lunes, 10 de febrero de 2020

Cáncer

Me recuerda facebook este poema que le hice a una mujer muy querida para mí y que me llamó, el día de la operación, para que le hablara, yo, que también pasé por ese puente.
   Le hablé y le hice este poema. Con lo que sé que sentía, con lo que yo sentí. Un antes y un después. 
   Aunque el cáncer luego, más tarde, se convierta en tu amigo y cómplice, la realidad es que te humilla, te da un golpe seco en la nuca y ya no levantas la cabeza como antes. Seguirás sonriendo, viviendo, pero siempre sabrás que no tenía derecho a obligarte a cruzar el puente.

  (El poema, para Mariví, figura en mi poemario Piel). Ella ya sonríe, como yo, pero a veces, la mano se dirige, angustiada y amable, al contorno de la vida.




Me dice que, aún de noche,
cuando se levantó,
supo que el día seria brillante
y festivo.
Que el sol de Febrero saldría
lujuriante y orgulloso.
Me dice que ella sólo veía matices
de invierno y desnudez de árboles.
Me dice que siente un miedo oscuro
y denso,
y yo rememoro de nuevo,
y miro el tenue filo rojizo del horizonte.
Me dice que en la ducha se tocó,
para que sus dedos guardaran
el contorno de su pecho.
Me dice que tiene los brazos baldíos
y los labios sin tacto,
que no responde a las caricias.
Que teme despertar
y no hacerlo,
que siente un temblor infantil
en los hombros.
Yo le susurro a su cuello vencido,
que llegará el tiempo de florecer,
que llega siempre,
y le ajusto el sombrero y las ganas
para esperar juntas
la explosión de los cerezos,
el aleteo rabioso
del águila cuando se eleva,
el escándalo de las aguas,
la pronta primavera.
(Para las mujeres que entran y han entrado
en la gruta y han salido. O sea, todas. Por valientes).

No hay comentarios:

Publicar un comentario