domingo, 18 de diciembre de 2016

Chewie.


     Se llama Chewie. 
     Es el perro de mi hija.
     Hace unos meses volvió mi niña de un viaje y lo trajo a  casa.
     Y convivió Chewie un tiempo con Haro, mi perro.


Chewie en la playa.

   Y se hicieron amigos, salvo algunos desencuentros típicos de asimilación, dominación, marcar territorio, etc.
      Mi perro era el líder, el alfa y vio, en el nuevo miembro de la familia, un peligro.
    Tuvieron algún altercado, siempre por culpa de Haro, mi chico, que sentía miedo de la juventud y fuerza de su nuevo compañero.



Dispuesto al paseo.

    Pero Chewie no quiso nunca entrar en el juego. Se doblegaba, sabio y paciente, intuyendo que debía dejar que el tiempo colocase los pedazos del rompecabezas. Que la amistad tomara cuerpo.
   Y, poco a poco, llegaron a entenderse, dormitaban juntos en el sofá y compartían  paseos, juguetes y chuches.


Chewie y el otoño.

      Pero no pudo durar.
      Haro ya estaba enfermo. Sentenciado.
     Y Chewie lo sabía y le consentía.  Y le dejaba coger el primero algún premio y permitía, sin celos, que acaparara los mimos y los abrazos.
     Chewie estuvo presente, quieto y asustado en un rincón, la noche  en que Haro se quiso ir. Fue aquella madrugada de Noviembre en que la luna se expandió todo lo que pudo, para iluminar el camino de huida de mi perro.

   Chewie es muy cariñoso. A veces, se queda quieto, como aquella noche y sabemos que se acuerda de Haro, que le echa de menos. 

    Chewie es ahora nuestro perro. 
    Y yo me mostraba renuente a presentarlo.
  Y le paseaba por la alameda  a escondidas, avergonzada, con una sensación de traición hacia mi amor de tantos años, mi compañero fiel, mi perro amado.
    Pero creo que ha llegado el momento de darle el lugar que se merece, que se ha ganado a pulso. Por su carácter, por su mirada, por el recuerdo, en esos momentos en que piensa, detenido, hacia su breve amistad con Haro.


Mi Haro y yo.

     Se llama Chewie y es el nuevo miembro de la familia. Y ocupa su lugar. Un lugar propio, como el que ocupó, durante doce años, mi perro blanco, mi compañero, mi escuchante de todos los poemas y relatos, mi confidente de algunas decepciones y desalientos, el primero que sabía de mis alegrías y al primero que besaba cuando la última campanada recibía un año nuevo. 

    Ahora me veréis pasear a mi pequeño pomerania por la alameda, iremos hablando, seguro; le iré contando lo que hacía Haro en aquel árbol o le descubriré alguna travesura que compartimos. 
   Me veréis detenerme para acariciar su cuerpo elegante, acostumbrarme a otro cariño, a otra mirada, adaptarme a la vida.
      Se llama Chewie. 
      Es un inteligente pomerania de dos años.
      Y ya le quiero.

4 comentarios:

  1. El corazón es grande, Cabe mucho amor.Pero el hueco de los que nos abandonan, nada, nadie puede llenarlo. Haz espacio para este nuevo miembro. Pero Haro siempre lo tendremos ahí, en la alacena de lo querido. Besos.

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    1. Qué te voy a contar Mari Carmen que tú no sepas y hayas vivido con nosotros. Sabes muy bien de lo que hablo. Formas parte de esas travesuras. Un abrazo.

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  2. Bienvenido a esa casa Chewie.Te tratarán como a un rey.Ya te conoceré y te acariciaré tu cabecita. Feliz Navidad Chewie.

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