sábado, 7 de enero de 2017

Empezando el año con buen pie. Historias de Asiole.






     Después de aparcar el coche me fui derechita al bar de mis amigos, Las Cíes, al lado de mi casa. Necesitaba tomar algo. 


     Había ido al hospital a visitar a un amigo y la visión de lo frágiles que somos, de cómo podemos estar, esperando un desenlace fatal, así, de golpe y porrazo, sin avisar, me había dejado destemplada. Rara, dolida y bastante descolocada ante la vida.

     Llevaba media caña cuando llegó. No le conocía del barrio. Pidió una cerveza y cogió el periódico del bar que yo acaba de dejar.

     Un tío guapote. Alto, de mediana edad y moreno a rabiar. Llevaba una gabardina detectivesca.

     Fíjate que, de repente, y por lo que te he comentado, me entraron como unas ganas locas de ligar, de entablar conversación y lo que surgiera.  
    Ganas de alguna emoción, de un empujón contra la valla electrificada, de un desboque. Sed.
     Como hace siglos.

     Metí la tripa todo lo que pude, me coloqué el pañolón azul que llevaba estratégicamente para estilizar la figura y le miré con esa mirada que hay que poner en estos casos. Mi sombrero ayudaba algo.
     Él comentó con Trini, la dueña del bar, el buen tiempo que hacía a pesar de estar en Enero. Tengo que decir que odio que la peña hable del tiempo. Me parece ridículo y absurdo. 
      Pero no se lo tuve en cuenta. 
     Seguí mirándolo y dejé de hacerlo cuando ya se dio por enterado de mi interés. 
     Me sonrió y continuó el parte meteorológico conmigo, mientras Trini y su marido Floren, atendían a nuevos parroquianos que habían entrado.
     Hablamos de la película que estaban poniendo en la televisión, de la lotería, de los próximos carnavales y de su trabajo como veterinario.    Encantada de la vida, yo le hablé de Haro y de Chewie, mis perritos. 
     Y seguía con la tripita reprimida y con el foulard azulón entre las piernas.
     Me dijo que tenía 43 años. No me preguntó mi edad ni yo se lo dije.
   Le conté que era escritora y le adelanté algo de la trama de mi próxima novela. Hablamos de poetas y de poesía.
    Estábamos acabando la segunda ronda de cervezas que pidió él.
    Iba a pedir yo otra cuando llegó.

   Una preciosidad de mujer, para que lo vamos a negar, tan alta como él, algo pelirroja y creo que sin necesidad de meter la tripa ni utilizar el pañuelo para fines extraoficiales.
    Se besaron, ella se disculpó por el retraso, pidió una coca cola y yo fui, poco a poco, relajando mi cuerpo y replegando velas.

    Me despedí y no sé por qué, al salir, me acordé de aquella fábula: “No le quiero comer… no está maduro”.


    Y eso.



Imagen tomada de la red.

2 comentarios:

  1. Muy bueno, simpático.Oye,a veces la gente no sabe lo que se pierde.No ocultes la tripita.Son encantos propios.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. No sé yo si la palabra "encanto" es la adecuada. Ya lo hablamos en los talleres. Un beso grande.

      Eliminar