domingo, 24 de abril de 2016

Capítulo ocho de la historia de mi existencia.

     


Capítulo ocho.

     Todo el mundo tiene manías. Yo también. Además, no creo que sea una manía propiamente dicha, es más bien un escape a mi creatividad.
    Tengo una gran colección de pinzas de tender la ropa, cientos: de madera, de plástico, largas, cortas, de todos los colores posibles o imposibles, de diversas formas, muchas. Aparte de las que he ido comprando, tengo la costumbre de ir, de vez en cuando, sobre todo cuando estoy un poco decaidilla, a darme un paseo por los alrededores, con una bolsa del Carrefour y con los ojos imantados al suelo, de tal manera, que, con paciencia y un poco de suerte, vuelvo a casa con un verdadero botín de pinzas huérfanas y desahuciadas.
     Pues bien, cuando tiendo la ropa, lo que hago es una composición cromática con las pinzas.
     Un día, intercalo pinzas de madera, con otras de plástico. Otro, utilizo sólo pinzas de color rojo; el siguiente, por ejemplo, pongo una fila de color verde, otra de un amarillo fosforito y la última de un rosa chicle. La ropa interior mía, sobre todo los tangas que me regala Nicolás en mi cumpleaños y en Reyes, los mimo con pinzas de colores suaves y, lo último que he conseguido es formar, con los distintos colores, las iniciales de nuestros nombres. Es una actividad que tiene multitud de posibilidades, sin  parangón, y yo a veces me quedo extasiada ante el conjunto; con la cabeza un poco ladeada, los ojos entrecerrados y una sonrisa irremediable en los labios. Talmente como si estuviera viendo un Caravaggio, si algún día lo viera. El arte que me se sale por todos los lados.



      Voy a desarrollar este capítulo en hablaros de la Dolores, su marido el mirón (creo que en plan fino se dice voyeur), y de su hijo cabezón.
    Viven en el piso de enfrente del nuestro, en el 2º A, y ella lo  que colecciona son enfermedades, que es por la razón que os comenté de soslayo, en un capítulo anterior, lo bien puesto que llevaba el nombre.
    Un día la ves y le duele la cabeza, otro, es una contractura con lo que se ha levantado de la cama, y al siguiente son los huesos que los tiene desgastados. Cólicos nefríticos, dolor de pies, visión borrosa o ataques de ansiedad son otros de los partes de salud con los que deleita a los vecinos o conocidos que tienen la desgracia de coincidir en sus coordenadas.
    Su marido tiene también tiene un problema y es que le escuece bastante la vista: le mira las tetas y el culo a toda hembra que se cruce en su camino, incluso a las que van por la acera contraria; y luego, que tiene la costumbre de ir desnudo por su casa y oye, cada uno en su casa hace lo que  quiere, pero es que la ventana de su dormitorio da a un patio interior, donde casualmente también da la ventana del mío. ¿Y tú sabes el trago que me supone verle con todo el  mondongo al aire?
   La escalera, como somos pocos vecinos, pues la fregamos nosotros, cada uno su tramo de escalera, alternándonos.
     Yo, que ya sabéis lo limpia que soy, pues en lugar de la fregona, que no es lo mismo, frego mi tramo de escalera y el portal, cuando me toca, de rodillas.
    Y venía observando desde tiempo inmemorial que cuando estoy en esas labores, Mariano, el marido de Dolores, salía y entraba de su casa por lo menos un par de veces, hasta que hace unos días y después de mucho pensar, en una de esas salidas me he percatado de sus intenciones:- Sigue, sigue Pilila- me decía, que yo espero, que no te quiero pisar. Y se quedaba detrás de mí, el jodio; y yo que soy de natural más inocente que el asa de un cubo, sin caer en la cuenta de que mis bragas eran objeto de sus lujurias eróticas. Pues hasta aquí hemos llegao, le dije en su cara, tirando con muy mala leche la bayeta, a partir de ahora voy a limpiar la escalera con la fregona y me da igual como quede… y así todo oye.
      Tienen un hijo, Juanito, pero al pobre el diminutivo no le alcanza a la cabeza, porque tiene un torrao que no me explico como puede el angelito sobrellevar semejante peso encima de ese cuello tan delgaillo, yo creo que el señor que inventó el chupachus, tuvo que cruzarse con él un día y de ahí la idea del caramelo en cuestión que tanta fama le dio.

     La verdad es que no debe ser tonto, porque en el colegio saca muy  buenas notas, aunque no me lo puedo explicar porque cada vez que voy al video club, o paso por allí, le veo sentado detrás del mostrador con la boqueja abierta y con su tito Ángel como le llama él, porque el cabezón debe relacionar la palabra primo con otro de su misma edad, y Ángel se la dobla (la edad).

    Mañana es domingo y mi marido me ha dicho que ha quedado con los amigos para ir a tomar el vermú.
    O sea que no hago comida que luego llegamos hasta las cencerretas y ahí se quedan los garbanzos muertos de risa.
     Aprovecharé ese tiempo en adelantar varios capítulos de mi libro.
     Que me estoy acordando de cada cosa!



2 comentarios:

  1. No es solo usted Pilila la maniática de las pinzas de la ropa. Es una vecindad adorable, tiene de casi todo. Sus trajines y quehaceres nos interesan mucho,¡ Por favor! continúe. Como cada día, un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Pues muchas gracias. Es Asiole la que me da sus recados. Me anima a continuar. Ahí estamos.

      Eliminar