miércoles, 2 de enero de 2019

El pozo.






Cuando mi madre estaba embarazada de mí, mi padre la metió en un pozo.
Era una apuesta absurda.
Y él la aceptó.
Y mi madre lo secundó encantada. Hasta tal punto confiaba ciegamente en su marido.
Convenientemente sujeta, con la maroma enroscada a su cuerpo abultado y los brazos de mi padre, se introdujo en la apuesta.
Por él. Para que saliera triunfante del desafío.

Salió sonriente a los pocos minutos.
Yo nací a los dos meses. 
O eso creyeron.

Y aquí estoy, viviendo en falso para no darles un disgusto.
Ignoran que continúo allí, en aquel pozo ávido y sombrío donde reina la soledad y el silencio.

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