Esta foto me la hizo mi padre. Estamos en el pantano de San Juan, un verano. De camping. Yo tengo ahí veinticinco años y dos hijos. Al pequeño lo acabo de dejar dormido en su cuna. El mayor, de tres años, se ha ido con mi madre a lavar unos baberos al pantano. Teníamos montado un buen chiringuito. Entonces se podía. Un grupo de gente tomando el terreno, delimitando su parcela, su rancho, su Ponderosa particular. La tienda grande la había comprado en París, en las galerías Lafayette, en mi viaje de novios. Amplia y confortable. Añadimos una canadiense para los trastos y montamos una cocina debajo de un amable pino piñonero. Las dos cunas se movían según el momento del día. La piscina infantil, siempre al sol. La felicidad circulaba a sus anchas, libre, danzando como loca por toda la espontánea urbanización. Era el tercer verano que anidábamos en el mismo sitio.
viernes, 10 de enero de 2025
De camping
Papá, le dije, cuando estaba guardando la cámara de fotos, el año que viene ya no vendremos aquí. Y me fui a preparar la comida. Ese día, recuerdo, hice una paella mientras mi madre tendía los baberos. No hace mucho tiré la tienda y los recuerdos de aquellos tres veranos. Vinieron otros veranos, muchos más, pero ya nunca volví a escuchar aquel olor, cálido y fresco, del pino piñonero de nuestra parcelita regalada, su mensaje de tregua. La foto la he encontrado buscando otra cosa en una caja antigua. Y me ha devuelto el dolor y el gozo de esto que llamamos vida.
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