Sé que fue martes
y que le daba la espalda
al futuro.
Que la primavera
se colgaba de las palmeras
con un brazo
y, con el otro, nos llenaba los ojos
de promesas.
Sé que era mediodía
y un olor de jazmines
brotó de algún enero,
de repente,
como un zarandeo de hombros,
como un aviso,
como un repique de campanas,
como una premonición.
Estaba de espaldas
y supo.
Se giró con parsimonia
y urgencia.
Era martes
y explotó el delirio.
Nos besábamos con la piel
y con miradas ebrias.
Con un temblor de ansia
entre los dedos
y con el peso de un tiempo perdido.
Nos besábamos con los treinta años
de extravío,
con la rabia del engaño,
con justicia.
Regalábamos los besos a los álamos
y se quedaban tatuados en el aire,
en las hojas sorprendidas,
en los gemidos.
Nos besábamos con la inmortalidad
entre los dientes,
con la lengua voraz,
con la risa y la cintura.
Ardía la tarde y la azucena,
y la muerte, al vernos,
habia huido en silencio,
derrotada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario