martes, 9 de junio de 2020

Nocaut técnico.




Esta mañana, me he duchado a las 7,45 h. A la misma hora de aquel nueve de junio de hace ya veintidós años. Estaba en un hospital y me esperaba una pelea, cuerpo a cuerpo, con el cáncer. Dicen, digo en el poema, que salí victoriosa. Pero no es verdad. Fue un golpe bajo. Un antes y un después. Estoy aquí. Gracias a la vida. Pero, aquel día, tiré la toalla.
Tengo una cicatriz en el pecho izquierdo,

estoy marcada por la noche
y por el ruido.
Elijo los vestidos con cuidado
para no exponerla a alguna luz
que la delate.
Algunas tardes me obligo a recordar
y acaricio su contorno con ternura,
para aplacar su ira y su estupor.
Mi pecho derecho asiste compasivo
a los brotes rebeldes del herido
y permite, humilde, que me olvide
de su orgullo y de sus ganas de gritar.
De la caída libre de aquel año,
me queda una señal y una advertencia,
pero cuando me desnudo ante la vida,
cuando coqueteo con lo oscuro,
cuando me adentro en la espesura,
mi pecho lastimado se subleva
y se yergue, altivo, con su hermano,
para defenderme del abismo y de la pena,
y para hacerme ver que, en este encuentro,
hemos ganado con soltura la batalla.





*Imagen tomada de la red.

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