martes, 29 de septiembre de 2020

Poema sobre la ablación.

 Salindé


El día se levantó con el rostro manchado

de todos los grises posibles.

Pero las niñas del poblado reían

como si un sol ardiente cosquilleara

sus cuerpos libres y morenos.

Les habían prometido una fiesta.

Sus madres les acababan de retocar el peinado ekai,

y rematado las trenzas con bolitas de colores.

Ya se oía la música y las pequeñas

bailaban detrás de las chozas.

Era el día elegido en aquella aldea de Sudán.

Las mujeres preparaban sorgo rojo y fríjoles

y los hombres, sentados en corro,

agasajaban a los que habían venido de otros  lugares,

con cuencos llenos de pescado seco y arroz.

Las niñas del poblado y las recién llegadas

jugaban saltando sobre unos troncos de teca.

Se tocaban el peinado y se intercambiaban abalorios.

Comparaban el dibujo multicolor de sus camisas.

El cielo continuaba, terco, con su manto de niebla.

Un buitre sobrevolaba, en círculos cada vez más ambiciosos,

el perímetro de la aldea.

La mañana caminaba lenta y muda, arrastrándose

sobre las esterillas y las hojas de palmera.

La música se fue disipando entre las callejuelas de mentira

y las niñas detuvieron sus cánticos y sus saltos de alborozo.

Las apartaron del grupo y las llevaron

al barracón del final, aquel donde unos gallos negros

habían sido sacrificados la noche anterior.

En las paredes de adobe de  la choza se adivinaba

la sangre seca de la ofrenda.

Olía a vísceras antiguas y a tierra hambrienta.

Las mujeres las desnudaron, mientras la vieja buankisa

esperaba impaciente, con los brazos cruzados

y repletos de pulseras, el comienzo del ritual.

Las niñas se miraban, intentando tapar,

con el biombo de sus pequeñas manos, su incipiente desconcierto

y la sonrisa se les escapó, como volutas de humo,

por el techo inexistente de la cabaña.

Todo fue rápido. Inexplicable.

Una a una, fueron inmovilizadas,

en aspa las extremidades,

una interrogación sin respuesta en sus ojos agónicos

y un alarido que marcó su destino para siempre.

¡Calla!, ordenaba la buankisa con un dedo acusador.

¡Calla! ¡No llores!

La niña mira, a través de la abertura

que le deja el trapo sucio

con el que su abuela le tapa la cara,

el cielo ajeno y tranquilo.

Le parece mentira que no haya nubes ni ruido de tormentas.

Cierra los ojos para que no duela.

No llores, le grita la mujer,

con ruido de dientes apretados y saliva agria.

Siente un frío rojo entre sus piernas,

un sobresalto de miedo. Un desamparo que no comprende.

Se acuerda de naranjas amargas,

del juguete que le trajo hace mucho un amigo de su padre,

se acuerda de la piel áspera, pero amable,

del árbol que hay junto a su cabaña.

¡Calla!, no puedes llorar. No debes.

Su abuela le retuerce los brazos y la niña

no escucha ya a su madre que,

tras unirle las piernas con un trozo de tela,

se dirige hacia su hermana pequeña.

Sollozan,  ya sin reparo, encogidas,

las tres niñas venidas de otros lugares.

La buankisa continúa con su trabajo ancestral,

en las manos la cuchilla ensangrentada,

los dedos manchados de ignorancia y yodo,

en sus movimientos enérgicos e impíos,

la soberbia de su prestigio. La borrachera del fanatismo.

Los gritos de terror, el sonido estúpido de la barbarie,

los llantos enmudecidos, la rendición,

han dado paso a un silencio plúmbeo y quieto,

como el cielo de aquella mañana.

En aras de la tradición,

las cinco niñas mutiladas se adormecen,

apoyadas entre sí, sujetando el temblor y el llanto,

sin color los abalorios de sus trenzas enhiestas,

sin futuro su futuro, negadas al gozo, al placer y a la risa.

