jueves, 27 de noviembre de 2014

No os digo la verdad.





Imagen tomada de la red.


Llueve.
Me gusta.
Debido a los constantes compromisos de los últimos días, semanas, al vértigo del carrusel, necesito parar un instante.
Respirar. Pensar.
Hacer un alto en el camino.
Me he duchado. Me he untado toda, enterita, de una buena crema y me he envuelto en un albornoz grande y gozoso. 
Con un café y un fondo de música suavita, miro por la ventana. Me demoro en las lágrimas que resbalan por los cristales, en el  diluvio del parque.
Me voy a conceder una hora. Una hora para mí.
También me acompaña, temblona, una vela olorosa y panzuda. 
Mi perro dormita en el sofá. Y sonríe.
La vida me trata bien. Pienso.
Pero hace mucho que no me da un revolcón de gozo, de risa loca, de éxtasis.
Hace mucho tiempo y yo dispongo de poco.
Tan poco que cada vez oigo más nítidos y retumbantes los cascos de la vida que se alejan. El galope del final. La vuelta de la esquina.
Y yo, que soy de tejido práctico, realismo puro, de no esperar ascensores, escucho gritos detrás de la oreja pidiendo nubes, globos de colores, piñatas reventonas, luces deslumbrantes.

La música ha terminado.
La lluvia continúa. Se ha adueñado de la mañana. Mi hora se acaba.
Debo comenzar.  
"No os digo la verdad", os decía en un poema antiguo... 
Os saludo con una sonrisa
todos los días
y los domingos os cuento una historia
con final feliz.
Me visto de colores estridentes
para ocultar el neopreno de tristeza
que me oprime la cintura.
Si me veis,
seguidme la corriente.
Pero ya lo sabéis:
A veces miento".

La vida me trata bien.
Pero hace mucho que no me da un revolcón de gozo, de risa loca, de éxtasis.
Ha dejado de llover.

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