jueves, 22 de mayo de 2014

Explosión.





Imagen tomada de la red.



Paco se llama.


Lleva viviendo un par de años en el bloque, hemos coincidido varias veces en el ascensor, pero de un saludo correcto o un comentario sobre el tiempo no habíamos pasado.

Ayer, en el ascensor precisamente, me miró de forma insistente. Cuando me abrió la puerta de la calle me rozó innecesariamente el brazo y cuando se puso a mi lado, camino de la puerta de salida al jardín, me tocó con descaro en el hombro.


-Me gustas mucho Tere, me dijo, bajando astutamente la voz. Desde siempre, desde que llegué al bloque y te vi. Tengo una necesidad imperiosa de besarte en los labios. Tomamos café?

Yo le miré, me temblaban ligeramente las piernas, no podía hablar.

¿Desde cuando no me decían esas cosas? ¿Desde cuando no me susurraban?

Pensé en negarme. En salir corriendo levantando con dignidad la barbilla. Pero le miré a los ojos y allí vi algo que aún no puedo entender.

Bajé la cabeza, sumisa y le seguí hasta la cafetería de la esquina.

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