jueves, 22 de junio de 2017

El lubricán.

“Si le hubiera cortado las alas,
 habría  sido mío,
no  habría escapado.
Pero así habría dejado de ser pájaro.
 Y yo lo que amaba era un pájaro”.
(Mikel Laboa)



     Estoy esperando a Juan.
     Hoy es un día especial.
     Sobre la mesa, al lado de un ramillete de flores amarillas y de unas velas tímidas y  temblonas, he dejado un sobre cerrado, dentro espera el informe del médico confirmando un embarazo.  
     Por el horizonte cabalga un lubricán  distinto y yo estoy esperando a mi marido.
     Y sonrío.
     Ya sabéis que llevaba algunos meses algo descolocada y soñadora, y que deseaba con todas mis fuerzas ser invisible.      
     Apretaba los ojos por la noche pidiendo ser impalpable, aunque sólo fuera por unas horas, un día como mucho y que, cuando me despertaba por las mañanas, me giraba en la cama para mirar las puertas espejeadas del armario, esperando no verme reflejada en ellas, pero allí seguía, un poco despeinada y con los ojos festoneados de tristeza y  desamparo por la penuria del sueño y el infierno de la inquietud.
     Se me  ocurrió este anhelo loco de ser invisible porque no era feliz.
     —Mi marido no me quiere— os confesaba bajito—, me evita algunas tardes, me abraza sin fuerza, no me mira como antes.
     —Y me besa con los ojos abiertos.
     La semana pasada— os decía— colgó el teléfono con prisa y con fastidio cuando  llegué demasiado pronto de hacer unas compras, y hace unos días me di cuenta que miraba la televisión sin verla, con unos ojos  perdidos, ausentes, clavados en otro tiempo. Creo que mi marido ama a otra mujer.
     —Creo que no es feliz conmigo.
     Le podría preguntar.
  Lloraba a solas cuando se iba al trabajo, volteaba mil veces esa absurda idea para convencerme de que eran sólo figuraciones mías, cábalas de niña chica y le podría preguntar, pero, ¿ustedes creen que me contaría la verdad?
     Me abanicaría con pulcras evasivas, diría muy serio y aleteando las manos ante el pobre auditorio, que estoy un poco loca, que siempre he sido muy fantasiosa, que de qué me puedo quejar…
     Y yo, por las noches, deseaba con todas mis fuerzas volverme invisible, para salir con él cuando se fuera por las mañanas, para pegarme a su abrigo en el ascensor y aspirar con fuerza su olor, para rozarle los labios despacito, meter los dedos, suavemente, en su pelo y mirarle con ansia las manos, esas manos hermosas y alambicadas de las que mi piel tiene tantos recuerdos.
     Luego le seguiría, caminaría detrás de él, como un ángel custodio, maternal, estaría a su lado mientras se tomara el café en algún restaurante, me sentaría cerca en la oficina, viéndole trabajar y controlando el deseo y la codicia de abarcarlo entre mis brazos.

     Pero no era invisible. Cada mañana, al despertar, me miraba las manos, las piernas, y ahí estaban, corpóreas, palpables, no se veían las flores verdes de las sábanas a través de ellas.
     —Y mi marido sigue ausente, sigue mirando sin ver y me sigue besando con los ojos abiertos— confesaba a mis amigas.
     Pero ahora, después de pensar, de darle muchas vueltas, de contemplar la sonrisa de  la luna allá en lo alto y de sentir la esperanza removerse en mi vientre, he dejado de desear ser invisible;  no sé si alguien se ha cruzado en la vida de mi marido y en la mía, no sé cómo será el futuro, lo que piensa hacer conmigo, no sé nada, pero sé que ya no quiero ser invisible, no le quiero vigilar, no quiero saber, porque ¿se imaginan ver con los ojos lo que, por ahora, sólo intuye el corazón? ¿Tener la certeza  y  descartar para siempre esas bondadosas  dudas que me permiten seguir viviendo?
     En la farmacia me han dado unas pastillas y parece que duermo mejor, me he comprado un camisón de seda color caramelo y en la peluquería me han dado un tinte alegre que disculpa la melancolía que anida en mis pestañas.
     Yo cierro los ojos con fuerza cuando Juan me besa, para no ver los suyos abiertos. Yo le hablo mucho, pero sin mirarle, para no fijarme en sus pupilas ausentes. Yo le obligo suavemente a quererme algunas noches y juraría que musita mi nombre. Y cuando regresa a casa y oigo su llave canturrear bajito en la cerradura, el corazón me salta en el pecho como un corderillo travieso.
     Yo sería invisible sin él.

     Pero ahora le estoy esperando, en este día nuevo, con este sobre redentor apoyado en las velas consumidas, para anunciarle la génesis de otra vida, para ofrecerle mis hombros desnudos, para escuchar la cadencia de su voz cuando me dé las gracias, para olvidarlo todo cuando me pida perdón, para seguir caminando con él por la senda  de los días reconquistados, para recoger, en silencio y sin algazaras, los pecios de algún naufragio. 
     En la mesa, ataviada como un altar, espera una ofrenda.
     Soy mujer, soy fuerte, tendré un hijo, daré vida.
     Daré vida.
     No soy invisible.  

     Se ha hecho tarde, os tengo que dejar, voy a colorearme un poco los labios y las mejillas y a esperar, poderosa, plena, a  mi marido.

     El lubricán,
             desbocado, 
                         caracolea altivo tras los cristales.


*Imagen tomada de la red. Beso rojo de Joseph Dela Torre.

4 comentarios:

  1. ¡Me siguen llegando, me sigues llenando!
    señora de las bellas letras y sombrero con camisón, en unas cuantas palabras bien hiladas ,consigues que se me encoja la tripa y deje sin aire, ni sitio a las mariposas qué tengo dentro.
    un beso 💋

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    1. No, por Dios, a las mariposas que no les falte el aire.
      Que luego se quedan sin música las mañanas. Un beso grande. Nos vemos.

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  2. Cada vez leo lo que escribes, valoro lo bien que lo haces. Hoy creo que no tengo palabras, solo decirte que me ha encantado. Un abrazo.

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    1. Muchas gracias artista. Has comprado ya el cuaderno para este largo y cálido verano? Comencemos. Un abrazo.

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