viernes, 15 de noviembre de 2013

Locura de amor.





La llamaban La Chata.
No hacía referencia el mote a su persona.
Le venía heredado de sus mayores.
Se fue una temporada a la capital y regresó con una hija.
Desde entonces vivió algo recluida y escarniada con miradas oblicuas en cuanto pisaba las calles.
Un día llegó al pueblo un grupo de hombres para trabajar el verano.
Y la Chata se enamoró de uno de ellos cuando se encontraron una tarde en la fuente de piedra de la plaza.
Y se veían a diario cuando las primeras sombras de la noche encubrían sus ansias.
Dicen que ella le propuso quedarse y formalizar la relación.
Dicen que a él la niña, un poco retrasada  y algo huraña, le frenaba  la decisión.
Cuentan que la Chata estaba loca por el hombre.

         Y se santiguan cuando recuerdan la tarde que vieron alejarse por el camino de las huertas a  madre e hija y cómo volvió la Chata  con la mirada huida y los bajos de su falda culpables de sangre.


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