Por si tenéis una urgencia "urgente". De total confianza. Un placer.
http://www.desatrancosdnp.com/
viernes, 23 de agosto de 2013
miércoles, 14 de agosto de 2013
Mientras, escribía.
Todos los días iba a tomar un café. A veces, por la noche, una copita.
Mientras, escribía.
De allí salieron sus mejores relatos. Los más escondidos poemas.
Los fines de semana se atrevía a tomarse unas cervezas en la terraza con vistas al
infinito y a la ermita abandonada.
Ya tarde, más allá del lubricán, se dejaba invitar por los dueños. Siempre sorpresa.
Todo eso envuelta en los murmullos, la música y las risas de los parroquianos.
Frases escapadas de arte taurino, de pintura, de múltiples indicios para nuevos
relatos. Inspiración solapada y en directo.
En directo se aficionó a los toros, al arte variopinto de ocultos artistas, al deleite leve
de un licor sutil, a la amistad.
Se había refugiado en aquel lugar buscando un reverbero de soledad y la encontró
vestida de luces. Por eso se quedó en el pueblo.
Ahora con sus nuevos amigos estaba celebrando la presentación de su libro.
Allí mismo. En la terraza con el olor del mar, allá, allá... a lo lejos.
Es aquí, por si queréis.
https://www.facebook.com/laquerencia.smv.9?fref=ts
Mientras, escribía.
De allí salieron sus mejores relatos. Los más escondidos poemas.
Los fines de semana se atrevía a tomarse unas cervezas en la terraza con vistas al
infinito y a la ermita abandonada.
Ya tarde, más allá del lubricán, se dejaba invitar por los dueños. Siempre sorpresa.
Todo eso envuelta en los murmullos, la música y las risas de los parroquianos.
Frases escapadas de arte taurino, de pintura, de múltiples indicios para nuevos
relatos. Inspiración solapada y en directo.
En directo se aficionó a los toros, al arte variopinto de ocultos artistas, al deleite leve
de un licor sutil, a la amistad.
Se había refugiado en aquel lugar buscando un reverbero de soledad y la encontró
vestida de luces. Por eso se quedó en el pueblo.
Ahora con sus nuevos amigos estaba celebrando la presentación de su libro.
Allí mismo. En la terraza con el olor del mar, allá, allá... a lo lejos.
Es aquí, por si queréis.
https://www.facebook.com/laquerencia.smv.9?fref=ts
Blog rico, rico...
Mi amigo Andrés y compañía me piden, a raíz de un comentario culinario que hice, la receta.
Voy a hacer algo mejor.
Enviarle una dirección para el placer de los sentidos.
Bon appétit.
http://lolettascakes.blogspot.com.es/
Voy a hacer algo mejor.
Enviarle una dirección para el placer de los sentidos.
Bon appétit.
http://lolettascakes.blogspot.com.es/
Imagen tomada de la red.
martes, 13 de agosto de 2013
lunes, 12 de agosto de 2013
Padecimientos nobles.
Elvira bosteza todo el rato. María padece de ruiditos en los oídos. Llevan toda la vida viviendo juntas. Están solteras. La casa, grande, oscura, es heredada de sus padres. Les gusta mucho ver la televisión. Elvira hace ganchillo y María se entretiene resolviendo crucigramas. Se acuestan pronto. Se quieren. A María le molesta un poco los repetidos bostezos de su hermana. A Elvira le cansa ya escuchar la retahíla de los diferentes ruidos que sufre María. A veces, dice, le suena la novena sinfonía de Beethoven, otras, es el clamor del mar en una noche de tormenta. Hace unos días se enteraron por D. Luis, el médico, del nombre científico de sus dolencias. —Elvira, usted tiene casmodia —, le aclaró. Y usted María, padece de acúfenos. Desde entonces las dos hermanas están más contentas, se sienten como si les hubieran otorgado un título nobiliario.
Imagen tomada de la red.
|
viernes, 9 de agosto de 2013
28 de Septiembre.
Fue un parto laborioso el de mi madre.
La comadrona me dejó a un lado de la cama,
—no respira—sentenció
y se ocupó de la mujer exhausta.
