domingo, 5 de agosto de 2018

Historias de una abuela de verano.





   Ahora, todavía, es sábado 4 de agosto, me estoy tomando una cerveza y una latita de sardinas. Tengo la ventana de mi estudio abierta de par en par, para que algún vientecillo despistado se cuele, levante las cortinas azules y me relaje la espalda y los brazos cansados. 
   Hace un par de horas mis hijos se han llevado a los niños. Han estado conmigo unos días. Mis nietos, digo.
   Desde hace un mes, y ante un cambio inesperado en el trabajo de sus padres, me quedo con ellos.
   Carpe diem es una máxima que tengo siempre presente en mi vida y este verano la he tenido que poner en práctica.

   Una vez que terminara mis clases y los talleres de escritura creativa que dirijo, las presentaciones y demás compromisos literarios, pensábamos irnos, mi compañero y yo, a recorrer el sur de Francia, la región de Occitania.   
     Un capricho que tengo pendiente desde hace algún tiempo. 

    Hay otra máxima que me gusta, la de que, a partir de los cincuenta un deseo es una urgencia, pero este viaje había sido pospuesto muchas veces, demasiadas.
   El año pasado tampoco fue posible. Las entradas y salidas del hospital con mi madre nos ocuparon todo el verano y parte del otoño. Fue un verano sin ventanas. Pero, ahora lo veo, bonito. Nadamos juntas el curso del río, aguardábamos, sentadas en la orilla y mirándonos, novedades que se nos habían prometido, salimos victoriosas de demasiadas batallas. 
   Puede que cuente otro día cómo desembocó ese río en el mar con una velocidad que no esperábamos. Con rugido de catarata.

   Este verano, el destino me ha cambiado paisajes y viñedos por olores nuevos, castillos medievales por noches vigilantes, nuevos cielos por caricias y miradas que te devuelven la risa y la esperanza.
    Este es mi verano. Mi verano especial. Mi carpe diem.
  Mi casa ahora es un déjà vu. Un regreso al paraíso. Un horizonte amigo. Un proyecto fin de carrera.

   Amigos, he cambiado mi contraseña. Sabéis que era poeta de guardia.
Coged papel y lápiz. Apuntad. Ahora soy abuela de guardia. Veinticuatro horas.
    Y esto es lo que escribo cuando mis chicos duermen.
    Las pequeñas historias de una abuela de verano.


2 comentarios:

  1. No has podido elegir contraseña mas entrañable. Llevas el título asido con fuerza y eso pesa más y mejor que ninguna otra empresa que pueda surgir. Carcassonne siempre estará ahí y un día también podrás saborearlo. Los veranos de las abuelas son para imprimirlos en cuartillas de oro. Un abrazo

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  2. Qué te voy a contar a ti! Es una preciosa travesía, la imaginaba, pero no en toda su extensión. Besotes.

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