viernes, 24 de abril de 2015

De ansias y sosiegos. Locura de amor.

114. Un verano. Una noche. Una pasión.



La llamaban La Chata.
No hacía referencia el mote a su persona.
Le venía heredado de sus mayores.
Se fue una temporada a la capital y regresó con una hija.
Desde entonces vivió algo recluida y escarniada, con miradas oblicuas, en cuanto pisaba las calles.
Un día llegó al pueblo un grupo de hombres para trabajar el verano.
Y la Chata se enamoró de uno de ellos, cuando se encontraron una tarde en la fuente de piedra de la plaza.
Y se veían a diario, cuando las primeras sombras de la noche encubrían sus ansias.
Dicen que ella le propuso quedarse y formalizar la relación.
Dicen que a él, la niña, algo retrasada  y un poco huraña, le refrenaba  el ánimo.
Cuentan que la Chata estaba loca por el hombre.

     Y, las mujeres del pueblo, se santiguan, cuando recuerdan la tarde que vieron alejarse por el camino de las huertas a  madre e hija y cómo volvió la Chata,  con la mirada huida y los bajos de su falda culpables de sangre.

Imagen tomada de la red.

Amigos, que vuestras pasiones se deslicen por toboganes más sosegados.

Os deseo un viernes de catálogo.




2 comentarios:

  1. No hay que enamorarse perdidamente, corremos el riesgo de perdernos. Te deseo un día espléndido. Un abrazo.

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    1. El día, espléndido y poético, lo tendremos hoy ambas. Hasta luego. Otro abrazo.

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