Yo callaba porque, desde pequeña,
me creí poco.
Entró mi abuelo a la alcoba,
(cosa poco usual en aquellos tiempos)
alarmado por mi tardanza,
por mi falta de protagonismo.
Me rozó con los dedos, largos y calientes,
de su mano derecha,
en la izquierda llevaba un libro abierto.
—Ha sido un milagro—, se disculpó la vieja matrona.
Mi abuelo sabía que fue el olor de las letras
lo que me volvió a la vida.
Eso y el susurro de su voz
cuando, mientras me besaba,
(Para mi abuelo que fue la brújula que me indicó el camino)
La carne del mar. Poema de Pedro Antonio González Moreno
"Si él llama nuevamente por teléfono
le dices que no insista, que he salido..."
(Alfonsina Storni)
Que nadie toque el mar, que nadie toque
la carne de las olas,
que es carne de mi propia carne. Nadie
toque la piel sagrada de la espuma
porque con ella tejo, sin prisa, mi sudario.
Que nadie toque el pan
salado de mi cuerpo, porque sólo
ha de ser alimento para el agua.
Soy la amante del mar, la que ya nunca
confundirá el amor con la caricia.
le dices que no insista, que he salido..."
(Alfonsina Storni)
la carne de las olas,
que es carne de mi propia carne. Nadie
toque la piel sagrada de la espuma
porque con ella tejo, sin prisa, mi sudario.
Se pone en pie la sal igual que un hombre
que sale a recibirme
con su abrazo de algas: soy la amante
del mar, la que ya nunca
verá ponerse el sol desde la arena.
Que nadie pise el agua, que es flor de mi saliva,
metal del verde sueño de los náufragos.
Que nadie beba de esta transparencia
porque estará bebiendo de mi boca
el oscuro veneno de la sed.
que sale a recibirme
con su abrazo de algas: soy la amante
del mar, la que ya nunca
verá ponerse el sol desde la arena.
Que nadie pise el agua, que es flor de mi saliva,
metal del verde sueño de los náufragos.
Que nadie beba de esta transparencia
porque estará bebiendo de mi boca
el oscuro veneno de la sed.
Que nadie toque el pan
salado de mi cuerpo, porque sólo
ha de ser alimento para el agua.
Soy la amante del mar, la que ya nunca
confundirá el amor con la caricia.
(De Anaqueles sin dueño)
jueves, 8 de agosto de 2013
Sospecha.
Lo primero que miro cuando llego son sus ojos. Diga lo que diga D. Ramón, yo creo que se alegra cuando me ve. —Lucía, soy Lucía, tu mujer— le recalco varias veces. Y él sigue andando, siempre un paso por delante, con la cabeza gacha y formando extrañas figuras con las manos, haciéndolas bailar. —Los chicos te mandan un beso—le informo—, vendrán a verte el fin de semana. Y Antonio se enzarza ahora en buscar algo entre los botones de la chaqueta. Después de un breve paseo por los jardines de la residencia volvemos al comedor. Es la hora de la cena. Le acomodo en su sitio, le sujeto el babero y es, al despedirme, cuando fija en mis ojos su ausencia de alzheimer. —Hueles a otro puta— babea, mientras clava con furia el tenedor en el hule floreado de la mesa. |
martes, 6 de agosto de 2013
lunes, 5 de agosto de 2013
Matilde tiene un secreto.
Matilde sale de su casa los martes y los
jueves con una bolsa de flores verdes. Es la bolsa que contiene sus útiles de
clase, un libro, dos cuadernos, unos lapiceros, goma de borrar y sacapuntas.
Hoy es jueves y Matilde sonríe.
Tiene prisa por llegar al local en el que
recibe, junto con otras quince mujeres, las clases de alfabetización que
imparte el ayuntamiento y a las que asiste desde hace ya casi dos años.
Ya sabe leer y escribir. Y firma con
bastante facilidad y rapidez.
Como si lo hubiera hecho toda la vida.
Matilde
empezó a vivir de verdad hace aproximadamente un par de meses.
Matilde tiene un secreto.
