Lo primero que miro cuando llego son sus ojos. Diga lo que diga D. Ramón, yo creo que se alegra cuando me ve. —Lucía, soy Lucía, tu mujer— le recalco varias veces. Y él sigue andando, siempre un paso por delante, con la cabeza gacha y formando extrañas figuras con las manos, haciéndolas bailar. —Los chicos te mandan un beso—le informo—, vendrán a verte el fin de semana. Y Antonio se enzarza ahora en buscar algo entre los botones de la chaqueta. Después de un breve paseo por los jardines de la residencia volvemos al comedor. Es la hora de la cena. Le acomodo en su sitio, le sujeto el babero y es, al despedirme, cuando fija en mis ojos su ausencia de alzheimer. —Hueles a otro puta— babea, mientras clava con furia el tenedor en el hule floreado de la mesa. |
jueves, 8 de agosto de 2013
Sospecha.
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