En
estas fechas llega, una vez más
-como
pisadas en reciente nieve-
sencillamente,
casi en un suspiro,
el
latido de un corazón Supremo
queriendo
poner ritmo con su influjo
en
los nuestros, a veces pequeñitos.
Vientos de altruismo franquean
los
personales páramos mezquinos
rebullendo
las hojas marchitadas,
batiendo
las ventanas del cariño.
Se
reiteran felices amistades
y
conjuntan afines apellidos.
En las mesas se agrupan las viandas.
En la calle se esparce el regocijo.
Un
soplo que huele a dulces
y a
niño recién nacido,
alienta
a que reverdezcan
nuestros
desiertos baldíos,
y la voz más sutil de las estrellas
entona
ese mensaje repetido:
caridad,
tolerancia, afecto, ayuda,
eslabones
de inmejorables brillos
para
suplir las ruines ligaduras
que
impiden al humano ser divino
y
embellecer conductas personales
irradiando
el recuerdo y el olvido.
Olvidos
que rebajen las inquinas
por
las culpas de errores cometidos,
porque
cuando las nubes se dispersan
refulgen
más las piedras del camino.
Recuerdo
de esos seres que declinan
cargados
de miserias y suplicios;
y memoria
de aquellos, alejados
de
nuestras percepciones y sentidos,
que al
irse no pensaron que dejaban
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