miércoles, 15 de julio de 2015

De ansias y sosiegos. Atrapada entre satélites.

196. Acoso.




     Viajo bastante. Por trabajo y por placer.
     Me gusta desplazarme, moverme, pisar, patear el suelo.
  Recorridos cortos o largos. Todo me vale. Acumulo paisajes y sensaciones.
   Tomo el coche, enfilo el primer callejón que encuentro y me dejo conducir donde me lleve el camino.
     Descubrimientos. Árboles de otros colores y formas. Nuevas aguas.

    Hace unos meses me regalaron un GPS. Yo no soy partidaria de nuevas tecnologías; impaciente y nerviosa, no me pliego a las exigencias de estos excitantes, para muchos, aparatejos.

     Fue en un viaje a Córdoba.
    La voz metálica y cansina de la mujer me indicaba cuándo “tomar la tercera salida a la derecha en la próxima rotonda” o “seguir la ruta durante 28 Km”.
     Muy atenta, me advertía de un “posible radar móvil”.
   En el viaje de vuelta ignoré sus indicaciones y tomé otra dirección que creía mejor, la de siempre, soy mujer de costumbres a pesar de todo.
    Me pareció que, con voz irritada, me corregía constantemente y, en una curva, noté en mi antebrazo derecho el impacto de una pequeña lluvia de salivilla.        Como si me hubieran escupido.
       Hasta llegar a mi destino me escupió tres veces más.

     Seguí fielmente sus órdenes en el siguiente viaje que tuve que hacer a Santander por motivos laborales. La encontré atenta, paciente y hasta cariñosa. Cuando dijo “ha llegado a su destino” intuí incluso una sonrisa amistosa y cordial.

       Y no volvió a escupirme más.

      El pasado mes de Mayo fui a Barcelona a la boda de unos amigos. Me confundí varias veces a pesar de sus indicaciones y, poco antes de llegar, ya de noche, me reprendió. Juro que cuando dijo “ha llegado a su destino” el tono de su voz,  más pausada de lo habitual, era de recriminación, de desaliento, como una madre ante la evidencia de la inutilidad de su hijo.

     Me acosa.

    Cuando quiere humillarme, hacer patente su superioridad, baja mucho el tono de voz, condescendiente, como disculpando mi torpeza, me susurra la ruta con retranca y hasta creo escuchar al fondo de no sé dónde una risita solapada.  Y ha vuelto a escupirme.

     Hay días que pierdo los estribos y grito y es entonces cuando ella calla, no habla, me deja hacer, me ignora, pero yo oigo, de vez en cuando, un suspiro de resignación.
     He intentado, repetidas veces, arrancar el aparato del coche, y no consigo deshacerme de él.
     
     En este mes de vacaciones estoy recorriendo toda la costa de Portugal.
       Me dejo llevar dócilmente por la mujer de mi GPS.
       Y es tan atenta, paciente y cariñosa. 
     Me acompaña, con mucho mimo y dulzura, hasta la misma puerta de todos los hoteles, ya no me escupe y, en las distancias largas, se pone a recitarme poemas de mis autores favoritos.
     Pero yo sigo sin quererla.
   
      Y es entonces cuando siento estos remordimientos que no me dejan vivir.



¿Qué me aconsejáis amigos?


2 comentarios:

  1. Hola, dicen, que la paciencia va recubriendo con una materia invisible, pero eficaz, los huecos de los corazones atormentados. Aún hay tiempo. Haz un guiño al GPS. y comienza una nueva aventura. Un fuerte abrazo

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    1. No, si al final, como todo en la vida, es más fácil dejarse llevar que rebelarse. Otro abrazo, fuerte.

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