jueves, 29 de junio de 2017

Bonjour tristesse.


   

   Verso los besos que nos dimos. Les pongo acentos y rimas consonantes, los abrazos los dejo en cómodos hemistiquios y me despido de ti con lipogramas y puntos suspensivos.

      Abro las noches al primero que llega y humedezco las esquinas de mi tiempo para ver pasar imposibles y días impares.
       No me salen las cuentas los jueves y cada vez soporto menos el olor a fracaso de la tarde de los domingos.
      A veces llueve en mis tobillos y las zapatillas de huir me pesan tanto que me quedo demasiado tiempo en mis mentiras. 
      No te dije adiós.
     Se me olvidó porque me entretuve comprando flores, las velas de la tarta y sábanas nuevas. Y un sombrero azul.
    Noté que eras nada cuando el reloj no llegó a dar las doce y aquí estoy, aún en la puerta, con las llaves en la mano y decidiendo si cierro o busco en la cerradura el hueco exacto donde introducir las dudas.



jueves, 22 de junio de 2017

El lubricán.

“Si le hubiera cortado las alas,
 habría  sido mío,
no  habría escapado.
Pero así habría dejado de ser pájaro.
 Y yo lo que amaba era un pájaro”.
(Mikel Laboa)



     Estoy esperando a Juan.
     Hoy es un día especial.
     Sobre la mesa, al lado de un ramillete de flores amarillas y de unas velas tímidas y  temblonas, he dejado un sobre cerrado, dentro espera el informe del médico confirmando un embarazo.  
     Por el horizonte cabalga un lubricán  distinto y yo estoy esperando a mi marido.
     Y sonrío.
     Ya sabéis que llevaba algunos meses algo descolocada y soñadora, y que deseaba con todas mis fuerzas ser invisible.      
     Apretaba los ojos por la noche pidiendo ser impalpable, aunque sólo fuera por unas horas, un día como mucho y que, cuando me despertaba por las mañanas, me giraba en la cama para mirar las puertas espejeadas del armario, esperando no verme reflejada en ellas, pero allí seguía, un poco despeinada y con los ojos festoneados de tristeza y  desamparo por la penuria del sueño y el infierno de la inquietud.
     Se me  ocurrió este anhelo loco de ser invisible porque no era feliz.
     —Mi marido no me quiere— os confesaba bajito—, me evita algunas tardes, me abraza sin fuerza, no me mira como antes.
     —Y me besa con los ojos abiertos.
     La semana pasada— os decía— colgó el teléfono con prisa y con fastidio cuando  llegué demasiado pronto de hacer unas compras, y hace unos días me di cuenta que miraba la televisión sin verla, con unos ojos  perdidos, ausentes, clavados en otro tiempo. Creo que mi marido ama a otra mujer.
     —Creo que no es feliz conmigo.
     Le podría preguntar.
  Lloraba a solas cuando se iba al trabajo, volteaba mil veces esa absurda idea para convencerme de que eran sólo figuraciones mías, cábalas de niña chica y le podría preguntar, pero, ¿ustedes creen que me contaría la verdad?
     Me abanicaría con pulcras evasivas, diría muy serio y aleteando las manos ante el pobre auditorio, que estoy un poco loca, que siempre he sido muy fantasiosa, que de qué me puedo quejar…
     Y yo, por las noches, deseaba con todas mis fuerzas volverme invisible, para salir con él cuando se fuera por las mañanas, para pegarme a su abrigo en el ascensor y aspirar con fuerza su olor, para rozarle los labios despacito, meter los dedos, suavemente, en su pelo y mirarle con ansia las manos, esas manos hermosas y alambicadas de las que mi piel tiene tantos recuerdos.
     Luego le seguiría, caminaría detrás de él, como un ángel custodio, maternal, estaría a su lado mientras se tomara el café en algún restaurante, me sentaría cerca en la oficina, viéndole trabajar y controlando el deseo y la codicia de abarcarlo entre mis brazos.

