lunes, 16 de septiembre de 2019

Haro y yo

Revisando Haro y yo.
   Historias con mi perro. Y dudando. Como siempre. ¿Lo nazco al mundo? ¿Lo comparto? ¿Se le querrá? ¿Lo dejo en el cajón, calentito y nonato? Así comienza su historia. Un avance.


Mayo 2016
Hoy ha vuelto a pasarte. Ha sido después del baño. Te has arrebujado entre los pliegues uterales de la toalla, yo te he acunado, balanceando el pequeño envoltorio con mis ansias de quererte, como un auténtico bebé mimoso.
     Luego, como siempre, he extendido la toalla en el suelo para que te revuelques en ella, secándote, frotando el hociquillo y las orejas, sacudiéndote.
     Yo te miraba, amorosa y arrobada, también como siempre, divertida ante tus cabriolas y ladridos de satisfacción, ante tus restregones y volatines y, de pronto, te detienes, te tambaleas, buscas un punto de apoyo y te dejas caer, rendido, frágil y desmadejado. Como un peluche sin relleno.
    Te he recogido con cuidado, he masajeado tu cuerpo blandito y silencioso, despacio y con urgencia, intentando reanimarte y controlar mi desesperación. Hablándote y besando tu pelito húmedo y desgreñado. Te he alzado para regalarte aire, te he sacado a la terraza por ver si la luz de la mañana te traía de vuelta.
     Ya son muchos ataques, muchos desmayos, en poco tiempo.
    Ayer en la clínica, don Manuel, tu perriatra, me dijo, escogiendo muy bien las palabras ante mi cara de desconsuelo, que cualquier día tu coranzoncillo herido dejará de latir, que no se puede hacer nada, que esté preparada, que el soplo con el que naciste se ha puesto guerrero.
   Y decidió aplazar la segunda vacuna que te correspondía para no excitarte demasiado, para no sobrecargar tu agitación, que siempre te has portado mal en la clínica, retorciéndote y ladrando cuando intentaban, sin éxito, auscultarte o tomarte la temperatura. Te ponías como loco, mi amor, que te han aguantado mucho, que tienes que reconocerlo.
    Y ayer, don Manuel y las ayudantes me miraban, sabedoras de mi pasión por tu personita, del miedo a lo que ya veo irremediable. Las he tranquilizado.
    No pasa nada, les dije. Y salimos de la consulta, al sol del mediodía y con la cabeza alta. Disimulando.
    La primavera se recortaba, altiva, en todos los tejados de Leganés y una brisa despistada nos refrescaba la espalda y nos empujaba a la valentía.
     Paseamos luego por los jardines de la avenida, despacio, meditando y deteniéndonos en todos los árboles amigos que ya conocemos; a todos, sin excepción, les regalaste el arco de tu patita, nada, apenas unas gotas, pero suficiente para ti, para creerte dueño y señor de toda la alameda.
     Pero yo iba triste, no puedo hacerme a la idea.
     No me hagas esto, Haro.
     Tú sabes lo que te necesito.
     Han sido once años.
     Once años ya, desde aquel día.




2 comentarios:

  1. Mira: lo llevas tan dentro, que debes sacarlo fuera, aunque solo sea por Él (y por todos nosotros) además, es muy grato, tierno, bien escrito. GUSTARÁ.
    No seas como yo, la eterna duda. Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Lo tenía que hacer y espero que guste. Todos somos eternas dudas. Y lo sabes. Un abrazo.

      Eliminar