lunes, 15 de junio de 2020

La terquedad de la tristeza





Se anuncia ya el comienzo del verano. Llega con el relato de la primavera sin hacer, apenas puesto el título encima de la hoja.
  Aún era invierno cuando cerré la puerta. Con todos los proyectos escritos en verde en mis cuadernos de vida. Con la chaqueta de entretiempo en la percha.
   Y, ahora, irrumpe el calor del sol y la algarabía. El tiempo del gozo y del oleaje, de los brazos al aire y de uñas decoradas, asomando entre las tiras de las zapatillas de baile.
   Tumbada en la cama deshecha contemplo en la pared mi colección de sombreros, pespunteados por los guiones de luz que dibuja la persiana. Me levanto y los cuento. Cuarenta y ocho.
   Tengo cuarenta y ocho sombreros. Los coloco de nuevo, alterando el orden: a mano, los festivos; más arriba, los de paño oscuro para los días imperfectos. Voy preparando, poco a poco, la casa para el tiempo de la piel aceitada y los pies descalzos. Me engaño, a sabiendas de mis manos frías y de mi corazón cobarde. 
   Mantengo las persianas bajadas para no ver, para dejar encerrada esta noche que no se acaba nunca, que me abraza la garganta y me niega el disfrute. 
    Los sombreros me llaman.
  Cierro la puerta y me envuelvo, obediente y derrotada, en toda la tristeza que me arrastra.

No hay comentarios:

Publicar un comentario