquí
Detrás de ese firmamento...
Conságrame un pensamiento
Como el que tengo de ti.



     Zorrilla, mientras recitaba con ardor y desparpajo, veía los ojos devotos de los asistentes, entregados. Y la emoción de estar rozando el reconocimiento le impidió acabar los versos. Delegó en otro y los dolientes le creyeron.
     Y, mientras un joven y romántico Larra, quedaba allí, arropado por una corona de laurel, otro joven romántico salía, cuasi a hombros, del cementerio y con un contrato de trabajo, el del finado, asegurado.

Es la vida, que continúa. 
Hasta mañana queridos.
"Conságrame un pensamiento, como el que tengo de tí"

lunes, 19 de enero de 2015

De ansias y sosiegos. Lunes 19.

19. Piezas con historia. Albarelo.


     Esta mañana, cuando me he levantado, encima de la mesa de la cocina tenía un precioso tarro de boticario. Estoy enamorada de ellos.           Voy a mi farmacia de barrio más de lo que debiera, sólo para contemplar la extensa colección que se exhibe en sus estanterías superiores.
      Mi marido, ayer en el rastro, lo encontró y, aprovechando que les dimos puerta, me lo compró y lo escondió en el coche.
        Ha madrugado y, con la excusa de sacar al perro, lo ha cogido y me lo ha dejado en la mesa del café. Sorpresa.




  "Los tarros de botica tuvieron gran importancia en la producción de los ceramistas.
      El albarelo fue el más afamado. Se caracteriza por su forma cilíndrica con un ligero adelgazamiento en su parte media.
      En la boca lleva un resalte para sujetar la hoja de pergamino que le servía de tapa.
      La forma y, posiblemente el nombre, tuvo su origen en Persia en el siglo XII y se difundió en Europa en el XIV a través de la cerámica hispanomusulmana.
      Los primeros ejemplos europeos son españoles.
      Se siguió utilizando hasta el siglo XVIII, sobre todo en Italia, donde más tarde tomó un papel en la cerámica decorativa"(*)



       Y ya son tres los "vasos de droga" que decoran un rincón de mi cocina.
         Creo que, además de los bastones, declaro inaugurada la colección de albarelos o similares.
          
          Otra más.
          Disculpen las molestias.
(*)Objetos, piezas con historia extraídos del libro Con nombre Propio de la colección Nuevo Estilo.