martes, 5 de septiembre de 2017

Y seguimos con las crónicas. A Chewie no le dejan entrar en el hospital.

2. Apuestas en los días de lluvia.




    A veces llueve y eso es una fiesta para los pacientes, que pueden mirar los cristales y seguir las carreras de las gotas y acompañar en silencio a las más rápidas.  
     O hacen apuestas mentales. 
   Dicen: si ésa gana, me dan el alta el lunes. Y luego se enfadan si pierden y tienen que quedarse unos días más.
    -Hay que hacerle otra analítica, les dice el médico de medicina interna y a ellos, los enfermos, se les cae la esperanza a través de los resquicios de la barandilla abatible de las camas.
     El suelo, debajo de ellas, está lleno de esperanzas vanas.
    El médico que operó a mi madre se llama José Ramón y es moreno y guapo. Tiene barba y sonríe siempre. Da confianza y paz, cuando viene a verla mi madre le agarra del brazo y coquetea con él. 
    Ella no se da cuenta y se enfada cuando se lo recuerdo en los ratos de tedio. Lo hago a menudo, regañarla digo, para que no se detenga y mantenga la rabia activa, para que siga en la batalla del vivir.
    Sentada a su lado en el butacón de piel granate escribo. Cuando me ve concentrada me pide el abanico o un buchito de agua, para devolverme la pelota, para vengarse. Luego se ríe y me ofrece la mano para que yo sepa que todo es broma y que me quiere.
     Y en eso estamos.
    Hoy hace ya veinte días que vivo aquí, que lucha ella, que Carmen, la compañera de habitación, nos cuenta cuánto quiere a sus niñas, las galgas, que su marido arquitecto, viene a verla con pasadores nuevos para su pelo rubio y que mi madre le cuenta lo cariñoso que es su médico a las visitas.
    Yo me dejo todo el dinero que tengo en la máquina de las barritas de chocolate y ya llevo dos cuadernitos llenos de dibujos y palabras.
    Estoy leyendo a Galdós.
   Hoy le han dado el alta al poeta del corazón nuevo y, al pasar por la puerta nos ha dedicado un libro de poemas.
   Se llama Narciso, lo sé porque he oído decir a las enfermeras del control: Hasta luego Narciso, el mes que viene nos vemos. 
    Es lo que hay. Tendrá que volver a alguna revisión.
   Llevaba un sombrero panamá en equilibrio del lado izquierdo de la cabeza canosa y un bastón con el puño de plata. 
   Creo que iba cantando bajito un aria conocida aunque no logro recordar el título.
    Hoy hace un calor tan pegajoso que ha puesto de mal humor a la chica que hace la limpieza de las habitaciones. 
    -Es que no lo aguanto, se disculpa, cuando se ha dado cuenta del meneo inusual que le ha dado a la mopa y nosotras la disculpamos con una sonrisa, y mi madre le ofrece el abanico. -Y te lo quedas, te lo regalo, le dice. Y yo me enfado de nuevo, esta vez de verdad, porque el abanico era mio y no me ha consultado. 
    La auxiliar de la limpieza se va toda contenta con el abanico en el bolsillo de la bata. 
   -Me voy a la calle, amenazo y bajo luego andando los cuatro pisos para calmarme y a ponerme ciega de chocolate.
     Antes de irme mi madre me pregunta por Chewie.
     A Chewie no le dejan entrar en el hospital, le digo.
     Y cierra los ojos, tranquila, y yo me quedo un ratico largo mirándola, mirándola.


3 comentarios:

  1. Gente guapa, que os quiero agradecer vuestro interés y mensajes. Todo va bien. Ahí estamos. La mama luchando y como me aburro todo el día en el hospital y llevo siempre encima un cuaderno gordo y cinco bolígrafos, pues apunto lo que veo y cuando llego a casa me siento en el ordenador con una cervecilla y ese hormigueo insistente y azul en los dedos que me indica que tengo que escribir.
    Y lo hago y lo comparto. Sólo eso pretendo. Contar historias.

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  2. Pues las cuentas muy bien, describes todo tal cual es realmente e imaginas a las personas como si las conocieras un poco. No dejes de garabatear, de contar, de dibujar, de escribir. No dejes.Un fuerte abrazo.

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    1. Ya quedaron atrás las compañías de hospital y sus historias. Algunas ya son amigas. En toda circunstancia sale algo bueno. Un abrazo.

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