Quedamos para el sábado.
Queríamos aprovechar la bondad de los últimos días de verano.
Los cinco: Andrés, Cathy,
Juani, Diego y yo.
Sin destino previsto
enfilamos para el norte.
Y llegamos a Horcajuelo de
la Sierra en plena Reserva de la Biosfera. Piedra y sol.
Pizarra y agua.
La posada del Horcajuelo,
un pequeño hotel y restaurante de madera y piedra, con espléndidas vistas desde
la sosegada terraza, nos pareció un buen
lugar para detenernos, para descubrir platos y sabores nuevos, para
saciar la gula de lo que se nos ofrecía sin palabras.
Nos atendió María, una
mujer guapa y entendida, tenía un bagaje que desgranó durante la comida y que
se adivinaba.
En una mesa bien preparada,
al fondo de una sala decorada con calor
y gusto, nos dispusimos a elegir entre
una carta repleta de definiciones que incitaban al pecado.
Para compartir pedimos una
ensalada roquefort con nueces, anchoas y vinagreta de soja, unos lomos de
sardinas sobre pan de pueblo con mantequilla y cebollinos, espárragos verdes
con panceta ibérica y unas croquetas de boletus, bacalao y jamón.
Luego bailamos entre unos
judiones de Montejo, cochinillo, secreto de cerdo ibérico con patatas panaderas y
pimientos y un bacalao rebozado sobre puré de patatas y salsa de pimientos.
Por pereza dejamos elegir
el vino a María y vive Dios que acertó.
Llegando a los postres una
tarta de galletas y caramelo, un coulant de chocolate con almíbar de naranja y
crêpes de yogur con dados de mango pusieron el epílogo a semejante obra de
arte.
Cafés y unos licorcitos,
éstos por deferencia de la Casa, remataron la función.
Todos quedamos bien.
Todos tardamos en dar por
finalizada la comida.
María nos aconsejó pasarnos
por Prádena del Rincón, para visitar la laguna del Salmoral y allí nos dirigimos.
De la sierra del Rincón al
Valle del Lozoya, siempre con la compañía de robles, enebros, fresnos o
brillantes acebos. Siempre con el rumor del agua.
Granito y sargantanas.
Rodeamos la laguna,
recogimos algunas moras para un aguardiente que tenía Andrés y al que pensaba
maridar con los frutos pequeños de diminutas y perfectas drupas, mermelada de
moras haría Cathy, su mujer, con las que untar las tostadas del desayuno en las
mañanas de un otoño que ya se perfila tras los montes.
Ya era tarde vencida cuando
volvimos a Leganés.
Nos despedimos con unas
cervezas.
Nos despedimos a la espera
de otro encuentro de los cinco.
Porque sí, porque tenemos un país para comérselo.
Sábado 14 de Septiembre de 2013.
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