viernes, 23 de octubre de 2020

Noctuario. Desembocando en viernes

 








No puedo dormir. Ya en la cama he tenido la sensación de que todavía le quedaba un cuscurro al día. Faltaban unos minutos para las doce y aún no había sonado el carillón del salón, aún podía seguir bailando, brillaban todos los caireles de las lámparas y todavía no era momento de perder el zapato.

     Me levanté y me regalé una copita de Calvados, apenas un dedo. Otro cuscurro. No quedaba más. Ya tengo tarea para mañana: comprar otra botella, y un cuento para mis nietos, y cápsulas de café y un cuaderno nuevo donde seguir albergando los miedos. Y tinta de color verde.

     En mi estudio me espera, espatarrado y desafiante, el noctuario, hoy no querías escribir, parece decirme. Y echo la mirada a lo lejos, al más allá, a aquellas luces gentiles que me parpadean promesas, al manto de la noche, y me mojo los labios con el licor fuerte y decidido del brandy… los labios…

Y escribo:

Los labios dicen mucho

de tu alma.

La boca a veces te arropa,

a veces se perfila en un guion rencoroso

y deja un rastro podrido

de antiguos desdenes.

No podemos percibir ahora

sus indicios.

Los labios sonríen o te juzgan

y en ellos yo veía tu ansia o tu huida.

Hoy he tenido que fijarme en tus ojos,

estaban llenos de pájaros ausentes,

de rosas oscuras y vencidas,

de ráfagas de palabras amarillas.

Y esos labios que tanta sed me daban

cuanto más los bebía,

se esconden, tercos, en un silencio hostil

tan lleno de cristales. 

     Y apuro el contenido de la copa y dejo la pluma y apago la llama confidente de la lamparita. Ya no hay carillón, ni se balancean los caireles, ya se fue definitivamente el día. Ya no tengo tu boca.

     Me dirijo, vencida y mansa a la alcoba en penumbra.

     Descalza.

 

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