viernes, 5 de diciembre de 2014

Sus manos en mi cintura.




Imagen tomada de la red.


       No había vuelto a acordarme de él, o quizás no le haya olvidado un solo minuto, pero esta mañana, sin saber porqué, al levantarme, el olor de su piel se me introdujo ladinamente en las fosas nasales y un escalofrío, como los de entonces, me recorrió la espalda.
     Y deseé tenerle cerca, con un ansia y una precipitación tal, que tuve que moverme deprisa por toda la casa  para no ahogarme.
     Busqué en la cómoda, dentro de una cajita llena de cachivaches, su foto.
     La dejé allí para olvidarla y también para buscarla el día en que recordar las facciones de su cara me hiciera tanta falta como respirar.
        Le hice la foto un mes antes de que se fuera.
    
Me aparté bastante, para que saliera entero, todo, para poder recordar un día como hoy, con total nitidez, el color albo de su pelo, sus ojos, que veían todo de mí cuando miraban, esa boca que me susurró tantos placeres y sus manos, que tanto amé, y que, ahora me he dado cuenta, no han dejado nunca de rodearme la cintura.




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