     Pero no era invisible. Cada mañana, al despertar, me miraba las manos, las piernas, y ahí estaban, corpóreas, palpables, no se veían las flores verdes de las sábanas a través de ellas.
     —Y mi marido sigue ausente, sigue mirando sin ver y me sigue besando con los ojos abiertos— confesaba a mis amigas.
     Pero ahora, después de pensar, de darle muchas vueltas, de contemplar la sonrisa de  la luna allá en lo alto y de sentir la esperanza removerse en mi vientre, he dejado de desear ser invisible;  no sé si alguien se ha cruzado en la vida de mi marido y en la mía, no sé cómo será el futuro, lo que piensa hacer conmigo, no sé nada, pero sé que ya no quiero ser invisible, no le quiero vigilar, no quiero saber, porque ¿se imaginan ver con los ojos lo que, por ahora, sólo intuye el corazón? ¿Tener la certeza  y  descartar para siempre esas bondadosas  dudas que me permiten seguir viviendo?
     En la farmacia me han dado unas pastillas y parece que duermo mejor, me he comprado un camisón de seda color caramelo y en la peluquería me han dado un tinte alegre que disculpa la melancolía que anida en mis pestañas.
     Yo cierro los ojos con fuerza cuando Juan me besa, para no ver los suyos abiertos. Yo le hablo mucho, pero sin mirarle, para no fijarme en sus pupilas ausentes. Yo le obligo suavemente a quererme algunas noches y juraría que musita mi nombre. Y cuando regresa a casa y oigo su llave canturrear bajito en la cerradura, el corazón me salta en el pecho como un corderillo travieso.
     Yo sería invisible sin él.

     Pero ahora le estoy esperando, en este día nuevo, con este sobre redentor apoyado en las velas consumidas, para anunciarle la génesis de otra vida, para ofrecerle mis hombros desnudos, para escuchar la cadencia de su voz cuando me dé las gracias, para olvidarlo todo cuando me pida perdón, para seguir caminando con él por la senda  de los días reconquistados, para recoger, en silencio y sin algazaras, los pecios de algún naufragio. 
     En la mesa, ataviada como un altar, espera una ofrenda.
     Soy mujer, soy fuerte, tendré un hijo, daré vida.
     Daré vida.
     No soy invisible.  

     Se ha hecho tarde, os tengo que dejar, voy a colorearme un poco los labios y las mejillas y a esperar, poderosa, plena, a  mi marido.

     El lubricán,
             desbocado, 
                         caracolea altivo tras los cristales.


*Imagen tomada de la red. Beso rojo de Joseph Dela Torre.

jueves, 8 de junio de 2017

La luna de Noviembre.


   


Chewie.



     A Chewie no le gusta la luna.


    Anoche paseamos por la avenida. Yo estaba, estoy, muy cansada de tantos días de trajines y despedidas.

    Me vendría bien un largo y lento paseo, pensé. Y salimos, Chewie y yo, a caminar el barrio y el silencio.

   Sabéis que es el perro de mi hija. El mío fue Haro. Ella ha ido a recorrer mundo, a volar alto y a descubrir rincones y me ha confiado a su chico para que le mime mientras dure su aventura.

     Y eso es lo que hago. Al pie de la letra.
    Ya sabéis que los dos perros se conocieron. Convivieron durante un par de meses antes de que Haro nos dejara.
     A Haro le gustaba la luna.
    La primera vez que yo, lunática perdida, se la mostré, mi perro elevó todo lo que pudo su algodonoso cuello y se quedó extasiado. Se convirtió en lunático y muchos vecinos nos han podido ver mirando hacia arriba en las noches hermosas de plenilunio.
    Anoche intenté mostrársela a Chewie, pero, más inquieto y disperso que mi chico, sólo le interesaban las farolas, las hebras de hierba y oler las rejillas calentitas de los coches.
    Me acordé de ti, Haro, me detuve largo rato en la acera, tirando, algo rabiosa, de la traílla de tu amigo y miré la luna llena.
   Me acuerdo de ti cada segundo, perro amado, a cada momento, en todo lo que hago, te veo en cada rincón de la casa y mi mano busca, durante el insomnio, tu cabeza y tu respiración.
    A Chewie no le gusta mirar la luna. Nuestra luna.
   Esa superluna que te veló aquella noche del Noviembre pasado, que descendió para acompañarte en el viaje, esa superluna que no volverá hasta el 2034.
    Quizá, mi amor, para entonces, habré logrado olvidarte.




Haro (2004-2016)

sábado, 3 de junio de 2017

Despedidas como ramos de gerberas.


