Descubrí a Werther
en aquel libro dedicado.
Yo tenía los ojos cerrados
y tú ya sabías.
Dejaste correr los veranos
sin leer conmigo entre lineas.
Yo dejé, no me lo perdono,
tu ofrecimiento
para más adelante,
creyendo que el revoloteo de mi vientre
no era puro deseo,
reposo.
En días de lluvia y niebla
dejo el libro a la vista,
con la esquina doblada por tu firma
y no consigo,
por más que lo intento,
pasar página.