domingo, 9 de marzo de 2025

Libre

No me quise ir con mis padres y una de mis tías a dar una vuelta por el barrio. Me quedé con mi tío, el fontanero, aquella tarde en que se dispuso a colocar un cerrojo nuevo en el baño de la casa grande.

Me gustaba el olor de la masilla y enredar con el cáñamo, hurgar en su caja de herramientas.
El cerrojo de la puerta del baño que estaba instalando tenía una ventanita en la que se leía ocupado o libre. En rojo cuando estaba ocupado y en verde cuando estaba libre. No me pudo hacer más ilusión.
Cuando llegaron mis padres y mi tía, les hice pasar uno a uno al baño solo para ver, desde fuera, el milagro. Mis abuelos estaban de viaje y cuando llegaron hice lo mismo con ellos.
La ventana del baño se abría a un patio y a un cine de verano. La pantalla por desgracia no daba la cara. Pero me gustaba escuchar aquellas voces distorsionadas y lejanas, como misteriosas, y adivinar, a través de ellas, la cara de los actores y actrices. Una tarde me llevé una almohada, me tumbé en la bañera y allí, a oscuras, con el susurro cadencioso de los diálogos y la tenue luz de los cambios de planos que se reflejaban en los azulejos del baño, me dispuse a disfrutar de la película en la distancia, como una manera de estar en la sala, como si me hubiera colado y ahorrado la entrada. No recuerdo el título, pero me había dicho mi padre que no podíamos ir porque era para mayores.
Me despertaron unos golpes: -Elo, hija, abre la puerta. ¿Cuántas veces te hemos dicho que no te encierres?
No se oía ya nada en el cine de verano. La película debía haber terminado. Me levanté, encendí la luz, me miré en el espejo y, antes de abrir, me imaginé la pequeña vuelta en el cerrojo, que iba a cambiar, con un breve giro de mi mano, a un color verde en el que se podría leer la palabra libre.
Libre, esa palabra hermosa que tanto iba a bailar en mi boca a lo largo de los años.
“No hay barrera, cerradura ni cerrojo que puedas imponer a la libertad de mi mente”, dijo Virginia Woolf. Estaba escribiendo esta frase para un trabajo que estoy haciendo sobre la mujer, cuando me he acordado de aquella anécdota de mi infancia.
Y he comprendido de pronto de dónde me viene esa desazón cuando vuelvo a rozar de nuevo la palabra con la lengua.





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