36. La vida, Haro.
“Que siendo el vivir lo más,
todo lo demás es
menos”.
(Calderón de la Barca)
Haro escucha:
“La vida es como un bufé desplegado en medio de un
jardín, en él se dispone todo tipo de manjares fríos y calientes. Es preciso
elegir. Saber primero qué es lo que nos apetece y tomarlo, o dejar que sean los
platos los que despierten nuestro apetito. Sin embargo, hay muchas personas que
se satisfacen con mirar el jardín y recrearse en él hasta tal punto que, cuando
sienten hambre, el bufé ya ha sido retirado. Hay otras que dudan demasiado de
qué platos servirse y, cuando no les queda tiempo, han de engullir el que
tienen más cerca. Hay otras que se preparan meticulosamente, se asean, buscan la
mesa a que llevarse su comida y acaso también algunos compañeros y van
perdiendo su oportunidad… la vida consiste en un banquete del que la mayoría se
priva; la vida es un tesoro -el único- que no llegamos a poseer a fuerza de
andarnos por las ramas.
Hay que estar en el jardín a la hora del bufé, que es
siempre ésta.
No hay que evocar jardines y bufés ya pasados, ni
abandonarse a los que nos traerá el día
de mañana, ni comparar los nuestros con los de otros”.
“Porque estamos obligados a participar en el juego que
llamamos vida, cuyo reglamento no
conocemos en sus nimios detalles, pero que en modo alguno depende de nosotros.
Ella reparte las cartas: el mazo entero es suyo. Y cada uno ha de jugar lo
mejor que sepa con los naipes que le toquen. Inútil es lamentarse; inútil es
perder el turno reclamando; inútil es tratar de jugar no con las cartas que le
repartieron, sino con las que uno habría querido tener, o soñó tener, u opina
que debieron ser las suyas.
Ese es el procedimiento más rápido de perder la partida,
o sea, de perderse. La opción que se nos brinda no es si queremos jugar o no,
no si preferimos unas cartas a otras. Tenemos
que jugar; la libertad reside en
cómo: eso sí que depende de nosotros”.
¿Cómo se te ha quedado el cuerpo, Haro?
Me he sentado a escribir algo parecido, quería explicarte
la vida, hablarte sobre el Carpe diem, del afán de encontrarse detrás de cualquier esquina, en
fin, me apetecía filosofar un poco. Y al mirar a la estantería donde se
acumulan tantos y tantos libros, papeles, apuntes, recortes que me parecieron
interesantes en algún momento y que me niego a tirar, proyectos… No me mires
así por dios, ya haré sábado un día de
éstos, no incordies con tus suspiritos de reprobación.
Pues te decía que al mirar allí, distraídamente, para
encontrar la palabra justa con que comenzar mi perorata, me he acordado de un
artículo antiguo de Antonio Gala que trataba sobre el
mismo tema.
No he tardado mucho en encontrarlo, a pesar de tu cara de
escepticismo, esperpento; mira, se titula “El bufé en el jardín” y describe perfectamente todo lo que yo quería explicarte.
El artículo es más extenso, pero he entresacado algunos
párrafos y creo que la idea está bastante clara, quizá yo lo hubiera expuesto
mejor, no lo dudes, pero hace mucho frío Haro, y no tengo ganas de trabajar.
Tú sólo aplícate el cuento amigo: no desperdicies, no aplaces, no desdeñes, recuerda siempre que siendo el vivir lo más…
¿Vamos a la calle, Haro?
Es la hora del bufé.
Ahora.
Me gustaría que lo que has plasmado en el papel lo pusieses en práctica diariamente.
ResponderEliminarDedícate a hacer morisquetas a Haro y a la vida. Besos y mi alegría por el fin.
Besos Mari Carmen. Haro me hace morisquetas a mi. Sabe que, ahora, le toca a él.
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