Diga lo que diga don Ramón, creo que se alegra
cuando me ve.
—Lucía,
soy Lucía, tu mujer—, se lo recalco varias veces.
Y él sigue
andando, siempre un paso por delante, con la cabeza gacha y formando extrañas
figuras con las manos, haciéndolas bailar.
—Los chicos
te mandan un beso—le informo—, vendrán a verte el fin de semana.
Y Antonio
se enzarza ahora en buscar algo entre los botones de la chaqueta.
Después de un breve paseo por los jardines de la
residencia, volvemos al comedor.
Es la hora de la cena.
Le acomodo en su sitio, le sujeto el babero y es, al
despedirme, cuando fija en mis ojos su ausencia de alzheimer.
—Hueles a otro, puta— babea, mientras clava con furia el
tenedor en el hule floreado de la mesa.
(Del libro de relatos Galería de trampantojos)
*Cuadro de William Utermohlem, pintando su propio alzheimer.
La mirada huida,frío en la mente,sonrisa infantil, deambulando por un espacio desconocido.
ResponderEliminarDureza pura. Hoy no podemos decir:Pura vida. Besos.
Pura dureza, así es. Esas miradas vacías, son imposibles de mantener. Un abrazo.
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