domingo, 2 de marzo de 2014

El último carnaval.





Imagen tomada de la red.

El sábado estuvo todo el día lloviendo, como desahogándose. Ella pensó, aliviada, que los caprichos climáticos decidirían su destino.
Pero el domingo de Carnaval se vistió con su mejor traje. El del sol. El de la vida. El de los deseos.
Acudió al desfile con una amiga. Como todos los años. Y ocuparon su lugar en la tribuna de las personas destacadas de la localidad. Como siempre.
Fueron desfilando las comparsas. Ella esperaba, oteando con ojos ansiosos el horizonte, al final de la calle, la número 38.

Había participado, por casualidad, en la preparación del carnaval de la agrupación peruana de su ciudad.
Allí le conoció una tarde. Aquella tranquila tarde de hace dos meses en que la garganta le ardió con saliva caliente y peregrina. Y aquel desconocido galopar del corazón batiéndose descontrolado contra sus costillas.
      _¿Conoces el Machu-Picchu?— le preguntó  días antes de acabar el costureo y el ensayo. 
Era el capataz o el virrey de la comparsa. El ala del sombrero caído sobre sus ojos indígenas, la mandolina descuidada sobre la espalda.
    _ ¿Te atreverías?—continuó, en otra ocasión en que, acabado el trabajo, se reunieron todos en un bar cercano a tomar un vino.
      _Te haré una señal— le dijo la víspera— A las cinco de la tarde,  cuando acabe el desfile. Si es que quieres conocer el Machu-Picchu. Si es que quieres.

Su amiga aplaudía la vistosidad, la cadencia y la música de la comparsa del Perú. Ella  buscaba una contraseña.
Las mujeres daban vueltas, dejando ver las enaguas y las polleras bordadas.
Los hombres danzaban, haciendo sonar los gruesos cascabeles de sus botas, cimbreando los hombros, mostrando el látigo enrollado y la sonrisa.
Él cerraba la comitiva, esgrimiendo en el aire una carraca antigua. Grandes plumas adornaban su sombrero de ala atípicamente ancha y un rosario de pequeños cascabeles abrazaban sus tobillos. Iba descalzo. Sus pies desnudos. La señal.

Se disculpó con su amiga. No, no quería tomar nada.
Sólo tuvo que recoger una pequeña maleta que ya tenía preparada desde hacía días. Rozó, antes de salir, con dedos ávidos, las fotos de su familia. Despidiéndose.
Luego acudió al encuentro de su futuro, de la locura.
Al Machu-Picchu, a entregarse, a danzar con ese hombre de piel dorada, a respirar el almizcle de sus axilas y dormir con música de cascabeles en los tobillos.




4 comentarios:

  1. Nada por el Urubamba. Pón tu bandera en la vieja ciudad. Saca alas a tus sueños y columbra un futuro de esperanzas.
    MC

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  2. Gracias por tus excelentes lazadas Mari Carmen. Besotes andinos.

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  3. Respuestas
    1. Aún no. Pero ya queda menos. Bonita experiencia. Un besote.

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