domingo, 2 de marzo de 2025

De hormigas, de cicatrices y de petricor

Mi madre me dio un trozo de pan y una onza de chocolate y me bajé a la calle. Me senté, como siempre, en el escalón de la entrada al portal, cerca del hormiguero. Mi padre estaba jugando al dominó con algunos amigos en una de las mesas, en otras, unos vecinos jugaban a las cartas. El dueño del bar había regado un poco por alrededor y un olor conocido y amable llenaba aquel trocito de paraíso. Yo me comía lentamente el chocolate, el pan lo desmigaba para abastecer a mis amigas. En mi libro Piel, tengo el poema que les hice tiempo después a mis queridas hormigas. Creo que me conocían, no me cabe la menor duda. Luego me fui a dar una vuelta. -No te alejes mucho, me dijo mi padre cuando fui a besarle.

A un costado del edificio había una especie de terraplén, algo elevado y, al fondo, como un pequeño vertedero: restos de muebles, cascotes, botellas rotas, cartones..., pero, entre todo eso, vi un tebeo, las hojas estaban desplegadas, llamándome.
Debí de tirarme claro, correr hacia aquel tesoro, solo recuerdo estar sentada entre tanto cachivache, el tebeo en mi mano y mucha sangre que salía de mi brazo derecho.
Vi a mi bisabuela subir por la cuesta, la vi sacarse un pañuelo de la faltriquera, ponérmelo en la herida y llevarme en volandas al médico... pero, hija, ¡qué te ha pasado!
Al volver, con mi brazo derecho en cabestrillo, mi padre al verme, se levantó con tanto ímpetu que la mesa, la silla y las fichas de dominó cayeron sobre la tierra aún húmeda de verano.
Mientras me dirigía al salón donde mi abuelo ya me estaba esperando, mi bisabuela le estaba diciendo a mi madre, "que se ha cortado con unos cristales, en la cuesta llena de escombros, ocho puntos, no ha llorado..."
Aquella noche me quise acostar con mi abuelo para que me gastara la broma de siempre: "cierra los ojos antes de apagar la luz, si no luego no vas a ver cómo los cierras". Cerré los ojos y le pedí que me cantara el Relicario.
Pero aquella tarde ya me había leído el tebeo del Guerrero del Antifaz que rescaté de la basura. Un poco arrugado y con alguna mancha de sangre. De mi primera cicatriz. No sabía entonces que vendrían muchas más. Que caería más veces. Que me esperaba la vida.




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