sábado, 4 de abril de 2015

De ansias y sosiegos. En San Martín de Valdeiglesias.

94. De perros, fantasmas y lunas.


No me acuerdo de nada
cuando despierto en la noche
y me cuesta llorar
aunque piense en desiertos,
siento sed en los ojos
y lágrimas en los labios,
y se me ríe la oreja
cuando oigo el silencio.


   Paseo por las calles en cuesta de San Martín. Detrás, sujetando mi sombra con sus patas fieles, mis perros: Beppo y Haro.
    Vamos despacio. Saboreando la noche.
    Hay luna llena. Algo borrosa en su contorno, como si el artista la hubiera difuminado con los dedos, alejándose un poco para comprobar el efecto.
    Llegamos, sin habernos marcado ningún rumbo, a los muros del castillo de la Coracera. La piedra berroqueña de la torre del homenaje, nos muestra su altivez, nos marca las distancias. 
  Al rato, sentimos el susurro del condestable D. Álvaro de Luna, un murmullo agrio e impaciente, que nos deja un rastro incómodo en las manos y en el cuello.
   Los perros huelen la presencia y ladran en alguna dirección.
  Los campos de olivares cubren de oscuro y de misterio la cintura del pueblo y el olor del vino se funde con las aguas del pantano en un suicidio calculado y vengativo.
   Quiere, el excelso vino del pueblo, ser alabado de nuevo, como cuando D. Miguel de Cervantes o el capitán Alatriste, paladeaban su cuerpo en noches de farra interminables.   También con cielos de lunas difuminadas y viejas.
   A lo lejos, un coche gira en alguna esquina olvidada.
   Mis perros escuchan.
  Yo descubro, de repente, los nudillos blancos de mis manos, aferradas con ansia a las rejas del portalón.
  Un gato se escurre entre las matas salvajes del jardín, o quizá sea el mítico león que dicen campaba a sus anchas por el recinto amurallado, por las almenas, por el pueblo dormido, dicen.
  Damos la vuelta, silenciosos y algo asustados. Los tres, mis perros, ahora delante de mi,  y yo.
  Cuando llegamos a Las Buganvillas, las campanas de la Iglesia de San Martín de Tours, anuncian las tres de la madrugada. Repiten el aviso, al poco.
  Miramos de nuevo la luna, que ya se esconde, vencida, tras unas nubes nuevas.
  Y cerramos la puerta a la noche, al misterio y a las sombras.
  Antes de dormir, un rugido anuncia ya el lubricán.
  El león.
  El león del castillo, dicen.
Amigos, que vuestra vida sea un puro rugido.
De placer.

2 comentarios:

  1. Me encanta. Los rugiditos de tus guardaespaldas y la luna llena, serán un seguro. Desaparecerá tu sed. Un beso de mar salado.

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  2. Y a mi me encantan tus comentarios. Ya nos vemos en el taller, deseandito estoy. Un abrazo con rugido.

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