Su infancia ya es olvido.

Ahora  son mujeres. Están purificadas.

Forman parte de la tribu.

No deben llorar.

Silencio.


https://www.facebook.com/watch/?v=351558336195137&extid=IGU4ke7OiYCEsR6A


(Poema incluido en el libro Palabras en silencio, correspondiente al XI Encuentro Oretania de Poetas. La Solana 2019).

 

 

 

 

domingo, 27 de septiembre de 2020

A la memoria de mi amigo Manuel Herrera.

 



Me decía "mi niña".
     Esta pandemia que nos está amenazando en cada esquina, se ha llevado a muchos amigos. Amigos con los que, en menor a mayor medida, hemos recorrido tramos de nuestra vida. Uno de los primeros, fue un compañero del Camino de Santiago, hombre cercano y sabio. Dos mujeres más, queridas y admiradas; familiares de amigos que duelen de igual manera. Conocidos, vecinos, personas. Pero hoy me han llamado y han pronunciado su nombre: Manuel. Y la mañana se ha desplomado sobre mis hombros.
     Compañero de talleres de escritura hace ya más de veinte años, de universidad, de encuentros poéticos, de confidencias, de cariño. Y siempre, siempre me decía "mi niña". Y me cuidaba, y abría el paraguas para que no me mojara la noche, y me dedicaba tiempo y poemas. Dejó compromisos para él importantes, para no faltar ni un solo viernes a mis encuentros poéticos y pergeñaba redondillas muy trabajadas para contarnos la confusión del momento, para hacernos reír o explicar, con su guasa elegante, problemas cotidianos. Y me decía mi niña. Y era discreción. Y era grande y era, en el buen sentido de la palabra, bueno.         Me regalaba todos los poemas de los viernes. Los conservo como un tesoro. Me hizo éste de la foto, cuando presenté mi primer poemario. Luego vinieron más. Muchos. Y siempre dejando, entre los versos, su bonhomía y su deseo de que todo el mundo fuera feliz. 
     Manuel, no sé si este enemigo cruel nos permitirá otros encuentros poéticos, pero sí sé que nunca, nunca, serán tan gozosos. Te quiero. Desde aquí, envío un abrazo para Conchi, tu compañera de vida, mujer discreta y ejemplar y mañana iré a recitarte un trocito de mi gratitud. A despedirte.
     Y siempre me decía mi niña.

lunes, 21 de septiembre de 2020

Cuestionario Proust. Juan José Guardia Polaino

Nos citamos en la majestuosa y contundente plaza de Villanueva de los Infantes, un lunes siete de septiembre, víspera de aquel ocho de septiembre en que nuestro admirado Francisco_de_Quevedo fallecía en esta localidad manchega. Sólo nos separan 375 años de aquel viernes.
    Yo, a pesar de este verano covidiano, sigo provocando encuentros con mis amigos-gigantes, con la excusa de hacerles un cuestionario. El Cuestionario_de_Proust.
     Y Juan José Guardia Polaino no podía faltar en la ya larga lista de gente importante que voy pergeñando poco a poco. De ellos aprendo, de ellos me enriquezco y en ellos encuentro el ímpetu y el goce para continuar.


     Y, con la placidez de un lento café y el eco de las poderosas campanadas de la iglesia de San Andrés, comienzo a preguntar a mi amigo, deseando conocerle aún más, abrirme paso a través de sus ojos límpidos y perspicaces. 
     Me dice que es pasional, intuitivo, impetuoso, perfeccionista.
    Que aprecia la bonhomía, la fidelidad y la legalidad en hombres y en mujeres, pero que, la ternura que añaden las mujeres a la vida, le es necesaria. Ama y admira a su compañera, Lourdes, me confiesa que sin ella estaría perdido, que el rodrigón de su dulzura y valentía le son imprescindibles.
     De sus amigos sólo espera que le quieran y se declara en el umbral de la vanidad, por su ansia desmedida de llegar a ser un buen escritor. A ello dedica la mayor parte de su vida. Le gusta la paz, el dolce far niente; vivir en España y en su Campo de Montiel; la majestuosidad del halcón y la música de Albinoni. Le subyuga el caos y el misterio de El_Bosco y la poesía de León Felipe y Vicente Huidobro. En prosa, sus favoritos son García Márquez, Manuel Vicent, Galeano o Dámaso Alonso. Dice que le gusta el color morado y los campos de lavanda en flor.


