viernes, 13 de marzo de 2015

De ansias y sosiegos. Todo en una feria.

  72. Se llamaba Yamal.

   Llegué a aquella feria del Mueble Antiguo a las seis de la tarde del último domingo de Abril. Era el día de la clausura. La feria llevaba ya una semana atendiendo a mayoristas y el día del cierre lo destinaban al público en general.
     Me llamaste para darnos un garbeo por la feria, tomar algo y buscar un arcón antiguo y de buen precio que te hacía falta para instalar una televisión a los pies de tu cama.
     —De seis a siete— fue el margen horario que me diste, y yo, que soy puntual desde tiempos inmemoriales, a las seis ya estaba pidiendo una cerveza en la cafetería de la entrada.
      Me senté en una mesa frente a la cristalera que daba al aparcamiento , dispuesta a esperarte disfrutando de la cerveza y leyendo el suplemento dominical que llevaba en el bolso.


  
  Se sentó en la silla, a mi lado, sin pedir permiso y sin que, te lo vuelvo  a repetir aunque no lo creas, hubiera habido un intercambio de miradas o un cruce de palabras de cortesía.
     Fíjate, no me acuerdo de su nombre, aunque me parece que fue lo primero que dijo al tiempo que se sentaba, sería un nombre árabe porque su físico no dejaba lugar a duda.
     Pero sólo sabía inglés.
     Me molestó su intromisión, ya sabes que soy muy mía, tirando a poco sociable, y le intenté disuadir de cualquier conato de conversación, en castellano, en francés e incluso me aventuré en hacerme entender en italiano, porque el inglés, como te había dicho en numerosas ocasiones, era mi asignatura pendiente, (me apunté a una academia al día siguiente y ya, después de cuatro años, creo que podría repetir aquella aventura con más éxito).
   
 He dicho aventura y quizá aquel encuentro,  que duró una hora escasa, teniendo en cuenta que cuando te vi llegar, sofocada y sonriendo, señalando traviesa tu reloj con el dedo índice: — Todavía no son las siete— disculpándote; ya nos habíamos despedido. No creo, digo, que se pueda etiquetar de aventura aquel breve, brevísimo encuentro entre dos personas que no se conocían, que no hablaban el mismo idioma y que contaban con el hándicap de lo efímero, porque yo le di a entender como pude, ayudándome de mi gesto más antipático y de palabras sueltas que había visto en alguna revista, que esperaba a mi marido, anteponiendo con desesperación infantil mi dedo anillado delante de sus narices.
  Y me sonreía. Tenía los dientes grandes, quizá demasiado, de una blancura que él conocía, y me hablaba, no dejaba de hablarme, ¿podrás creer que lo entendía todo?
     Me pareció que inventaba sobre la marcha un lenguaje compuesto única y exclusivamente por miradas y sonrisas, por miradas y gestos, por  miradas y silencios, por más miradas y alguna palabra escogida, conocida, universal, como un esperanto particular que me enseñaba por segundos.
    
 No me tocó. Sólo sentí su piel en la mía, cuando, al despedirnos poco después, le besé en ambas mejillas y eché a andar hacia la salida, a buscarte, sin volver la cabeza y poniendo punto final a aquel encuentro.
     Del resto de la tarde sólo tengo un vago recuerdo, sé que compraste el baúl porque estoy harta de verlo a los pies de tu cama, con la televisión, un par de velones y una cajita africana al lado, todo muy estudiado, como corresponde a tu obsesión por la decoración, sé que tomé otra cerveza contigo en el bar que hay debajo de tu casa y recuerdo que pasé casi toda la noche sentada en mi jardín, sobre el césped, la espalda apoyada en el pino piñonero que me regalaste, hasta que un atisbo de claridad sobre las paredes encaladas de la casa me invitara a ir a la cama.

     No me tocó, y sin embargo, me dejó ahíta de caricias; no te puedo decir a qué sabe su boca y, todavía siento su ardor, multiplicado por la cercanía de sus ojos color tempestad; no me tocó y fue, te lo puedo asegurar, la aventura más ardiente y cómplice que he compartido con alguien.
  
   Ha pasado mucho tiempo, pero su risa me sigue desnudando y, a veces, me sorprendo buscando en otras manos aquellos dedos largos y troncales que él dejaba sabiamente reposar sobre la mesa, seguro de su poder, instigando al delito.
   
  Hoy, como en los años posteriores, he vuelto a darte otra excusa para no acompañarte a la feria, quizá, si volviera de nuevo, aquel encuentro se contamine de realidad; puede que la tarde no tenga la luz de aquella tarde, y, sobre todo, puede que le vuelva a  ver y no le reconozca, porque aunque siento a veces sus manos en mi nuca, juraría que no me tocó; porque, ya no sé, de tanto pensar en él, si aquello fue real o ha sido un sueño…

    —Yamal, ahora recuerdo, me dijo que se llamaba Yamal.




(Cuadros de Edward Hopper)

4 comentarios:

  1. Hay demoras que te sellan la vida. Aunque a veces sean sueños.
    No tengo palabras. GOOD FRIDAY.

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  2. Ya sabes eso que escribió Gabriela Mistral
    "Hay besos que se dan con la mirada
    hay besos que se dan con la memoria"
    MC


    Lee todo en: Besos - Poemas de Gabriela Mistral http://www.poemas-del-alma.com/besos.htm#ixzz3TN856sCa

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  3. Hay besos que producen desvaríos
    de amorosa pasión, ardiente y loca...
    Un besote gamberro. Nos vemos.

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