"A veces la infancia me envía una tarjeta postal"
Era invierno y domingo.
Recuerdo el olor a chocolate caliente
y árboles de
azúcar.
Luces veloces enmascaraban una noche
disfrazada de música,
gritos de niños cautivados, magia,
colores imposibles, globos,
manzanas vestidas de gala
y unos zapatos de charol negro
y mi abrigo nuevo.
Mi mano izquierda dentro de un guante,
la derecha dentro de otra mano.
¡Papá quiero montar en los caballitos!
Y él eligió el blanco.
Aupada, allí arriba,
aterrada,
el mundo giraba dejando rastros
de entrecortadas ausencias.
En cada vuelta
interminable,
mi padre desaparecía, para volver,
instantes después,
a velar por mí,
sus ojos y su sonrisa
me defendían del vértigo
y apaciguaban el ímpetu de mi montura.
Cuando me rescató,
amparándome entre sus brazos,
me dí cuenta por primera vez,
que podría cabalgar segura,
siempre,
por cualquier montaña,
por cualquier valle, por la vida,
sin miedo.
Siempre sentiría sus manos
envolviendo las mías,
su calor pegado a mi nariz,
y su amor.
Como aquel domingo
en el carrusel.
*Imagen tomada de la red.