martes, 30 de agosto de 2022

Recuerdos que se alzan de repente, mientras buscas.

 

"Mi carácter y mi nombre fue obra de mi bisabuela Eloísa. Ella me lo

regaló en el momento de mi nacimiento y me fue forjando a lo largo de los años,

casi en silencio, concienzuda, tenaz y orgullosa.

Todos dicen que me parezco mucho a ella, que me sienta bien el nombre
que llevo. “Podéis llamarla Elo”, dictaminó. Decía que, de ese modo,
me podrían llamar más veces.
Tuvo sólo un hijo, mi abuelo Emilio; en aquella época ella ya decidió
que un único hijo era suficiente y le dedicó toda la vida: mi abuelo se hizo poeta
y sabio. De él me quedó un recuerdo imborrable y una enorme biblioteca
que fue acumulando a lo largo de los años.
Mi bisabuela se ocupó de todo, a todas horas, siempre. En aquellos años
de hambre y carencias, nada faltó nunca en la casa grande. Allí, su hijo,
su mujer, los seis hijos de la pareja, entre ellos mis padres, ella y yo,
gozamos siempre, siempre, de todo lo que se pudiera conseguir.
Ella lo encontraba. Tú, aquí en casa,
le decía a su única nuera, mi abuela Victoria, cuida de tus hijos y del mío,
que yo salgo a traer.
Y vendía los botes vacíos de leche condensada o de Pelargón que
yo devoraba, vendía pan y repostería fina, componía cambalaches,
o inventaba trueques.
Y llegaba a la casa con los cestos llenos de sorpresas y con docenas de libros
para mi abuelo.
Cuando la familia se trasladó a Madrid, desde aquel pueblo manchego,
ella se confundió de horizonte, se perdió en el nuevo paisaje. Pero su estirpe
de mujer urgente seguía palpitando y se lanzó a la calle a traer, ella
necesitaba seguir siendo la jefa; su negocio, el mundo. La familia
no pudo convencerla de que los tiempos habían cambiado, que era innecesario
tanto afán, esa postura; ella tenía que estar, irse a volar todos los días.
A veces me llevaba a mí para enseñarme independencia y luego me
obligaba a contar las monedas haciendo montoncitos sobre la colcha
para mostrarme los rasgos del poder. Todas las noches me hacía
leer en voz alta largo rato, para asegurarse que mi pasión por las letras
estaba bien arraigada y, finalmente, me echó una tarde de diciembre
de su cuarto, diciéndome, con voz rotunda y dulce que tanto dormir
con viejas me haría arrugas prematuras en la cara y en el alma.
Me pidió una noche que cuando muriera le pusiera dentro de la faltriquera
unas monedas, para seguir siendo, allá donde fuera, una mujer independiente
y yo repartí la recaudación del último día en dos partes. Ella se llevó una,
la otra la guardo para mí, por si me hiciera falta cuando me escape un día,
o para devolvérsela cuando la encuentre, para que compre lo que quiera,
para gastarlo juntas, para hacerla feliz".

1 comentario:

  1. Una maravilla de relato amiga. Cómo todo lo que te vengo leyendo. Saludos y un abrazo.

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