Hoy invitará, cuando acabe la clase, a
unas compañeras y a Lucía, la monitora voluntaria que les enseña tanto y tan
pacientemente. Ha ahorrado unos euros y quiere llevarlas a tomar el aperitivo a
esa cafetería tan elegante que hay en la esquina de su casa. Quiere llevarlas
allí, aunque se exponga a que la vea Rufino.
Ya tiene algún dinero propio, sabe leer,
tiene amigas, se ha atrevido por fin, en la fiesta de fin de curso, a subirse
al escenario a recitar un poema, incluso, animada por Lucía, lleva un pequeño
diario en donde escribe su vida, sus penas, sus descubrimientos, sus deseos.
Lo tiene bien guardado en el fondo del
cajón de su ropa interior, a salvo de miradas indiscretas.
Matilde es una mujer diferente desde hace
un par de meses.
Y camina segura por la calle dando alegres
bamboleos a su bolsa de flores verdes.
Matilde tiene 82 años, eso sí, recién cumplidos.
Tiene tres hijos, tres nueras muy buenas y
un marido que le ha salido rana.
Su vida había sido normal, como la de su
abuela o su madre, o sea buena.
Tres hijos guapos y cariñosos lo
demostraban.
Habían estudiado sin problemas, tenían
trabajo y ya vivían con sus novias; no se habían casado y eso le había supuesto
unos cuantos disgustos en casa.
A ella le daba igual, pero su marido no
había encajado muy bien esos modernismos y alguna vez le levantó la mano
acusándola de haber sido demasiado blanda con los chicos y de ahí la falta de
respeto hacia él al no haberse casado ninguno como Dios manda.
Por lo demás, Rufino nunca se había metido
en nada, le daba dinero cuando se lo pedía para ir al mercado o para comprarse
alguna blusa, aunque, la verdad es que ella necesitaba poco, tenía buenas manos
y se lo cosía todo, las cortinas, la ropa de los muchachos cuando eran
pequeños, sus camisones; su madre la había educado para ahorrar una peseta en
casa y ella había hecho bien su trabajo.
Aunque su marido a veces no lo quería
reconocer.
Era de natural serio y de pocas palabras y
aunque ligero de manos, ella sabía que los quería mucho a todos.
No es que su marido supiera mucho de
letras, pero fue a la escuela un poco tiempo y luego su primer jefe en aquella
fábrica en la que entró de jovencillo se preocupó de enseñarle algo más, con lo
que se defendía bastante bien y le permitía echarle en cara, día si, día
también lo poco que sabía ella.
Pero ella estaba muy orgullosa de tener la
casa bien limpia y haber conseguido llevar a sus tres hijos por el buen camino.
Todavía no se había ido de casa el más
pequeño, Manuel, cuando se enteró de lo de su marido.
Le costó darle crédito.
Cómo iba a creerse ella que su marido se
entendía con aquella vecina del bloque de al lado. Se llamaba Elvira, era
viuda, entradita en carnes y algo espesa.
Cayó entonces en la cuenta de un amago de
sonrisilla de la viuda cuando la saludaba en el mercado, del desvío de ojos de
sus amigas cuando la otra pasaba por su lado, de las salidas de casa de su
marido, después de provocar, ahora recordaba, alguna escena sin venir a cuento.
Y le dijeron que ya llevaba zureando con
ella unos tres años más o menos.
Primero le pidió explicaciones a él una
tarde cuando le llevó un café al cuarto de estar y le vio tranquilo.
Se levantó como si un terremoto zarandeara
el edificio y pegó un puñetazo a la mesa. Salió de casa dado un portazo y ella
se quedó recogiendo el café tirado y poniendo a lavar la falda de la mesa
camilla que no había por donde cogerla.
Unos días más tarde, todavía pasmada por
la noticia, se lo dijo a su hijo pequeño y le contestó que ésas eran tonterías
de vecinas desocupadas y que no hiciera el menor caso.
Los hijos a veces no quieren problemas,
pensó Matilde.
No se lo comentó a los dos mayores.
Y continuó su vida.
Y su vida era pura angustia.
Ella se preguntaba en qué había fallado.