     Odia la prepotencia y la cerrazón que impide avanzar, se arrepiente de su impetuosidad en algunos momentos, le gusta recrearse con un chuletón de buey y toca dos veces la cancela de la puerta cuando se va o vuelve, para no darle una oportunidad al descuido. 


     Su estado de ánimo es, habitualmente, tranquilo y sosegado y teme a la enfermedad y al dolor, especialmente de los que ama. Como decía el cantante, le gustaría tener un millón de amigos que le acompañen en la aventura del saber, y admira los avances científicos que impliquen mejor calidad de vida al ser humano. No le importaría volver a ver Memorias de África o El paciente inglés, entre otras, y, a pesar de gustarle la verdad de cada esquina, puede mentir si con ello evita dolor al semejante.



Parte de los componentes de la Orden Literaria Francisco de Quevedo.



     La placidez del oso panda le hace inclinar la cabeza y preguntarse sobre el estado de gracia, y escribir le salva del tumulto de lo incierto. Le gusta leer biografías de mujeres, mujeres intrépidas, aventureras, audaces, aunque, a nuestro poeta, todas las mujeres le inspiran valentía y ternura en grado sumo. Esto lo recalca y le honra.
     Juan José Guardia Polaino, nació en Villanueva de los Infantes: "yo tengo abiertos los balcones de mi alma, y dispuestos los candiles para alumbrar tu historia"; es Mayoral de la Cofradía de los Mayorales del Vino de Valdepeñas y coordinador literario del grupo El Trascacho, y desde 2001 es Gran Maestre General de la Orden Literaria Francisco de Quevedo, de la que también tengo el honor de formar parte. Miembro fundador e impulsor de innumerables actividades artísticas-literarias y revistas.
     Autor de varios libros de poesía y prosa poética, como Jazmines para la tragedia; Labios que pugnan por amar, sufriendo; Aquéllos que conspiran, te digo, Walt Whitman e Ido el fauno, libro-joya en el que con una prosa poética singular y trabajada, se hermana con el poeta del Siglo_de_Oro, le tutea, mantiene con él un lenguaje epistolar, le loa. Libro-joya, he dicho, umbrales a los que cuando acudo, los encuentro  nuevos y diferentes. Siempre descubro nuevas vetas de ambrosías y oro de espuelas.
    "Soy hombre de llanura, a veces socarrón, otras, místico; escudriñando el rumbo del aire, saco pecho y hago escudo, y le planto valor a la lluvia..." dixit. 
    Te digo, amigo, poeta, fauno Juan José Guardia Polaino, sé que amanece tu nombre en las colinas.
      Y te doy las gracias por sonreírme siempre.

domingo, 13 de septiembre de 2020

Cuestionario Proust. Teresa Sánchez Laguna (Tesala)


En la Plaza de San Juan, en Villanueva de los Infantes y con don Francisco de Quevedo escuchando la charla.

Adelanté esto, durante los meses de verano y cuando aún continúa el mundo semi recluido por la pandemia del Covid-19 que nos mantiene en alerta y con los brazos desocupados:

     "Para intentar mantener la cabeza fuera de esta angustia que nos cubre, para evitar la faja que nos impide respirar a plena carcajada, he recurrido a gigantes. En La Mancha los hay, todos los sabemos. He disfrutado de unos momentos mágicos escuchando a tres poetas. Les he hecho mis cuestionarios_Proust. Voy a recordarlos en los próximos días para agradecer su tiempo y sus sonrisas.