      Comenzamos junio con la despedida de curso.
    A falta de la entrega de diplomas, que se hará con toda pompa y boato la próxima semana, nos hemos reunido, todas las chicas y chicos de las clases de todo, en una mesa larga y repleta de viandas y champanes, para dar por finalizado el curso que nos ocupa.
     Comentamos las tardes redondas y bulliciosas alrededor de pupitres con olor a infancia, recordamos las lluvias estrelladas contra los cristales de las ventanas de la clase, llamando la atención, intentando desviar nuestra concentración ante la desembocadura de aquel río o la prueba del nueve de una división loca. El viento de invierno entre las hojas de los álamos del jardín.
     Bulle la tarde de alegría ante la inminencia de las vacaciones. Les espera a mis chicas playas cálidas y juegos de siesta con los nietos. Relajo y meditación.
     Comemos con ganas en el salón fresquito de la sede manchega, con las aspas del ventilador revolucionando los cabellos y los volantes del pecho.
     Brindamos por el próximo curso. Por las historias y los dictados. Por la curiosidad.
   Luego, se escapan como niñas traviesas y regresan con un paquete envuelto en suspiros y risitas cómplices.
    Flores y libros. Poemas y dedicatorias.

    Aciertan. Siempre aciertan.







     Ellas, atentas durante todo el invierno, van tomando notas de mis preferencias, van descartando autores, y rodean con rotulador iridiscente, ese poeta, aquella novelista, el olor que prefiero. Y luego me lo ofrecen con miradas ahítas de cariño.


     Son días de fiesta en las casas regionales, de semanas culturales y de encuentros de primavera.
   Por eso, luego, después de los abrazos, marchamos a la Casa Regional de Salamanca, donde el grupo de Aseapo, asociación española de amigos de la poesia nos ofrecen un estupendo recital y también disfrutamos de una extraordinaria exposición de pintura.
    Escuchar a mi amigo Enrique Sánchez García, (Gandhi) leer el pregón que da comienzo a las fiestas.




Mis amigos recitando La-cabellera-de-la-Shoá

Puntillismo en grado superior.



Gandhi en plena lectura.

 Nos fotografiamos las mujeres para detener el instante gozoso.



Llueve en la noche.
Huele a jazmín y aventura.
El cielo es un boceto inacabado.

Regreso a casa con mi botín.

Y voy leyendo al malogrado poeta Félix_Francisco_Casanova:


Siempre tengo nostalgia
de lo que no he vivido,
la ventana se abre al frío
del ángel exterminador
y el año se llama invierno,
la sombra de mi cuerpo
flota como un cadáver.

Y voy disfrutando de Alfonsina:

Afuera llueve; cae pesadamente el agua
que las gentes esquivan bajo abierto paraguas.
Al verlos enfilados se acaba mi sosiego,
me pesan las paredes y me seduce el riego
sobre la espalda libre. Mi antecesor, el hombre
que habitaba cavernas desprovisto de nombre,
se ha venido esta noche a tentarme sin duda,
porque, casta y desnuda,
me iría por los campos bajo la lluvia fina,
la cabellera alada como una golondrina. 


Gracias chicos.
Hasta pronto.
Es un placer.
Pura vida.




jueves, 1 de junio de 2017

Presentación de Carlos del Amor y su novela El año sin verano.

     Último día del mes de Mayo, la Universidad Popular de Leganés, celebra el encuentro del libro-fórum. Este año el autor elegido fue el periodista Carlos del Amor y su novela El año sin verano.
      En el teatro del Centro Cívico José Saramago, desgranamos la obra y conocimos más a fondo al escritor.



Con, de izquierda a derecha, Carlos del Amor; Santiago Llorente, alcalde de Leganés; Luis Martín de la Sierra, concejal de cultura y Andrés Fernández, director de la Universidad Popular de Leganés.

     Y ésta fue la presentación que preparé como preámbulo a las preguntas que luego se le hicieron al autor:

"La vida a veces es tan breve
y tan completa que un minuto
-cuando me dejo y tú te dejas-
va más aprisa y dura mucho.