No era una mujer gastosa, tenía la casa bien atendida, a su marido no le
faltaba nunca una camisa limpia, no replicaba cuando se le iba la mano, callaba
y nunca, nunca, se lo dijo ni a su familia ni a sus amigas.
Su madre también pasó por lo mismo y luego, con el tiempo, a su padre se
le fue la fuerza y se quedó en nada. Ella estaba esperando que a Rufino le
llegara también el tiempo de la tranquilidad y del sosiego.
Pero ahora le venía con esto.
Y con la Elvira, una mujer callejera y
guarra donde las haya.
Y Matilde empezó, en silencio y poco a
poco, a odiar a su marido.
Unas vecinas del bajo y del primero le
dijeron una mañana que iban a aprender las letras a un local cercano y que la
maestra era muy simpática y que no se pasaba vergüenza. Y le enseñaron
orgullosas sus cuadernos.
Y aquella misma noche se lo dijo a Rufino
después de retirar de la mesa el plato de la sopa por si acaso.
Pero no se enfadó, se puso a reír
diciéndole que a buenas horas mangas verdes, que si había sido tonta toda la
vida qué creía que iba aprender ahora, que se quedase metida en casa que era lo
mejor que podía hacer.
Pero ella fue a enterarse, lo hizo un poco
por venganza, por curiosidad y porque sus hijos le dijeron que sí cuando lo
comentó un domingo que fueron todos a comer.
Y Matilde lleva ya casi dos años, y ha
aprendido muy deprisa le dice Lucía y a ella le gusta mucho, mucho, tanto, que
espera con un ansía de niña los martes y jueves y, los demás días no se cansa
de escribir cosas en su cuaderno, a pesar de las burlas continuas de Rufino que
le dice “ a ver si ahora vas a ganar premios con las poesías y nos salimos de
pobres” y lo dice sujetándose la barriga con las dos manos para reírse más a
gusto.
Y ya no disimula que anda con la viuda.
Y ella casi tampoco puede ya disimular su
odio y reza por las noches y le pide a la Madre Maravillas que se muera él
antes para no darle la satisfacción de arrejuntarse con la Elvira.
Lo sabe ya todo el barrio, menos los
chicos, que no lo saben porque los hijos no quieren problemas, piensa Matilde.
En clase aprendió un día lo pequeñica que
es España y lo grande, lo inmensa que es África, no se lo podía creer y hasta
le dio un poco de coraje. En un mapa vio
todos los mares del mundo y los ríos.
En clase leían todas un poquito y hacían
cuentas, los euros ya no eran tan antipáticos y escribían poesías que les
hacían llorar de lo bonitas que les salían.
Y una tarde, hace unos dos meses, cuando
todas se fueron y ella se había quedado aposta la última, Lucía le preguntó
por qué tenía los ojos tristes, y ella, harta de su vida y harta de callarse la
hartura, se lo soltó todo.
Que su marido tenía la conversación en la
mano, que no era cariñoso, que tenía una amiga, que era un poco roñoso con el
dinero, que no valoró nunca lo que ella hacía y que llegaba tarde a clase todos
los martes y jueves porque, a mala leche, Rufino se hacía el dormido esos días
para que ella, tardara más en hacer la cama y llegara la última a clase.
Y que estaba pensando dejar de estudiar
para evitar las continuas chuflas que le hacía su marido.
Pero Matilde no ha dejado de ir a la
escuela.
Desde aquella tarde y por sugerencia de su
profesora va guardando unos euros cada día cuando va al mercado. Eso no es
robar, le dijo Lucía, no te preocupes, es para algún imprevisto, tu marido te
coacciona con el dinero, coacciona, eso le dijo, y tú tienes que tener algo que
te respalde y no te veas desvalida algún día, te lo has ganado.
Y Matilde, con una astucia recién estrenada,
le retrae algo a las monedas que le da su marido cuando va a la compra y ya
tiene un bote casi lleno en el fondo del armario, detrás de su abrigo de paño
marrón.
Pero sigue llegando tarde los martes y los
jueves, a pesar de que cada vez hace la cama más deprisa y casi no le da tiempo
a alisar bien las sábanas ni a ventilar la almohada como es debido.
