jueves, 7 de septiembre de 2017

Siguen las crónicas. A Chewie no le dejan entrar en el hospital.

      3. Un tour por el mundo.



        La habitación libre del poeta la ocupa ahora Pedro.
     Le han operado de una hernia. Era preciosa, nos dice con orgullo desde la cama, haciendo alusión a la susodicha hernia. No lo hemos entendido.
     Le dio el dolor en el viaje de novios, nos dice su mujer, que le acompaña. Estaban en Holanda.
   Era su luna de miel. Es el segundo matrimonio para los dos. Eran viudos y les unió el baile y las películas de miedo.
    Son simpáticos, se miran todo el rato y ella le da crema en las manos continuamente.
    Nos dijo a Carmen y a mí, cuando se dio cuenta de nuestra curiosidad que las tiene tan bonitas y grandes que se las quiere cuidar.
    Ya no podemos dejar de mirarle las manos a Pedro, incluso me paseo de vez en cuando para vérselas.
     Nos ha creado Manuela, la mujer, adicción a las manos de su marido.
   No me lo puedo creer. Para evitarlo, bajo más a la calle a por mi ración de sol y de chocolate. No sé dónde va a parar todo esto. Cambiar una adicción por otra.
     Mi madre va despacito pero mejor.
     Ahora mismo la bajan para hacerle un scanner.
   Bajo con ella para acompañarla, le gusta que vaya al lado de la camilla por los túneles secretos del hospital. Con las manos cogidas.
   Una excursión, le digo, y le voy señalando un tour de mentira. Mira, a tu izquierda la Torre Eiffel, a la derecha, el Sena, al fondo se divisan las Pirámides de Egipto, cuando volvamos aquella esquina veremos las cataratas del Niágara.
   Como es un tour de mentira pues yo, como guía de mentira, le enseño lo que quiero.

    Ella asiente gozosa y admira los monumentos. El celador, un hombrón de unos cien kilos y cara congestionada calla y otorga.
   Imagino que debe estar deseando dejarnos en la sala de hacer los scanners, ¡con la geografía que está aprendiendo!
    Para rematar bien la faena, cuando nos ha dejado en destino he dicho muy seria a mi madre: ¡Mamá mira acabamos de llegar a la plaza Roja de Moscú!
    El celador huye sin prisa pero sin pausa y sin volver la cabeza.
   Luego ha venido una celadora a recogerla. No hemos dicho nada a la vuelta, total, ya conocíamos el itinerario. Mi madre me apretaba la mano, cómplice.
    Esta tarde, en uno de los paseos por los pasillos de la planta, he visto una habitación vacía, recién fregada, con las sábanas blanquitas y perfectamente planchadas. Olía rico.
    Era la 414, capicúa-palíndromo. Me dieron ideas de meterme, atrancar la puerta con la mesilla y echarme un sueñecillo, de lo cansada que estaba.
     Me di otro paseo para pensármelo, pero cuando volví ya tenían delante de la puerta una camilla con un cliente. 
     Nada que hacer.
    Luego os diré de quién se trata. Es una mujer mayor con el pelo azul y las gafas sujetas al cuello con un largo collar de perlas.
    He vuelto con mi madre. 
   Me dice que quiere sentarse y que me recoja "ese pelo, que pareces una loca".
    Y me pregunta por Chewie.
    Mamá, a Chewie no le dejan entrar en el hospital.
    Y sube el volumen de la televisión para no escucharme.



4 comentarios:

  1. Espero que tu madre mejore, eres una fantástica acompañante, con esta imaginación desbordante...
    Besos, Eloísa

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  2. Creo que cualquier enfermo desearía que fueras su celadora.
    Me alegro que vaya mejorando.Abrazos para vosotras y achuchón a Chewie.

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    1. A Chewie ya le he dado el achuchón. Va mejorando mi madre y por lo menos se hizo ameno el tiempo de hospital. Un abrazo.

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