domingo, 22 de septiembre de 2019

Malas coordenadas






Nunca se imaginó que entrar en aquel bar de mala muerte, decadente y lóbrego y a esas horas de la noche, fijaría, irremisiblemente, su cruce de caminos.

     Que se decidiría un capítulo inesperado y concluyente en la novela de su puta vida.
     No hacía mucho que se había enviciado con el tabaco. Fue a raíz de que la golfa de su novia se la pegara con el Méndez. De eso hacía ya por lo poco seis meses. Se agarró a los cigarrillos como un asmático a la mascarilla de oxígeno. Tres o cuatro cajetillas diarias se fundía y sin ponerse colorao. Sin contar su apego a otras adicciones.
     Cuando llegó a la habitación de la pensión buscó en el armario del baño donde siempre guardaba un paquete para las emergencias. Pero recordó que lo había cogido la semana pasada cuando se fue con su compadre a Torrevieja a hacer un porte. Valiente cabrón, contaba con que le daría algo por la ayuda y la compañía y sólo sacó la cabeza caliente y los pies fríos. De Hortaleza al mar, hablando de su mujer y de la suegra. A la vuelta se pagó una paella y media botella de vino peleón y para de contar.
     Con la urgencia del pitillo se tiró a la noche. La de aquel asqueroso y lacio mes de noviembre era más oscura de lo normal y el bar de la esquina cerraba los miércoles.
     Se llegó hasta el del final de la calle, aquel tan guarro y sospechoso que hasta a él le daba dentera entrar.
    Dentera por decir algo fino, le tocaba los cojones vérselas con aquella fauna de letrina.
     Pidió un tercio y se dirigió a la máquina.
     La tele daba una corrida de toros de otros tiempos.
   Al fondo, una pareja discutía delante de una mesa sembrada de quince o veinte botellas vacías de cerveza.
     Con la cajetilla en el bolsillo se calzó de un trago la bebida y dejó caer un billete en el mostrador. Tenía prisa por tumbarse delante de la tele con una botella de vino, unos cigarros y sus pensamientos.
    Cuando vio reflejada en el espejo a la mujer que se levantaba, estirándose y recolocándose las tetas dentro del sujetador y al Méndez, con un palillo en la comisura de la boca, mirándole con esa chanza de matón barato, toda la niebla espesa de la noche se le encajó inmisericorde en la garganta.
    Agarró la botella por el gollete y la estampó contra la barra.
   La Tere no se merecía ni los buenos días pero a él, al hijo de su madre, un mamón de medio pelo no le dedicaba mensajes con los dedos amorcillados y puercos de su mano derecha.


*Imagen tomada de la red.

lunes, 16 de septiembre de 2019

Haro y yo

Revisando Haro y yo.
   Historias con mi perro. Y dudando. Como siempre. ¿Lo nazco al mundo? ¿Lo comparto? ¿Se le querrá? ¿Lo dejo en el cajón, calentito y nonato? Así comienza su historia. Un avance.


Mayo 2016
Hoy ha vuelto a pasarte. Ha sido después del baño. Te has arrebujado entre los pliegues uterales de la toalla, yo te he acunado, balanceando el pequeño envoltorio con mis ansias de quererte, como un auténtico bebé mimoso.
     Luego, como siempre, he extendido la toalla en el suelo para que te revuelques en ella, secándote, frotando el hociquillo y las orejas, sacudiéndote.
     Yo te miraba, amorosa y arrobada, también como siempre, divertida ante tus cabriolas y ladridos de satisfacción, ante tus restregones y volatines y, de pronto, te detienes, te tambaleas, buscas un punto de apoyo y te dejas caer, rendido, frágil y desmadejado. Como un peluche sin relleno.
    Te he recogido con cuidado, he masajeado tu cuerpo blandito y silencioso, despacio y con urgencia, intentando reanimarte y controlar mi desesperación. Hablándote y besando tu pelito húmedo y desgreñado. Te he alzado para regalarte aire, te he sacado a la terraza por ver si la luz de la mañana te traía de vuelta.
     Ya son muchos ataques, muchos desmayos, en poco tiempo.
    Ayer en la clínica, don Manuel, tu perriatra, me dijo, escogiendo muy bien las palabras ante mi cara de desconsuelo, que cualquier día tu coranzoncillo herido dejará de latir, que no se puede hacer nada, que esté preparada, que el soplo con el que naciste se ha puesto guerrero.
   Y decidió aplazar la segunda vacuna que te correspondía para no excitarte demasiado, para no sobrecargar tu agitación, que siempre te has portado mal en la clínica, retorciéndote y ladrando cuando intentaban, sin éxito, auscultarte o tomarte la temperatura. Te ponías como loco, mi amor, que te han aguantado mucho, que tienes que reconocerlo.
    Y ayer, don Manuel y las ayudantes me miraban, sabedoras de mi pasión por tu personita, del miedo a lo que ya veo irremediable. Las he tranquilizado.
    No pasa nada, les dije. Y salimos de la consulta, al sol del mediodía y con la cabeza alta. Disimulando.
    La primavera se recortaba, altiva, en todos los tejados de Leganés y una brisa despistada nos refrescaba la espalda y nos empujaba a la valentía.
     Paseamos luego por los jardines de la avenida, despacio, meditando y deteniéndonos en todos los árboles amigos que ya conocemos; a todos, sin excepción, les regalaste el arco de tu patita, nada, apenas unas gotas, pero suficiente para ti, para creerte dueño y señor de toda la alameda.
     Pero yo iba triste, no puedo hacerme a la idea.
     No me hagas esto, Haro.
     Tú sabes lo que te necesito.
     Han sido once años.
     Once años ya, desde aquel día.




viernes, 13 de septiembre de 2019

Poemita tierno.






Mis nietos son poemas.

Haikus que esperan ser sonetos en diciembre,
coplas en las mañanas nuevas;
por las noches, odas al viento de la ternura 
y de la dicha;
 un romance de por vida,
 un himno a la alegría
 del verano;
son apuntes a lápiz, 
esbozos aún,
 acrósticos grabados para siempre
 en mi garganta y en mis dedos.