Hasta que el martes pasado, en un aparte,
Lucía le propuso que los días de clase, no hiciera la cama hasta que volviera
de nuevo a casa, o que la hiciera su marido cuando se levantara.
Matilde no podía dar crédito a lo que oía,
su marido no haría la cama ni aunque le fuera la vida en ello y, por otra
parte, cómo pretendía la buena de Lucía que ella saliera de su casa con la cama
sin hacer. Por Dios, y si pasaba algo, y si subía en ese rato alguna vecina, y
si…
Lucía, dejó que se santiguara del espanto
de imaginarse la proposición indecente
que acababa de sugerirle, dejó que enumerara situaciones espantosas con
el hecho de salir de casa con las sábanas revueltas, y cuando calló Matilde, le
acarició el brazo con todo el cariño y la autoridad que pudo imprimir en el
acto, sonrió con todo el respeto y naturalidad que supo y le susurró bajito
pero segura: —Matilde el jueves me vas a hacer el favor de venir a tu hora y
con la cama sin hacer, verás como no pasa nada. Hazme caso, cariño, ya verás
como no pasa nada.
Lucía aquella noche cuando cerró el libro
que estaba leyendo y apagó la luz, pensó en lo inútil de su consejo a la pobre
Matilde, toda la vida con ciertas convicciones arraigadas profundamente en su
mente no podrían cambiar de la noche a la mañana, y con ese pensamiento se
quedó dormida.
Y Matilde llega al local que tiene el
ayuntamiento para las clases de alfabetización de personas mayores, bamboleando
la bolsa de flores verdes en donde guarda su cuaderno de contar historias, sus
lapiceros, su goma de borrar y el sacapuntas. Toca con disimulo el bolsillo de
la chaqueta donde lleva un pequeño monedero con los euros suficientes para
invitar a sus amigas y empuja la puerta metálica de entrada saludando al
conserje y sonriendo.
Lucia está preparando la pizarra y los
rotuladores, el mapa ya está abierto enseñando al que quiera verlo la grandeza
de nuestro mundo, los hilillos azules serpenteando entre montañas de tonos
marrones, las grandes manchas verdes y los océanos inmensos.
Matilde se acerca lentamente a su maestra,
le da un beso y tiene tiempo para decirle bajito, antes de que empiecen a
llegar sus compañeras: —Lucía ¿has visto?, hoy vengo a mi hora, Lucía hoy… hoy
no he hecho la cama.
domingo, 4 de agosto de 2013
Con paciencia.
—Solomillo al Oporto con setas— le grito a mi marido
desde la cocina, cuando me pregunta qué le voy a hacer de comer.
Enciendo la pequeña radio que tengo en una esquina de la
encimera, me abro una Coronita y me pongo a rehogar la cebolla y las rodajas de
zanahoria.
Cuando ha tomado color hago una camita en la fuente de
horno y coloco encima el solomillo previamente untado con un chorrito de
aceite, con unos toques de romero y bañado generosamente con un vasito de Oporto.
Lo meto en el horno mientras preparo las setas para
añadirlas después al asado.
Me ayuda a poner la mesa.
Desde que se ha jubilado, pone la mesa y me saca al
perro.
Dice que no me puedo quejar. Que me tiene como una reina.
Creo que se le ha debilitado la memoria con la edad.
Yo ya no le recuerdo nada.
Llevo el solomillo a la mesa. Ha quedado perfecto con la
guarnición de setas alrededor. También he hecho una buena ensalada.
Pero no he olvidado espolvorear en su ración, como todos
los días, unas cuantas semillitas de manzana.
sábado, 3 de agosto de 2013
Fragmento.
"Estaba contra toda razón científica que dos personas apenas conocidas, sin parentesco alguno entre sí, con caracteres distintos, con culturas distintas y hasta con sexos distintos, se vieran comprometidas de golpe a vivir juntas, a dormir en la misma cama, a compartir dos destinos que tal vez estuvieran determinados en sentidos divergentes.
Decía: El problema del matrimonio es que se acaba todas las noches después de hacer el amor y hay que volver a construirlo todas las mañanas antes del desayuno".