    Así, con este poema de Jaime Gil de Biedma, comienza Carlos del Amor, su primer libro, “La vida a veces”,  veinticinco relatos, historias de la vida común en las que ya se vislumbra la génesis y los personajes de sus futuros trabajos. Un libro que os recomiendo para leer este verano.
   Carlos del Amor es periodista en el área de cultura de los servicios informativos de TVE, articulista, conferenciante y escritor. Nacido en Murcia, tuvo claro desde siempre lo que quería hacer y cómo.
 “Busca un trabajo que te guste y no trabajarás ni un solo día de tu vida”, dice Confucio y ésa es la suerte que tiene Carlos del Amor.
   Como ya han dicho, aquí estamos otro año más, en este encuentro amable del libro-fórum, con un autor al que conocer y preguntar y un libro también amable, con historias redondas y cercanas.

La vida a veces es más rica.
Y nos convida a los dos juntos
a su palacio, entre semana,
o los domingos a dar tumbos.

   Y así es como pergeña nuestro invitado las historias, con la convicción de que la vida a veces es la mayor de las aventuras. Y nos regala testimonios de amor que trasciende la muerte, cuadros de un hombre sentado en un trastero ante trozos de su infancia, retratos de aeropuerto, trazos de la historia pasada, sueños, homenajes a hombres que nos dejaron huella, ausencias, corazones exentos, vivencias…
La vida entonces, ya se cuenta
por unidades de amor tuyo,
tan diminutas que se olvidan
en lo feliz, en lo confuso.

    En su segundo trabajo, la novela que hemos leído durante el curso, “El año sin verano”,  el escritor se comporta como la distribución de uno de los pisos de la trama, en el que entrabas y ya estabas dentro, valga la redundancia, dice; como el diablo cojuelo, nos convierte a todos en voyeurs, nos provoca el morbo ante el piso cerrado y ajeno  y tiene, siempre en sus manos, las llaves de nuestra atención.
    A Carlos le gustan las palabras, la cultura, el arte en todas sus manifestaciones, es un eterno diletante; su trabajo como contador de eventos en televisión lo realiza con tanta ilusión y honestidad, que nos transmite un cierto color magenta en su voz y fija  y hermosea la noticia dándole el toque característico que lo define, manteniéndonos con el postre detenido.
   A Carlos del Amor no le gusta planificar a largo plazo, se mueve con soltura en las redes sociales, confabula, busca respuestas, le agrada  perderse en los museos y es amante de los gustos sencillos.
   Dice que con un sandwich y ante la pantalla de un cine de verano o saboreando un helado mientras espera el lubricán sobre el templo de Debod, es totalmente feliz.
   Enamorado de su pareja y de sus hijos, de la familia; del fútbol y de las buenas series, como los Soprano o Modern Family; de la literatura latino americana, de Página 2, del nuevo periodismo o de autores españoles contemporáneos y de la poesía visual e inteligente de la fotografía de Madoz, entre otros.
La vida a veces es tan poco
y tan intensa- si es tu gusto-…
Hasta el dolor que tú me haces
da otro sentido a ser del mundo.

La vida, luego, ya es nosotros
hasta el extremo más inmundo.
Porque quererse es un castigo
y es un abismo vivir juntos.

   Hoy no es un día cualquiera, Carlos responderá a todas las preguntas que queramos hacerle, vamos a decirle que hemos disfrutado con su verano y con los inquilinos de ese edificio de la calle Alcalá, con las historias de amor que se ovillan entre las escaleras y el patio interior, tras las puertas cerradas, y nos descubrirá, si le parece bien, cuánta biografía ha volcado en las páginas de sus libros, cuánto de Javier, Alberto o Simón tiene y para cuándo podremos familiarizarnos con la narcolepsia de su abuela, como lo hemos hecho con el síndrome de Korsakoff.

    Carlos del Amor nos provoca en sus libros estupor y temblores, trabaja entre sueños y, con la grandeza de sus historias mínimas, nos invita a pasar sin llamar, porque nos promete que siempre habrá una luz encendida, que nunca estará fuera de cobertura.

    Carlos del Amor es todo lo dicho, pero, por encima de todo eso, creo que Carlos del Amor, será siempre un hombre enamorado".







    
     El autor firmó ejemplares de la obra y, creo que satisfecho, se despidió de todos cuando ya la tarde declinaba entre los rosales de la avenida.

   La vida a veces...