viernes, 9 de agosto de 2013

28 de Septiembre.

Fue un parto laborioso el de mi madre.
La comadrona me dejó a un lado de la cama,
—no respira—sentenció
y se ocupó de la mujer exhausta.

Yo callaba porque, desde pequeña,
me creí poco.
Entró mi abuelo a la alcoba,
(cosa poco usual en aquellos tiempos)
alarmado por mi tardanza,
por mi falta de protagonismo.
Me rozó con los dedos, largos y calientes,
de su mano derecha,
en la izquierda llevaba un libro abierto.

—Ha sido un milagro—, se disculpó la vieja matrona.

Mi abuelo sabía que fue el olor de las letras
lo que me volvió a la vida.
Eso y el susurro de su voz
cuando, mientras me besaba,

me proponía escuchar el final de la historia.


Imagen tomada de la red.

(Para mi abuelo que fue la brújula que me indicó el camino)

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