viernes, 7 de noviembre de 2014

Cuando empecé a escribirte ya no eras.




Imagen tomada de la red.


Si no puedo dormir
en medio de esas noches perezosas,
lentas, interminables,
si no consigo dormir,
ahogada en las aguas muertas
de los recuerdos,
escribo.
Te escribo.
Cuando el lubricán
me alerta de mi locura, dejo la pluma
y tiro las hojas,
te asesino, te estrujo con fuerza
con las dos manos y lanzo
la bola de papel
impregnada de rabia y de vergüenza.
Hoy por ejemplo, recordaba
tu boca,
tu lengua,
de cómo me abría a ellas,
y he escrito
del rugido salvaje que salía de mis pechos,
de la vehemencia de la embestida,
evocaba la fragancia de tus axilas
en las que me hundía sin decoro,
del lenguaje obsceno,
de las acrobacias, de los jugos,
recordaba tus manos
ay, tus manos,
tú las extendías sabedor
de mi veneración,
de mi idolatría.
Yo decía- que se pare el mundo,
que se pare-,
y reía, y deseaba un cataclismo,
y anhelaba morir,
yo moría.
¡Que se pare el mundo!
Y rugía. Tú desplegabas de nuevo tus manos,
yo lamía tus axilas,
tu sexo, tu pecho, tus ingles…

Si no puedo dormir  porque no puedo olvidar,
te escribo.

Del poemario Los pecios del naufragio.





2 comentarios:

  1. Si no puedo dormir porque no puedo olvidar,
    vivo, de otro modo, pero vivo.
    Al menos lo intento.

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