martes, 11 de marzo de 2025

Gary Cooper que estás en los cielos

Me gusta ver las películas de Gary Cooper porque me recuerda a mi abuelo. Tenían cierto parecido. En la boca, en la altura, en el porte, en la forma de llevar el sombrero y hasta en la manera de sujetar el cigarrillo.

Gary Cooper fue una estrella indiscutible del cine norteamericano, un actor excepcional.
Mi abuelo, Emilio de Castro, fue mi estrella y mi héroe. Dirigió mis pasos hacia la poesía y me dejó un recuerdo de mañanas, de sabores y de antiguas melodías.
Gary Cooper andaba de esa manera por un accidente en la adolescencia, mi abuelo andaba de esa manera por pura elegancia.
Esta mañana, al entrar en el cuarto inhabitado de mi hija, a recolocar una posible arruga de la colcha, a pensar que su vuelta será en breve, he acariciado el saquito de aquel muñeco de goma de mi infancia. Le daba el biberón y, al apretarle la barriguita, lo echaba por un agujerito del culete. Por eso el saquito llevaba dentro un pequeño empapador. Lo tengo siempre a la vista, encima del cojín de la cama.
Aquel día de Reyes fue especialmente generoso, puede ser porque mi madre ya llevaba en su interior la promesa de otro hijo; allí, en el centro de aquel salón octogonal, se me abrieron los ojos ante todo lo que me habían dejado sus majestades: un coche de capota, un comedor completo con su vajilla de verdad, un mono que bailaba por medio de unas cuerdas, un acordeón, cuentos y aquel muñeco dentro de un saquito con la figura de Popeye. Sólo conservo el saco y la memoria de aquella mañana.
Y la figura de mi Gary Cooper particular mirándome satisfecho.
Compro, de vez en cuando, las pastillas de Juanola que mi abuelo llevaba siempre, para sentir en la boca el sabor de la nostalgia y pongo la canción de Sara Montiel, el Relicario, para seguir escuchándole: “pisa morena, pisa con garbo…”
Mi abuelo viajó a Mallorca para participar en un recital poético y, a la vuelta, me trajo un poncho blanco de lana para mi primer hijo. Me regaló mi colcha de recién casada y una mantelería bordada para compartir mesa con la felicidad de los encuentros.
Conservo el saquito, las hojas mecanografiadas y amarillas de los poemas que leyó en aquel certamen, la colcha, y el recuerdo de aquel movimiento leve, apenas perceptible, de sus labios cuando leía.
Dicen que haber sido de niña la reina de la casa, te convierte para siempre en una reina en el exilio. Dicen que, como Dios no puede estar en todas partes, envió a la Tierra a los abuelos.
Dicen que Dios es el abuelo moviéndose en el desván.
Y yo estoy de acuerdo con todo esto.
“Gary Cooper que estás en los cielos…”



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