Gabriel García Márquez
El amor en los tiempos del cólera.
Decía: El problema del matrimonio es que se acaba todas las noches después de hacer el amor y hay que volver a construirlo todas las mañanas antes del desayuno".
Gabriel García Márquez
El amor en los tiempos del cólera.
jueves, 1 de agosto de 2013
AL CAER EL SOL: SANTIAGO GÓMEZ VALVERDE.
Amigo Santiago, recuerda tu cita en mi sede para comienzo del curso. Se llenará el salón de tu poesía, vestirás los versos de etiqueta. Musicalízanos. Tenemos la palabra y el tiempo.
El caso de los buscadores de pinzas.
En la casa se respiraba ese aire lánguido y
sesteante de las tardes de verano. Las persianas bajadas creaban un ambiente
monacal en el salón y el silencio hacía que las horas andaran más lentas de lo
habitual.
La película había terminado y la niña suspiró
satisfecha.
Siempre que veía esa serie le quedaba el regusto del
caso resuelto, de la investigación, del correcto desenlace que, con tanta
elegancia, los protagonistas llevaban a cabo. Se hacían llamar Los Vengadores y
eran en verdad bastantes estilosos: él tan inglés, tan frío y correcto y ella
tan guapa, tan bien vestida, tan eficiente.
A la niña le entraban, como cada tarde, las premuras
detectivescas y fue a buscar a su ayudante sin pérdida de tiempo.
Su hermano, seis años menor que ella, estaba jugando
con indios y americanos de plástico que iba sacando de una bolsa del mismo
material y no le hizo demasiada gracia la interrupción de su hermana, momentos
antes de dar la victoria, como siempre, a los indios, que le caían más
simpáticos.
-Angelito, vamos a buscar pinzas.
Dejó el niño la batalla en periodo de tregua y siguió a su hermana-detective escaleras abajo.
La asfixiante canícula habría hecho desistir a
cualquiera, pero el espíritu aventurero de la niña era más fuerte que los
rigores del verano en cuestión y, con su hermanito desempeñando el papel de
ayudante y guardaespaldas, comenzaron el rastreo por el primer bloque de
viviendas.
La imaginación de la niña no conocía límites,
mientras, andando muy despacio por debajo de los balcones, buscaban en el
suelo, entre la hierba o en las vulcanizadas aceras, las pinzas de tender la
ropa que se les caían a las amas de casa.
Angel, aprendiz de detective, pronto se contagiaba
del éxito que, algunas tardes, remataba sus salidas.
Después de dar la vuelta a la manzana, en un
recorrido que duraba una hora más o menos, sudorosos, recabando información
sobre el suelo, con el sosiego de la calle desierta que jugaba a su favor,
para la mejor concentración y eficacia del caso, llegaban a casa con las manos y los bolsillos llenos de
pinzas de madera y alguna que otra de plástico verde que añadir a la bolsa
donde su madre guardaba las suyas.
Angel, tras la misión cumplida y siempre impasible como un auténtico y flemático espía inglés, se arrodillaba de nuevo en el suelo
del pasillo, para continuar la batalla indio-americana interrumpida de forma
tan poco castrense.
Mientras, su hermana, se había tumbado encima de la
cama de su habitación, con la vista fija en el techo, en donde veía perfectamente un futuro de compañera-socia de
un atractivo señor con bombín, resolviendo complejos casos que nadie había podía
esclarecer.
Llevaría un traje de color...
La niña cayó en un profundo sopor, con una sonrisa
en los labios, mientras afuera, en el pasillo, su hermano-ayudante daba por
terminada la batalla con la muerte del último americano.
Nota: En la foto los hermanos detectives años después, con el sueño de antaño cumplido, con algunos casos resueltos, inmersos siempre en nuevos retos, caminando.
Poesía Abierta: 'Noches' un poema de Eloisa Pardo Castro
Poesía Abierta: 'Noches' un poema de Eloisa Pardo Castro
Mi amigo, poeta y matemático Jesús Malia quiso incluir este poema mío en su territorio. Agradecida.
Mi amigo, poeta y matemático Jesús Malia quiso incluir este poema mío en su territorio. Agradecida.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)