      La poesía no ha sufrido. Lo he comprobado. Tres meses en territorio manchego. Vuelvo renovada. Y feliz".

      Y el primer gigante con el que me reuní para procurarnos un oasis de luz en este páramo de precaución y desconfianza que nos asola, fue mi amiga del alma, la poeta y fotógrafa Teresa Sánchez Laguna. Y con ella comienzo, ya de vuelta a mi estudio, esta ronda de charlas con amigos.

     Sé de sobra que es generosa, compasiva y resolutiva y ella me confirma estos rasgos de su carácter.

     Que la cualidad que más aprecia en todo ser humano es la honestidad y la sinceridad y que no espera nada de sus amigos, pero que lo espera todo. Que cree que tiene un carácter, en ocasiones, demasiado fuerte, aunque reconoce que le es necesario para acometer las decisiones de las que nos habló al principio.

    Le gusta a mi amiga disfrutar del instante, del momento poema, del descubrimiento de esa imagen que estaba oculta hasta que ella con la pupila-objetivo la descubre y la glorifica. Le gustaría ser mariposa, ave, libre, poseedora de toda la belleza. Le gusta el blanco.

     Le pregunté en que país le gustaría vivir y no lo dudó, me dijo que en La Mancha y respirando ese olor que la caracteriza, como le seduce el olor del jazmín y las lilas de su jardín, ese rinconcito donde se refugia por las noches para pergeñar los poemas de amor o de gozo que luego recita con esa voz tan clara y particular que todos esperamos.


Nos quitamos la mascarilla un momento y nos tomamos de la mano, para que la foto no encontrara obstáculos.

     Le gusta la alondra, el pájaro del comienzo, símbolo del amanecer, de la libertad, del amor, de Cristo. A Teresa se la puede buscar en el silencio, Búscame en el silencio, fue su primer poemario; admira la prosa y poesía de Natividad Cepeda, excelente persona y poeta de Tomelloso, y de la gran poeta y mujer que fue Sagrario Torres. Cuando recorre la estepa manchega, las carreteras del alma, en su coche, la música de Kitaro no puede faltar. La luz de los cuadros de Joaquín_Sorolla le fascina y "mi madre" fue la respuesta cuando le pido el nombre de una heroína de la vida real. Detesta comer con los dedos y la dejadez física, me asegura que nunca miente y me invita a probar su receta: "floretes de coliflor Tesala".

     Se le olvida a veces cenar sumergida en la letra de algún poema o retocando las fotografías que ha recolectado en su deambular por las tardes incendiadas de su tierra, embriagada por el aroma celoso del jazmín que la acompaña y con la caricia de las estrellas en su eterno sueño de florecer.

     Su estado de ánimo habitual es sereno y positivo, le gustaría morir en paz y pidiendo perdón; agarra con las dos manos la dignidad, su gran tesoro. Me dice que ha amado, que ama, que teme no estar a la altura, que le gusta su nombre y que admira a mujeres que también se han llamado Teresa. 

     Nos despedimos de esa tarde. Hemos tenido muchas. Tendremos muchas más. Teresa Sánchez Laguna, es mi amiga. Vive en Valdepeñas, yo tengo mi Villa Favorita en Villanueva de los Infantes y juntas hemos recorrido y recorremos todos los pueblos bellos de La Mancha, y Teresa va deteniéndose en cada milagro y captándolo con su inseparable cámara fotográfica y me señala atardeceres únicos y me recita, cuando se lo pido, el último poema.

     Le agradezco sus respuestas y su amistad.


Hace años, paseo por El Peral, un paraje natural e idílico, cerca de Valdepeñas, que me descubrió mi amiga. Entonces nos acompañaba Haro.



En el patio de la Casa de los Estudios, en Villanueva de los Infantes. Otro día de otro año.


 Dibujé una puerta violeta en la pared
Para ti, amiga.





Y gracias.